VERA Y RIQUELME
Presentación
“El pueblo de Chile necesita que se le diga la verdad de los hechos, i en este libro escrito por personas que no son ni obreros ni agitadores sino testigos oculares que han seguido paso á paso la marcha de los acontecimientos, i á quienes no les guía más móvil que su conciencia i el amor la justicia, no dominará ni la exageración, ni el sentimentalismo”.
Así se indica en la presentación de uno de los libros que reeditamos en esta ocasión. Sus autores Vera y Riquelme, dicen luego: “Este libro destinado á circular en toda la República, llevará, pues, hasta los obreros de nuestra patria la verdad sobre los sangrientos sucesos que tan triste epílogo tuvieron el 21 de diciembre de 1907.
Reeditar estos libros es cumplir con el deseo de estos tres hombres, Vera, Riquelme y Marín, que escribieron estos dos libros sobre la masacre obrera de la escuela Santa María de Iquique.
Desde el Alto San Antonio los obreros y sus familias deciden bajar a Iquique. Son miles de pampinos que vienen a protestar al centro político de la provincia. El discurso de la ciudad letrada, del poder, la prensa y las autoridades, los encierra bajo la palabra bárbaros, paganos o incivilizados. Tienen el rostro duro por el hambre, la sed, y el largo peregrinar atravesando el desierto. Son pacíficos. La prensa letrada pone el grito en el cielo. Algunos llegan por tren, otros simplemente bajan por los cerros. Hay que encerrar a los bárbaros. El sujeto obrero visto individualmente era inofensivo. Era visto como un ser fatal y de mala suerte que para colmo se bebía lo poco que ganaba. Bailaba y jugaba. Era un paria, pero no extrañaba peligro. Pero en conjunto, era otra cosa. Era un peligro. Y había que cuidarse. Había que encerrarlo. La escuela Santa María fue el lugar. Los otros, que tenían parientes y amigos, se hospedaron en sus casas.
La escuela Santa María, a pesar del frío y descuidado monolito que recuerda la matanza, tiene en la historia local su marca indeleble, aunque sufrió el olvido del poder. El primer monumento se demolió junto al Cementerio Nº2. Una fotografía lo recuerda. La pluma de Nicomedes Guzmán sirve como ayuda memoria:
Pero, hubo otro monolito, levantado en el lugar donde fueron enterrados, en el Cementerio 2, en una fosa común, los obreros de la pampa. Ese lugar, estaría hoy cubierto por las casas de la población Jorge Inostrosa. El testimonio encontrado en la novela La luz viene del Mar de Nicomedes Guzmán, permite tener una idea de ese monolito. Dice: “Se encontraban junto al cuadrilátero que guarda los restos más que treintañeros de las víctimas caídas en la masacre de la Escuela Santa María. Una placa recordatoria, unas pequeñas escalerillas de mentido mausoleo, y, arriba, sobre una especie de pedestal, la figura de un pampino, apuesto y de largos bigotes: he ahí el homenaje popular a los cientos de hombres inmolados” (Guzmán 1963: 192).
Invisible en los libros de historia, por un ideológico olvido de la historiografía oficial, los hechos de diciembre de 1907, alcanzaron su mayor resonancia, gracias a la obra del iquiqueño, Luis Advis Vitaglich, y al conjunto Quilapayún que la grabó, en el año 1969, en el desaparecido sello Dicap (Discoteca del Cantar Popular).
A partir de ese momento, la historia de la matanza, se universaliza y pasa a constituirse en un clásico de la música popular. Pero, también en un hecho histórico. La obra de Advis, viene a llenar el vacío que dejó la historiografía oficial. Años después, en la década de los ochenta, aparecerá la obra del historiador, Eduardo Devés Los que van a morir te saludan (1985) y del iquiqueño Pedro Bravo Elizondo, Santa María de Iquique 1907: Documentos para su Historia, (1993) haciendo justicia, en el plano de la historia, a ese incomprensible olvido.
Sin embargo para la memoria colectiva y popular los hechos de esa tarde del 21 de diciembre de 1907, en la Plaza Montt, cabalgó de boca en boca. Los abuelos se la contaban a los nietos y éstos la divulgaban ante sus iguales.
El moderno edificio que se construyó una vez que el de madera se demolió sirvió como el sitio de la memoria. Era el albergue donde por las noches, se nos decía, se oían voces y llantos. Penar era la palabra que servía para indicar lo allí sucedido. La memoria oral construyó su propia cartografía de los hechos; mapeó las calles por donde la sangre corrió esa tarde de verano, señaló las casas donde los sobrevivientes se ocultaron, y también aquellas donde el soldado lloró por haber disparado a sus iguales. La geografía en la que se desarrolló el evento se convirtió en un cementerio virtual.
La memoria oral que no funciona en base a periodizaciones ni a cronología como lo hace la historiografía, cantó la masacre un año después. Francisco Luis Pezoa en 1908 escribió el “Canto a la Pampa”. Una oración, una letanía que narra lo sucedido. Pero no es un canto resignado. Al contrario “pide castigo”. Este canto épico resistió al olvido y sirvió para reactualizar el hecho. El resto lo puso la leyenda.
Canto a la Pampa

Canto a la Pampa, la tierra triste,
réproba tierra de maldición,
que de verdores jamás se viste,
ni en lo más bello de la estación.
En donde el ave nunca gorjea,
en donde nunca la flor creció,
ni del arroyo que serpentea
su cristalino bullir se oyó.
Año tras años por lo salares
del desolado Tamarugal,
lentos cruzando van por millares
los tristes parias del capital.
Sudor amargo su sien brotando,
llanto a sus ojos, sangre a sus pies,
los infelices van acopiando
montones de oro para el burgués.
Hasta que un día, como un lamento
de lo más hondo del corazón,
por las callejas del campamento
vibró un acento de rebelión.
Eran los ayes de muchos pechos,
de muchas iras era el clamor,
la clarinada de los derechos
del pobre pueblo trabajador.
Vamos al puerto – dijeron-, vamos,
con un resuelto y noble ademán,
para pedirles a nuestros amos
otro pedazo, no más de pan.
Y en la misérrima caravana,
al par que el hombre, marchar se ven
la amante esposa, la madre anciana,
y el inocente niño también.

Benditas víctimas que bajaron,
desde la Pampa, llenas de fe,
y a su llegada lo que escucharon
voz de metralla tan sólo fue.
Baldón eterno para las fieras
masacradoras sin compasión,
queden manchadas con sangre obrera
como un estigma de maldición.
Pido venganza por el valiente
que la metralla pulverizó;
pido venganza por el doliente
huérfano y triste que allí quedó.
Pido venganza por la que vino
de los obreros el pecho a abrir;
pido venganza por el pampino
que allá en Iquique supo morir.
Contar los muertos es una obsesión de los historiadores. ¿Fueron 500 o 3600? Para la memoria popular fueron muchos y eso basta. Esa noción de inconmensurabilidad ajena a la macabra contabilidad ordenó el recuerdo y su permanente presencia en las conversaciones diarias. Pero a diferencia del mito, la matanza tuvo una fecha exacta: el 21 de diciembre de 1907. Esa fecha junto al 21 de mayo o al 16 de julio son fechas inolvidables en el calendario popular.
Los muertos fueron enterrados en una fosa común en un cementerio que ya no existe. Sin embargo, uno de ellos fue sepultado en el Cementerio Nº 1. Es el único muerto que da testimonio de ese hecho.
En los años 60, el iquiqueño Luis Advis escribe “La Cantata de la Escuela Santa María”. Esta obra narra lo allí sucedido. Se asevera que se cuenta lo que la historia no quiere recordar. La Cantata funciona como un dispositivo de la memoria, y de paso pone el 21 de diciembre en perspectiva. El músico iquiqueño imaginó otro 21, que sucedió el 11 de septiembre de 1973. Esta función profética, es uno de los aspectos menos destacados de esta obra. Coincide con una dimensión en la que el autor, a contrapelo con la época, y más cercano a la religión y a la identidad popular, le otorga a un viejo pampino la facultad de anunciar lo que viene. “Quizás mañana o pasado o bien en un tiempo más…”
La cultura popular, obrera y campesina, el mundo étnico aymara le otorga a los sueños una importancia capital. Esa otra realidad, tan importante como la de todos los días, que se expresa en la noche permite vaticinar hechos crueles como el que sucedió ese 21 de diciembre. Es un obrero, pampino y viejo el que anuncia lo que sucederá. No es una mujer, es un hombre –se supone más racional que la mujer- que ignorando las “condiciones objetivas de la realidad” se autodefine y anuncia:
Soy obrero pampino y soy
tan reviejo como el que más,
y comienza a cantar mi voz,
con temores de algo fatal.
La fatalidad es un sentimiento omnipresente en la vida cotidiana del norte grande de Chile. Sin ella, la vida sería otra cosa, pero siempre hay algo que nos sucederá y alterará el fin perseguido.
Lo que siento en esta ocasión
lo tendré que comunicar,
algo triste va a suceder,
algo horrible nos pasará.
El desierto me ha sido infiel,
sólo tierra cascada y sal,
piedra amarga de mi dolor,
roca triste de sequedad.
Ya no siento más que mudez
y agonías de soledad,
sólo ruinas de ingratitud
y recuerdos que hacen llorar.
La fatalidad ocupa un lugar importante en el argot popular del norte grande. La novela de Luis González Zenteno, así como la de otros escritores está llena de ese sentimiento. En la novela Los Pampinos escribe: “Y, sin embargo, ahí estaban ellos, tensos los nervios, abrumados de presentimientos funestos los espíritus, aguardando lo imprevisible” (González 1956: 300).
Terremotos, maremotos, pestes, campos de concentración, combates de box con pistón incluido, constituyen parte importante de nuestra vida cotidiana.
Que en la vida no hay que temer
lo aprendí
lo aprendido ya con la edad,
pero adentro siento un clamor
y que ahora me hace temblar.
Es la muerte que surgirá
galopando en la oscuridad.
Por el mar
Por el mar aparecerá,
ya soy viejo y sé que vendrá.
El recurso de imaginar la muerte que viene del mar es algo que ya el mundo andino había pensado. Wiraqocha, el Dios Creador andino se hunde en el mar para desaparecer, el conquistador arriba a este continente por el mar. Los barcos de la escuadra se desplazan desde Valparaíso a Iquique para poner el orden.
Advis le otorga a ese viejo pampino el don de la advertencia, se contradice con el discurso del movimiento de los obreros que negocia la salida a la crisis. No es el líder obrero, el anarquista José Briggs quien leyendo los datos de la realidad anticipa lo que vendrá, sino que será un obrero no ilustrado, un pampino supersticioso, un hijo de campesinos, el que le anuncia la matanza.
Los dos libros que reeditamos con ocasión del Centenario de la Matanza de la Escuela Santa María de Iquique ocurrida el 21 de diciembre de 1907, constituyen un precioso legado que por fin hoy, ponemos a disposición de todos aquellos que valoran las fuentes directas de la historia.
Al igual que cuando reeditamos la novela Tarapacá, (1903- 2006) en esta misma colección “Centenario”, nos anima entregar a los que se interesan en la historia, los materiales impresos que dicha matanza inspiró. Nos motiva además que la sociedad chilena, tan dada al olvido, pueda en base a estos dos libros, formarse un juicio de lo que sucedió en nuestra ciudad.
Testigos directos de la matanza Vera y Riquelme y luego, un mes después Leoncio Marín, publican estos libros. El primer editado en Valparaíso por la imprenta El Siglo, está fechado en enero de 1908. El segundo, se publica en febrero de ese mismo año. Se ignora donde.
No contamos con mayor información de estos autores. “El Diccionario Biográfico Obrero” ( ) de Osvaldo López sencillamente no los nombra. Pero, afortunadamente quedaron estos dos libros, crónica social, lo denominará Mario Bahamonde, en su interesante obra sobre la producción intelectual del norte grande de Chile.
Ambos libros, escrito con prisa, pero documentado nos entregan un relato pormenorizado de lo que sabíamos, vía la tradición oral, o bien por los estudios que hasta ahora se han realizado, o por la reconstitución literaria que de este sangriento hecho se han realizado.
Vera y Riquelme, escriben como testigos directos de los hechos. Marín lo reconstituye en base a informaciones que va recogiendo. Hay muchos parecidos en ambos relatos, lo que le otorga mayor veracidad. Se citan fuentes e incluso se detallan los nombres y las nacionalidades de los que allí cayeron.
El Consejo de Arte y Cultura de la Región de Tarapacá, Ediciones Campvs de la Universidad Arturo Prat, el Centro de Investigación de la Realidad del Norte. Crear, y El Jote Errante aúnan esfuerzos para entregar a la sociedad chilena estos materiales olvidados por el paso del tiempo.
Los cien años de la matanza de la Escuela Santa María, han de servir para el análisis y la reflexión de lo que allí ocurrió. Ha de ayudar también, esta conmemoración, para la revaloración del mundo popular que ayudó a construir la región y la democracia.
Bien lo dicen Vera y Riquelme que lo que allí ocurrió fue un martirio. La plaza Montt de esa época debió llamarse y con justa razón “Los Mártires de Tarapacá”.
Bernardo Guerrero Jiménez
Iquique, diciembre de 2006

LOS MARTIRES DE TARAPACÁ
21 DE DICIEMBRE DE 1907

Obra ilustrada con varios grabados
que contiene una completa i verídica relacion de los
sangrientos sucesos
desarrollados en Iquique con motivo de la
huelga de trabajadores
1908
A LOS OBREROS DE CHILE
La tranquila ciudad de Iquique fue conmovida el día 21 de diciembre de 1907, por sucesos que aparte de ser dolorosísimos, son de gran trascendencia para el pueblo.
La gran huelga de trabajadores iniciada a principios del mes, ha tenido un desenlace sangriento e inesperado. Necesario es, pues, hacer un estudio sobre dicho movimiento obrero i examinar punto por punto las diversas incidencias.
El pueblo de Chile necesita que se le diga la verdad de los hechos, i en este libro, escrito por personas que no son ni obreros ni ajitadores sino testigos oculares que han seguido paso á paso la marcha de los acontecimientos, i á quienes no les guía más móvil que su conciencia i el amor la justicia, no dominará ni la exajeración, ni el sentimentalismo.
La prensa no puede ser siempre imparcial, pero un autor puede serlo. Los hechos deben contarse con hechos.
Nuestro propósito al publicar esta obra es hacer resplandecer la verdad i aquietar nuestras conciencias que nos exijen que hablemos i que hablemos claro.
Este libro destinado á circular en toda la República, llevará, pues, hasta los obreros de nuestra patria la verdad sobre los sangrientos sucesos que tan triste epílogo tuvieron el 21 de diciembre de 1907.
LOS AUTORES
TARAPACÁ
En todo el país existe en el pueblo, i aún en las clases más ilustradas, la creencia de que en Tarapacá la vida i las espectativas de negocios son espléndidas.
Además existe un prejuicio mui arraigo respecto del pueblo de esta provincia.
En el sur se siente una especia de temor al decir la jente del norte. Se cree i se ha creído siempre de que los trabajadores de la pampa ó los de la ciudad, son jente de la peor especie, individuos que, acostumbrados á ganar gruesas sumas, no podrán regresar jamás al sur, sino llevando una gran cantidad de vicios i males adquiridos en medio de una vida depravada.
Hé aquí el más grande de los errores que se padecen en Chile i al cual le iguala el siguiente:
El pueblo trabajador, el campesino, los obreros de las fábricas, que en el sur ganan un jornal siempre de acuerdo con los medios de vida de esas rejiones, tienen una manifiesta repugnancia á venirse al norte, -justísima repugnancia-, pero creen que en las Calicheras, en medio de esto que allá se conoce apenas, como un sueño, encontrarán un bienestar que superará con creces á los sacrificios que han de padecer.
I así abandonan sus labores del campo individuos que en las haciendas ganan ochenta centavos ó un peso al día, pero que tienen su rancho en media cuadra de terreno, siembras, animales i ración, lo cual unido á la tranquilidad i la verdadera vida del campo, -única vida ideal,- es cambiado por las faenas brutales de la pampa salitrera donde el trabajador se agota, se anula, queda inútil al cabo de poco tiempo.
¿Cuáles son las ventajas que ofrece el Norte a los obreros? Ninguna.
El porvenir es siempre sombrío. Los diez ó doce pesos de que les han hablado en el sur los esplotadores i traficantes de enganches de obreros, se reducen al poner el pié en Iquique ó Antofagasta, á tres ó cuatro pesos que apenas han de alcanzarles para comer.
Muchos traen sus familias, sus mujeres, sus hijos, para que arrastren junto con ellos la pesada cadena de esta vida, que ningún instante tiene de alegrías.
Al cabo de pocos días, los engañados tratan de volver a sus lares, sueñan con el campo, nos falta verde para recrear la vista dicen en medio de sus nostaljias los campesinos, pero ya es tarde, pues para regresar ya no hai pasajes gratis, i es necesario emprender economías para pagar el viaje. Conocidas las cualidades del trabajador i necesitando darse alguna pequeñísima distracción, lo poco que pudieran economizar lo beben ó lo comen. Así van quedando sujetos forzosamente al duro yugo á que se les ha uncido, en medio de su sencilles i su bonachona ignorancia.
Las ventajas que la pampa ofrece no son para los obreros, sino para los capitalistas, los que pueden ser patrones desde el primer momento… i esos no se mueven del Sur!
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Últimamente algunas ciudades de la zona agrícola, han emprendido una campaña enérjica i noble en contra de los que, valiéndose de engaños, tratan de atraer campesinos, dejándoles oír el tintineo májico del oro, que al llegar al norte se convierte en miserable papel.
Chillán ha sido una de las primeras en dar el alerta al pueblo, i creemos que estas pájinas llenan de sinceridad han de contribuir á que termine de una vez el engaño que sufre el pueblo cuando se le habla del norte, i también á concluir con ese funesto prejuicio que reina en las distintas clases de la sociedad, en el sur, al creer que el pueblo del norte, es levantisco, bullanguero i criminal. Esta ignorancia es cruel. Pocos pueblos más tranquilos i humildes como el de Tarapacá i la estadística criminal expresa el hecho de que si los habitantes de la provincia no son los mejores de todo Chile, en todo caso ocuparán el segundo término.
LOS ANTECEDENTES DEL MOVIMIENTO
Desde mucho tiempo atrás se dejaba oír entre las jentes de la pampa un clamor contínuo ocasionado por la carestía de los artículos i por la baja de los salarios. Este clamor ó esta lamentación llegó invariablemente á los oídos de las casas salitreras, i á oídos de la autoridad administrativa de la provincia.
La situación, mui difícil para los trabajadores, vino a agravarse más todavía cuando el cambio, en un descenso loco i sin precedentes en la historia de la República, llegó a límites que hicieron imposible la existencia á los obreros en caso de seguir rijiendo los mismos salarios.
En las oficinas salitreras, es verdad que la carne i el pan son relativamente más baratos que en Iquique, pero conviene tener presente que los pulperos ó despacheros de las oficinas, se encargan de proporcionar libras de carne de 250 ó 300 gramos i panecillos bastante pequeños á los consumidores forzados de sus establecimientos.
Ahora los artículos importados, los licores, azúcar, té, velas, etc., llegaron á precios excesivamente altos; en una palabra, la vida se hizo imposible en las oficinas de la pampa salitrera.
Veamos lo que se pedía en las pulperías por algunos artículos:
Por una vela $ 40 centavos
Un tarro de te 1/4 de libra. 1.50 “
Un tarro leche 1.50 “
Mantequilla i queso sólo se vendía por 50 centavos, porotos i arroz por 20 centavos. La libra de carne pesaba allí sólo 7 á 8 onzas.
Un par calamorros, 9 pesos (antes valía 4 pesos).
Un sombrero de paño común, 14 pesos
De un quintal de harina hacían 170 marraquetas de á veinte centavos.
Los jornales mientras tanto se mantenían invariables de 4.50 á 5 pesos.
EL MEETING DE ZAPIGA
El 15 de Diciembre tuvo lugar en el pueblo de Zapiga un comicio popular al cual asistieron representantes de los trabajadores de casi todas las oficinas de la pampa Norte de Tarapacá.
A este comicio asistieron más de 2.000 personas, que, reunidas en la plaza del pueblo, escucharon la palabra de los oradores, que desde la tribuna pronunciaron diversos artículos, todos conducentes al mejoramiento de la condiciones de vida del trabajador.
Los señores José Santos Morales, Luís Olea y Aníbal Mateluna, en frases patrióticas y de verdadera justicia, hicieron ver la difícil y angustiosa situación porque atravesaba el pueblo. En idéntico sentido hablaron los señores José Alday, presidente de la Comisión del meeting, quien abrió la reunión, F. Carabantes, Abdón Carrasco, Roberto Pérez, Martín Rodríguez, Rudecindo Muñoz, Ramón Calderón, Pedro 2º Castillo, Luís Ponce y José Arancibia.
Al meeting asistieron representantes de las siguientes oficinas: Santa Rita, Victoria, California, Valparaíso, Hervatska, Aguada, Jazpampa, Sloga, Enriqueta, Sacramento, Aragón, Compañía, San Antonio y Trinidad.
Insertamos uno de los discursos pronunciado por el conocido comerciante José Santos Morales. Hélo aquí:
«Compañeros y amigos:
Como rezan las invitaciones repartidas, para este meeting, el objeto es elevar a S.E. el Presidente de la República, una petición para que arbitre medidas tendentes á mejorar la situación creada por la baja del papel moneda y la consiguiente alza de los artículos de primera necesidad.
Aún cuando las personas creen que nada sacaremos, que no se nos oirá, no importa, señores, pero al menos tendremos el honor de dar la iniciativa, y con ello prever los malos resultados á que vamos, si se desentienden del justo clamor que hoy invade el ánimo de los trabajadores.
Los hijos del trabajo y especialmente los chilenos, hemos estado sufriendo con resignación las calamidades de la hora presente y ahora pedimos al Supremo Gobierno haga algo por nosotros, por los oprimidos en esta despiadada crisis.
Si por desgracia no se atiende a nuestro clamor, especialmente el Jefe de la Nación, él será entonces el mayor responsable de las consecuencias que vengan si continúan en esa situación despreciativa al soberano pueblo. Termino compañeros y amigos dejando la tribuna para que otros, que con preparación nos ayuden en esta tarea, pidiéndoles a todos y en nombre del Directorio observen tranquilidad, ciñéndonos al programa, y demostrando con ello que el pueblo de Zapiga es digno de la cultura que todos le reconocemos.»
La concurrencia, con todo orden y compostura en seguida de expresar sus opiniones y oír la palabra de los oradores, escuchó las conclusiones de esta reunión, que fueron las siguientes:
«A S. E. el Presidente de la República:
El pueblo de Zapiga, reunido en Asamblea pública con el concurso de la mayor parte de los trabajadores salitreros de la pampa tarapaqueña, acordó unánimemente pedir a S.E. que en vista de la situación calamitosa creada á el trabajador con motivo de la depresión del cambio, S. E. despliegue todas las enerjías propias del primer Majistrado de Chile, dentro de la Constitución y las leyes y en resguardo y beneficio del pueblo oprimido, estando S. E. seguro de que pueblo lo acompañará en su sanción en toda ocasión en que S.E. cumpla su programa de rejeneración de Chile.
F. A. Aldai, presidente. – José S. Morales, vicepresidente.- R. Pérez C., pro-secretario.
En seguida empezó á dispersarse la concurrencia en medio de grandes manifestaciones de entusiasmo y con un orden que habla muy en favor, por cierto, de todos los obreros que asistieron al meeting, y que enaltece la causa que quedó espuesta en dicha reunión con toda claridad y compostura debidas.
ESTALLA LA GRAN HUELGA
La huelga empezó en toda forma en la oficina San Lorenzo, el día 13 de diciembre, estendiéndose rápidamente a las oficinas Santa Lucía, La Perla, Esmeralda, Santa Clara i Santa Ana, formándose con los obreros de todas estas oficinas una enorme columna que el día 14 acampaba en el pueblo de San Antonio en número no inferior a 5 mil hombres.
La actitud de los trabajadores no dió motivo á ninguna queja durante la noche que pernoctaban en el citado pueblo i al día siguiente se trasladaba á Lagunas, para bajar desde allí á Iquique. En su viaje pasaron sucesivamente por las oficinas San Pedro, Cholita i Sebastopol, hasta llegar a la estación Central.
Sui itinerario siguió desde allí en la siguiente forma:
Carpas, milla 125 i Alto del Molle, donde durmieron esa noche, poniéndose al día siguiente en camino á Iquique, en las primeras horas de la madrugada. La tropa de línea que se había enviado con ese objeto, indicó á la jente que no bajara hasta algunas horas después, por lo cual no llegó a Iquique sino á las 8 de la mañana, dándoseles alojamiento en el local del Hipódromo.
Momentos antes habían llegado á este sitio el intendente interino de la provincia, don Julio Guzmán García, don Antonio Viera Gallo, don Santiago Toro Lorca, i el jefe interino de la División, comandante don Agustín Almarza.
La autoridad previniendo el estado de extenuación en que llegarían los trabajadores pampinos, hizo colocar en el Hipódromo fondos de café, pipas de agua i una cantidad de pan fresco, todo lo cual permitió que los huelguistas saciaran oportunamente sus más apremiantes necesidades.
En seguida vinieron las conferencias con el Intendente señor Guzmán, expresándoles que pedían el pago de sus jornales á un tipo de cambio fijo de 18 peniques, la abolición de las fichas i la adopción de otras medidas que signifiquen el bienestar del trabajador.
El Intendente manifestó á los obreros que la autoridad tenía el deber de escuchar con atención i en poner lo que estuviera de su parte para satisfacer de una manera conveniente las presentes dificultades. Agregó que se complacía de ver el orden en que llegaba á la ciudad el elemento trabajador, orden que según le había expresado el Comité directivo de los obreros, no sería alterado en ningún caso.
Concluyó manifestándoles que le presentaran un pliego con sus peticiones para ponerse al habla con los jefes de las oficinas i buscar el mejor arreglo posible dentro de los derechos de los obreros i de los intereses comunes.
A las 10 A.M. el señor David S. Fuller envió cuatro terneras por orden de la autoridad, á fin de que junto con otros alimentos sirvieran de almuerzo a los huelguistas.
Más tarde como no se pudiera reunir todo el Directorio de a Asociación Salitrera de Propaganda, el Intendente acompañado del comandante señor Almarza, regresó al Hipódromo i propuso al Comité de Obreros la celebración de una tregua de ocho días para que los salitreros pudieran estudiar detenidamente los diversos problemas que se les presentaban i llegar á soluciones que consultaran los intereses de obreros i patrones.
Después de una larga deliberación al Comité aceptó la idea de volver inmediatamente á las oficinas á reanudar el trabajo en la forma acostumbrada i durante el plazo convenido, quedando en libertad los obreros para reanudar la huelga en casi de que fracasara el arreglo.
Se propuso por el Comité á los obreros la aceptación del convenio, i después de una discusión fue aceptado por aclamación, i se nombró un comité jeneral compuesto por cinco delegados cada oficina, cuyo personal insertamos más adelante para que se quedara en Iquique al habla con el Intendente i los patrones hasta producir un acuerdo.
Se dirijieron entonces los obreros á la Estación de los ferrocarriles Salitreros, donde les esperaban tres convoyes, pero en vista de que se les pusieron carros de carga i no de pasajeros, como se debió haber hecho, resolvieron no embarcarse, i regresaron a la Plaza Prat, donde se celebró un meeting.
Varios oradores pronunciaron enérjicos discursos tendentes á solidificar la unión establecida entre el elemento obrero de la pampa.
En seguida se dirigieron á la Intendencia, donde manifestaron á la autoridad su firme propósito de no regresar a la pampa antes de conocer una solución definitiva.
Acto continuo se encaminaron por indicación del Intendente á la Escuela Santa María, en cuyo local se les suministró víveres i alojamiento.
Esto fué lo que ocurrió el Domingo 15.
Al día siguiente, como muestra de simpatía a los obreros pampinos, los trabajadores de la ribera, los carreteros, cocheros del Ferrocarril Urbano, coches públicos i obreros de diversas empresas suspendieron todas sus operaciones.
Por ese motivo la ciudad, desde el día 16, con las casas de comercio clausuradas, y sus calles recorridas por patrullas de tropa armada representaba el aspecto de aquellos días en que ocurren graves sucesos.
LA PRESENTACIÓN DE LOS OBREROS
A las diez de la mañana del 16 se reunían en la Intendencia presididos por el Intendente señor Guzmán García, los señores que á continuación se expresan
Gobernador Marítimo Capitán de Navío don Miguel Aguirre Administrador de aduana, don Manuel Urrutia; Vicario Apostólico, don Martín Rucker; señores Luís Moro; Jil Galté, Gustavo Cousiño, Julio Salinas, Juan de Dios Reyes, Arturo del Río, Agustín Arrieta, Santiago Toro Lorca Antonio Viera Gallo, Horacio Mujica, Rafael Fuenzalida, Luís Vergara, Roberto Alonso, Comandante Almarza, Luis F. Videla, Justino Pellé, Pedro C. Guldemont Claudio Barrios y varios otros vecinos.
Después de diferentes consideraciones se nombró una comisión que debería ponerse al habla con los industriales salitreros, a fin de que se les pidieran su cooperación para dar fin á una situación tan difícil.
Dicha comisión quedó compuesta de los siguientes señores: Gobernador marítimo, Vicario Apostólico, Rafael Fuenzalida, Agustín Arrieta, Santiago Toro Lorca y otros quienes dieron a la una del día cuenta de la misión que se les encomendara.
Los salitreros solicitaron estudiar las condiciones pedidas por los obreros para lo cual esperaban se les presentaran un memorial comprometiéndose á contestar dentro de dos días.
Dicho memorial fue presentado á las 3 de la tarde por los delegados de los obreros y los puntos que abarcaron sus peticiones fueron las siguientes:
«Suprimir por completo el sistema de fichas y vales, que son en gran parte la causa del presente movimiento.
Pago de jornales al tipo de cambio de 18 peniches.
Permitir el libre comercio en todas las oficinas.
Los cachuchos deberán cerrarse con rejas de fierro para impedir las continuas desgracias que sufren los operarios.
En todas las pulperías debe haber balanza y vara para confrontar las mercaderías que en ellas se venden.
Habilitación de locales para fundar escuelas en los establecimientos salitreros.
Los administradores no podrán arrojar el caliche que traen los operarios sin pagárseles previamente el valor de las carretadas.
Las personas que han tomado parte y han organizado el presente movimiento no podrán ser destituidas de sus puestos en las respectivas oficinas á las cuales pertenecen y si lo fueren serán indemnizadas con una suma que fluctúe entre 300 y 500 pesos.
En caso de quedar de para una oficina, se dará á cada trabajador de 10 á 15 días de desahucio.
Y se reducirán á escritura pública los anteriores acuerdos firmándola los jefes de casas salitreras y los representantes de los obreros”.
Como se ha dicho, estas peticiones quedarán en poder de los salitreros, quienes dijeron contestarían dentro de dos días plazo, el 18 de Diciembre a las dos de la tarde.
Su contestación la veremos más adelante.
MAS HUELGUISTAS
Después de esperar los resultados de la conferencia el pueblo se dirigió á la plaza Prat y de haí á la estación del Ferrocarril Salitrero á recibir a unos 500 trabajadores que venían del interior.
Juntos volvieron después todos los obreros á la Plaza Prat donde se verificó un meeting al cual concurrieron unas 7.000 personas siendo los oradores muy aplaudidos.
Concluido el meeting los obreros se dirigieron nuevamente al local de la escuela Santa María, con toda moderación y orden.
EN ESPERA DE LA CONTESTACIÓN
Más o menos á las 6 de la tarde del 17, el pueblo en número de más de seis mil se dirigió á la Intendencia con el fin de ponerse al habla con el Intendente suplente.
Este funcionario dirigiéndose al pueblo expresó: Que él había tratado de solucionar por todos los medios á su alcance, el conflicto producido entre los trabajadores de la provincia y los dueños de oficinas salitreras. Si las cosas aún no se habían arreglado en forma satisfactoria, él esperaba y confiaba en poder arribar dentro de poco á un acuerdo favorable para las clases trabajadoras.
Espuso también el señor Guzmán García que el Excelentísimo señor Presidente de la República, don Pedro Montt había nombrado una comisión compuesta del general Silva Renard, el coronel Ledesma i don Carlos Eastman para que solucionasen el problema entre los trabajadores y los salitreros de la provincia, haciendo presente que, conocidas las simpatías generales de que gozaba el señor Eastman en la provincia era necesario reconocer que el pueblo encontraría en él un seguro defensor de sus derechos.
Finalmente les manifestó que vería con agrado que las clases trabajadoras mantuviesen el mismo orden hasta ese momento, ya que el desorden no influía absolutamente en nada sobre reclamaciones basadas en el derecho y en la justicia.
El pueblo aplaudió con entusiasmo al Intendente interino, retirándose en seguida al local de la escuela Santa María en una columna compacta.
Frente al local de la Escuela, en el interior de la carpa del circo Océano, se pronunciaron de nuevo diferentes discursos por varios oradores, en los que recomendaron mucho orden y tranquilidad.
EL COMITÉ GENERAL DE LOS OBREROS
El día 17 en la noche se reunieron los delegados de la Unión Pampina á fin de elegir Directorio, quedando compuesto éste de la siguiente forma:
Presidente señor José Brigg
VicePresidente señor Manuel Altamirano
Tesorero señor José S. Morales
Secretario señor Nicanor Rodríguez p.
Pro-Secretario señor Ladislao Córdova
Vocales
Of. San Lorenzo. Francisco Ruiz, Belisario Medel y Emilio Piedra.
Of. Santa Lucía. Rosario Calderón, Lorenzo Rojas y Eufrocio Contreras.
Of. San Agustín. Roberto Montero y Artemio Acuña.
Of. Iquique. Luís Muñoz
Of. Esmeralda. Juan de Dios González, Isidro Morales y Pedro Molina.
Of. La Perla. L. Rodríguez y A. Méndez.
Of. Santa Clara. Juan Medina, Lorenzo Barreda y Pedro Sotomayor.
Of. Santa Ana. Samuel Toro, Manuel Altamirano y Pedro Pavez.
Of. Cataluña. José S. Paz, Francisco Díaz y Francisco Muñoz.
Of. Argentina. Luís Córdova, Guillermo Miranda y Evaristo Peredo.
Of. San Pedro. Félix Paiva y Zenovio Valenzuela.
Of. San Enrique. José. M. Cáceres, Víctor T. Cerpa y Ruperto Miranda.
Of. Cholita. Arturo Taquía.
Of. Sebastopol. Manuel Quiroz.
Of. San Pablo. Ladislao Córdova.
Of. Cóndor. José M. Montenegro.
Of. Pirineos. Germán Gómez, Luís Rojas y Augusto Ortiz.
Pozo Almonte. Pedro A. Aranda.
Of. Buen Retiro Ignacio Monares.
Of. Carmen Bajo. Ramón Fernández.
Además los gremios de Iquique, que por simpatía se había adherido al movimiento de los obreros de la pampa, nombrando los siguientes representantes
Gremio de Panaderos, señores Ricardo Benavides y Abdón Desteio.
Centro Estudio Social y Redención, señores Manuel Aguirre y Carlos 2º Ríos.
Gremio de Carpinteros, señores Pedro Pavez y Rodolfo Ternicien.
Gremio de Jornaleros, señor Francisco Monterreal.
Gremio de Lancheros, señor Eduardo Jofré.
Gremio de Pintores, señor Luís Ayala.
Gremio de Gasfiteros, señor Rosario Solís.
Gremio de Albañiles, señor Juan de Dios Castro.
Gremio de Maestranza señores Miguel 2. Silva, Arturo Espinoza y Armando Tucas M.
Gremio de Carreteros, señor Abel R. Cueto.
Gremio de Cargadores, señor Ventura Ortiz.
Gremio de Abasteros, señor Agustín Muñoz.
Gremio de Sastres, señor Francisco Sánchez.
Además, firmes e sus propósitos de mantener el orden, de entre ellos nombraron comisionados para quitarles las armas que pudieran tener alguno de los trabajadores y para que reprimieran cualquier asomo de disturbios.
Los siguientes obreros recibieron este encargo:
Félix Paiva, Ignacio Morales, Ramón Fernández, Roberto Leyton, Arturo º Encalada, Carlos Castro, Ramón L. León, Manuel Arias, José Vera, Ernesto Araya, José 2º Alarcón, José Rosa Guerrero, José Luís Cordova Zenobio Valenzuela, Víctor Cerpa, Pedro Fernández, Guillermo Miranda, José M. Cáceres, Hipólito Jalarce, Francisco Burgueño, Juan Jones, Ceferino Molina y Fermín Rojas.
LLEGAN MAS OBREROS
El día 18 habían paralizado su elaboración con motivo de la huelga las siguientes oficinas:
Alto San Antonio.- Cataluña, Pirineos, Cóndor, Esmeralda, La Perla, Palmira, Paposo, Providencia, Santa Ana, Santa Clara, Argentina, Santa Elena, San Lorenzo, Santa Lucía, San Enrique, Sebastopol, Cholita, San Pedro, San Pablo, San Enrique, Alianza, Pan de Azúcar, Aurrerá, Sur, Norte y Centro Lagunas.
Pozo Almonte.- Buen Retiro, Carmen Bajo, Keryma, La Palma, Peña Chica, San Esteban, San Donato, San José.
Huara.- Santiago, Mapocho, y Constancia.
Negreiros.- Agua Santa Josefina, Napried, Primitiva, Puntunchara, Reducto, Rosario de Negreiros, Rosita y Democracia.
Dolores.- Aguada, Angela, California, Camiña, Enriqueta, Hervaska, Porvenir, Recuerdo, San Patricio y San Francisco.
Catalina.- Santa Catalina, Santa Rita, Sloga, Unión.
Zapiga.- Compañía, San Antonio y Aragón.
Muchos obreros esperaban en la pampa la pasada de algún tren ara trasladarse a Iquique y así iban llegando á este puerto por grandes partidas, y á la cabeza los delegados elegidos entre ellos mismos.
Los trabajadores de Iquique, los gremios de fleteros, lancheros, cargadores, cocheros y conductores de carro, todos se habían adherido á este tranquilo y pacífico movimiento por puro espíritu de compañerismo.
La actitud de los trabajadores en huelga les atrajo una gran corriente de simpatía en toda la ciudad pues se vía, al par de la justicia de sus peticiones, su moderación y orden.
Los obreros habían venido á Iquique porque era necesaria su venida, así, en masa. El nombrar comisiones y delegados para jestionar con los salitreros, siempre ha sido para ellos una tarea inútil, pues á estos comisionados ó se les expulsa de la pampa ó son acusados de ajitadores del pueblo contra el orden y las leyes.
La huelga fue, pues, necesaria, y más que necesaria, forzosa para oponerla á la omnipotencia de los salitreros.
EN LA ESCUELA SANTA MARÍA
La patria, el diario de la tarde en Iquique, que siempre colocó la huelga en su justo terreno, -y fiel en sus propósitos denunció cualquiera irregularidad-, decía respecto a los obreros asilados en la Escuela Santa María, las siguientes frases elogiosas:
«Hoy tuvimos la oportunidad de visitar la Escuela Santa María, lugar donde hospedan más de seis mil huelguistas.
Era precisamente la hora en que se les repartía el almuerzo, y damos en seguida los detalles que observamos hasta llegar á este sitio.
El Comité Central está instalado en los altos del local, y damos en seguida los detalles que observamos al llegar a ese sitio. En la escala estaban destinados á guisa de centinelas, como ocho ayudantes de orden los cuales se ocupan de atender á las personas que desean hablar con el Directorio.
Pasamos nuestra tarjeta que los ayudantes hicieron llegar hasta el presidente Brigg quien ordenó se nos diera libre paso.
Permanecimos en el lugar más de dos horas y en todo ese tiempo pudimos imponernos de la magnífica organización que tienen los huelguistas.
El Presidente al medio con sus Directores alrededor y los ayudantes de orden á retaguardia, imparten sus órdenes que son acatadas con todo respeto.
Los delegados que van llegando se presentan al Directorio y éste los inscribe en un registro dándoseles al mismo tiempo las instrucciones del caso, esto es, que la bandera de orden que han enarbolado los huelguistas jamás sea arriada.
A cada instante los ayudantes de ordenar recibían instrucciones para los huelguistas que eran inmediatamente obedecidas.
También pudimos oír que con un tino desde todo punto de vista plausible, se tomaban informaciones a las comisiones nombradas por el comité para vigilar a todos los establecimientos donde se expenden bebidas alcohólicas. Las comisiones hacen los denuncios al Comité General, y este a su vez, las comunica a la autoridad competente.
Esta levantada actitud de los mismos trabajadores de denunciar á los comerciantes que venden licor a sus compañeros, merece sea tomada en cuenta porque, con ello, se justifican ante el mundo, como obreros que solo luchan por el pan, desbaratando ellos mismos todo aquello que se encamine á producirles disturbios.
Francamente aquello es un cuartel general donde solo reina la disciplina mas completa escudada siempre en el buen sentido.
Dignas de oírse son allí las órdenes que se reparten, pues todas van encaminadas á impedir que se venda licor á sus compañeros, que guarden siempre la norma de conducta que han adoptado desde el primer día y que, así, dan una prueba más de este pueblo trabajador que hoy se levanta en actitud pacífica para que se le oiga en su justo clamoreo.
Los delegados, por otra parte, se hacían presentes ante el Comité para imponerlo de los últimos trabajos. Cada uno de los ayudantes que efectuaba alguna comisión dada por el Comité, inmediatamente de concluida daba cuenta de su resultado, encomendándosele al instante otra.
Nos retiramos, pues, del cuartel general sin cansarnos de admirar la perfección, orden y buen criterio con que dirige el movimiento el Comité Central Unido de la Pampa e Iquique.
MAS OBREROS
A las ocho y media de la mañana del día 18 llegaron tres mil obreros que venían del Alto de Caleta Negreiros y Huara
Una comisión los recibió en la estación de los Ferrocarriles y de ahí se dirigieron al cuartel general, donde les dio la bienvenida el VicePresidente del Comité Central señor Luís Olea con un entusiasta discurso.
LAS FUERZAS MILITARES
Al comienzo de la huelga sólo había en Iquique la tropa del Regimiento Granaderos y unos pocos hombres del Carampangue. 330 de éstos habían sido enviados á la pampa á cubrir la guarnición de las diversas estaciones y oficinas salitreras, quedando á lo sumo unos cien hombres en Iquique.
Además de la policía de seguridad, que en el mejor de los casos daría un total de ochenta hombres de caballería.
Toda esta tropa, insignificante para la masa de huelguistas á quienes se quería custodiar, había sido barrida por un núcleo de diez ó doce mil hombres, si estos hubieran estado organizados o hubiesen tenido la más remota intención de cometer desmanes en la ciudad.
Pero, -como hemos dejado establecido-, los trabajadores no provocaron jamás un desorden y su presencia en la ciudad, á pesar de ser tan subido su número no despertó temores de ninguna especie en el vecindario.
El día 17 el crucero Blanco Encalada traía de Tacna 200 hombres de infantería del Regimiento Rancagua al mando del mayor don Arturo Moreira; además desembarcaba en las últimas horas de la tarde, 100 marineros y 25 hombres de la guarnición militar, pertenecientes al Regimiento Artillería de Costa.
El día 18 á la una y media de la tarde, llegaba la Esmeralda procedente de Valparaíso, fondeando momentos después en medio de la ansiedad de millares de curiosos que esperaban en los alrededores del muelle de pasajeros el desembarco de las fuerzas que se decía traía dicha nave.
En realidad solo traía tropa de marinería, la que no saltó á tierra en toda la tarde y poco a poco fueron abarriéndose los espectadores dirigiéndose uno tras otros á su local de la Escuela Santa María.
LLEGA EL INTENDENTE DE LA PROVINCIA
Continuaba la huelga sin visos de solucionarse, pero tan tranquila como en el primer día.
Los trabajadores se repartían por los diversos barrios y plazas de la ciudad, recorriendo el comercio, -muchos de ellos, jente del sur, apenas conocedores de las calles-, y entreteniendo el tiempo mientras llegaba la palabra oficial, mientras llegaba el Intendente propietario, quien, según el suplente, traía plenos poderes del Gobierno para atender las peticiones el pueblo en forma más conveniente para éste.
El día 19, habrían en Iquique alrededor de diez mil trabajadores de la pampa; muchos de ellos habían venido a pié con sus mujeres é hijos á través de los ardientes arenales, sin alimento ni agua que beber; muchas criaturas perecieron víctimas de la fiebre y del cansancio, y después de todas estas penalidades, el pueblo, ese gran visionario, ese eterno niño grande, esperaba ciegamente que el prestigio del Intendente consiguiera para ellos lo que sus justas peticiones y sus lamentos no habían obtenido de los patrones.
Antes de las dos de la tarde del 19 fué avistado el crucero Ministro Zenteno el cual momentos antes de las tres fondeaba á proa del Blanco.
Apenas largó anclas se dirigieron á bordo á recibir al Intendente Eastman, el Suplente señor Julio Guzmán García, don Santiago Toro Lorca y el Comandante de la Esmeralda, capitán de Navío don Arturo Cuevas.
Después de una larga conferencia celebrada á bordo entre el Intendente Eastman y las personas que fueron á recibirle, bajó la comitiva del Zenteno haciendo las salvas de ordenanza.
En esos instantes faltaban poco minutos para las cuatro de la tarde.
La embarcación fue remolcada por una lancha a vapor del mismo crucero hasta el paso del Patillihuaje, siguiendo después a remo hasta el costado del muelle donde esperaba al Intendente numerosas personas entre las cuales estaban don Arturo del Río, primer Alcalde de Iquique, los señores Juan Hameau, Juan de Dios Aguirre, J.M. Bravo, Rafael Fuenzalida, Hermójenes Cordero, el fraile Rucker y numerosos militares.
Después de los saludos, la comitiva se puso en marcha por entre las tropas que abrían calle desde el muelle hasta la Intendencia, que como se sabe está en la calle Baquedano, á cinco cuadras del muelle.
las aclamaciones del pueblo que, reunido en número de ocho mil almas, esperaban al Primer mandatario de la Provincia, se sucedían incesantes y ruidosas. Era el regenerador de la Provincia, el salvador del pueblo, que en horas angustiadas venia en defensa de los derechos de los obreros, trayendo el bagaje de sus enormes influencias con los salitreros, quienes, como se sabe, hicieron al señor Eastman antes de partir al Sur espléndidas manifestaciones y le ofrecieron régios banquetes.
LA PALABRA OFICIAL
Al paso del enorme jentio la tropa hacia esfuerzos sobrehumanos para conservar la colocación que se le había fijado, no produciéndose ni el más lijero incidente, a pesar de que, como decíamos, era una verdadera marea humana la que avanzaba en pos del señor Eastman.
Una vez frente a la Intendencia el pueblo esperó sus palabras las que no tardaron en dejarse escuchar.
Una ovación grandiosa y que debió haber impresionado profundamente al señor Eastman, se escapó de todos esos pechos varoniles, que, desde abajo parecían latir al impulso de un solo ideal: el conseguir el mejoramiento de su tristísima situación.
Una vez restablecido el silencio, el Intendente dijo lo siguiente:
«Pueblo de Tarapacá. Os saludo:
Me había retirado con el ánimo de no volver, pero vosotros me habéis llamado.
Vengo de la capital y traigo la palabra del Excmo. Presidente de la República, que son las de solucionar estas dificultades en la forma más favorable para vosotros consultando con equidad los intereses de los industriales salitreros.
Mi viaje obedece a este propósito: de volveros a ver de nuevo en vuestras faenas, contentos y tranquilos.
Estudiaré las desavenencias entre obreros y patrones y para ello espero me secundareis en todo sentido, hasta lograr el éxito que espero.»
Una estruendosa salva de aplausos acojió estas frases, aplausos que duraron largo rato, retirándose después a concurrencia hacia la Escuela Santa María, con todo orden y comentando favorablemente las promesas contenidas en el discurso del señor Eastman.
Por su parte el señor Eastman se retiro á la sala de despacho donde empezó inmediatamente a desempeñar sus funciones de Intendente.
LA PRIMERA ENTREVISTA
Momentos después, el Intendente recibía en su sala de despacho á una delegación autorizada del Comité General de los obreros.
La conferencia se prolongó por más de una hora. El señor Eastman escuchó con toda atención las alegaciones de los obreros y los interrogó sobre diversos detalles hasta formarse un concepto cabal de sus propósitos y aspiraciones,
Repitió a los obreros que debidamente autorizado por el Excelentísimo Presidente Montt, venía dispuesto a solucionar el problema, lleno de interés por el pueblo, sin olvidar las necesidades de la industria salitrera. Les aconsejó que reanudaran sus tareas, porque no era posible que la autoridad abordara tan graves problemas ante la presión de los obreros que en tan gran número habían venido desde la pampa a la ciudad. Como estos asuntos no son para resolverlos en unas cuantas horas, los obreros no necesitaban estar todos en la ciudad, porque les bastaba con una delegación más o menos numerosa para llegar con los patrones á soluciones convenientes por intermedio de la autoridad, que está dispuesta a consagrar su voluntad y su tiempo para resolver las dificultades con el más alto espíritu de equidad y justicia.
El Comité de Obreros reiteró al Intendente sus propósitos de orden y quedó de consultar a sus compañeros y con contestar al día veinte á primera hora.
El Intendente congratulado de la actitud del Comité le repitió que acogieran sus recomendaciones, que perseveraran en el orden y que la autoridad estaba dispuesta y tenía los medios para asegurar en todo caso la tranquilidad de la ciudad y la Provincia.
LOS SALITREROS
En la misma tarde, en seguida que el señor Eastman recibiera al Comité de obreros, el presidente de la Combinación Salitrera, Mr. William Hardie, fué a visitarle á la Intendencia.
Después de una larga conferencia entre los nombrados no se llegó a ninguna solución. Ya no era el plazo de dos días pedido por los salitreros lo que dificultaba la contestación deseada por los trabajadores; había trascurrido cuatro días, desde la llegada de estos de a la pampa.
Junto con la llegada del gefe de la provincia, Iquique contaba con 1.800 hombres de línea, perfectamente amunicionados, con ametralladoras de desembarco y listas para el ataque. El aspecto de las cosas cambiaba para los salitreros y ya podían ellos negar todo lo que pidieran los trabajadores sabiendo que las autoridades reprimirían manu militare cualquier desmán.
Por eso es casi inoficioso tratar de estas conferencias entre el Intendente y los salitreros. Esta visto que sus intereses priman y primarán siempre por sobre el bien del pueblo, y discutir esto es ocioso.
Ellos han sido los tenaces defensores de la inmigración asiática, que ha de arrebatar tarde o temprano estas provincias á la República; el pueblo ha solicitado en cien comicios y la prensa popular ha hecho campañas ardientes en pro de admitir asiáticos en el territorio nacional, pero el gobierno, atento a los intereses de los capitalistas, a puesto oídos de mercader á las peticiones del pueblo y sus representantes en la Cámara.
Sin estendernos en consideraciones que en todo sentido serían funestas para los salitreros y para el gobierno diremos solamente que el plazo y las promesas ofrecidas en horas angustiadas por los salitreros, fueron una simple media que terminó cuando las tropas, haciendo despliegue de sus fuerzas, recorrían las calles de Iquique en son de ataque.
UN DIA TRISTE
El 20 la situación no había cambiado en nada. Habían llegado hasta ese día numerosas partidas de trabajadores de las oficinas. Algunos se alojaban en las casas de sus parientes ó amigos, y los más iban á la Escuela Santa María donde pernoctaban, y donde se les daba algún alimento por parte de la Intendencia.
Numerosos particulares simpatizando con la causa de los obreros hacían á estos obsequios en dinero, comida y artículos de primera necesidad.
A la una y media del día se reunió en la Intendencia un grupo de industriales salitreros, tratándose en esa reunión de las peticiones de los obreros.
Asistieron á esta reunión los señores William Hardie, R. Stul, el señor Homfray representante de Gibbs y Cía., John Lockett, D. Richardson, N. Clarke, F. Astoreca, A. Syers, representante de Gildemeister señor N. Hofrichter, Carlos Otero y Cónsul boliviano segnr Moreno.
Unos tras otro los representantes de casas salitreras fueron exponiendo al Intendente Eastman la formal negativa de no acceder mientras estuvieran con la presión de los huelguistas que habían bajado a Iquique y que era una amenaza para sus mismas vidas. En seguida los salitreros se retiraron.
EL COMITE DE OBREROS EN LA INTENDENCIA
Un poco después, a eso de las cuatro de la tarde el Intendente de la provincia recibió en su sala de despacho á la delegación del Comité de obreros, y conferenció con esta durante largo rato.
Al pesar del misterio que ha rodeado los actos de la Intendencia durante esos días se supo y es rigurosamente exacto, que el presidente del Comité de obreros hizo unas cuantas proposiciones conciliatorias pudo al Intendente. Desentendiéndose de todos los demás untos solicitados, los obreros aceptaban un sesenta por ciento del aumento en sus salaros y recibieron una redonda negativa. Pidieron un cuarenta, hasta un treinta por ciento, pero no se accedió a nada.
Ellos eran una amenaza para la ciudad.
Y esa especie de antesala de la Muerte, como podría llamarse a la Intendencia de Tarapacá, empezaba a diseñarse claramente una negra sombra una silueta pavorosa, que los delegados quizás en un rapto de temor alcanzaron á vislumbrar.
Entrevieron la matanza de ellos. Dijeron entonces al Intendente que permanecería en el local de la Escuela Santa María en espera de la respuesta á sus peticiones de última hora, pero que no regresarían á una nueva conferencia. Expusieron una vez más al señor Eastman que esta huelga había sido necesaria pues los salitreros llevaban sus abusos á términos nunca vistos especulando con el trabajo y el hambre de los trabajadores.
Regresaron pues a la Escuela, á poner en conocimiento de la jente el resultado negativo en esta conferencia.
EL GENERAL SILVA RENARD
En el Ministro Zenteno, llegaron junto con el Intendente, el general don Roberto Silva Renard, el coronel Ledesma y el prefecto de Policía don Óscar Gacitúa. De este último señor se ignoraba su llegada la que fue una verdadera sorpresa, por diversos motivos de los cuales casi no vale la pena acordarse.
El general Silva -decían los diarios de la mañana- conociendo la índole tranquila de los trabajadores será un auxiliar prestigioso del señor Intendente.
Y n verdad que fué un auxiliar, si no prestigioso al menos poderoso del Intendente de la provincia, como lo veremos al retratar los luctuosos sucesos que se desarrollaron poco después de su llegada y que quedarán como una estela imborrable, como una visión dolorosa en los habitantes de Iquique, mientras ellos vivan.
Quizás hasta las jeneraciones venideras recuerden en el pueblo estas tristes escenas que sólo evocarlas apena el alma y en cuyo desarrollo juega un desgraciado papel un general de la República.
El pueblo, que sabe morder polvo, cuando se la ametralla, tendrá presente siempre la actuación que le cupo al ejército en esta pacífica huelga, cuyo desenlace fue una de las sorpresas más estupendas que puede uno imaginarse.
LA PRIMERA SANGRE
El día 20, entre dos y tres de la tarde, encontrábanse reunidos en la estación de Buenaventura unos mil trabajadores de las oficinas Alianza, Pan de Azúcar y Lagunas, ubicadas como se sabe en el Cantón Sur.
Aprovechando de un tren que permanecía estacionado en ese punto, los huelguistas quisieron bajar á Iquique, oponiéndose á ello la tropa de línea el regimiento Carampangue, que en número de quince hombres al mando del oficial Ramiro Valenzuela, les notificó que debían retirarse á sus oficinas, absteniéndose de posicionarse en los trenes que eran de propiedad articular.
Insistieron los trabajadores y la tropa hizo varias descargas. Cayeron 7 muertos y quedaron 16 heridos en el campo, todas esas víctimas, naturalmente fueron del lado de los huelguistas, quienes ni tenían armas ni la más remota intención de atacar a las tropas.
¡Había corrido la primera sangre!
Esos mil obreros, sin más defensa que la justicia de sus peticiones, regresaron tristemente a sus oficinas seguidos de la tropa de línea y de individuos de policía.
Tras ellos quedaba un reguero de sangre y varios compañeros muertos en demanda del mas justo de los derechos: ¡el derecho de vivir!
El Sol inclemente, asesinando sin piedad á los heridos que quedaron en el suelo, terminó la obra iniciada por las tropas que impidieron la bajada de los huelguistas. Sin embargo, en otro tren que pasó más tarde, vinieron muchos de estos obreros, conduciendo á una de las víctimas.
Este tren fué anunciado á las once de la noche, desde Alto del Molle.
UNA NOCHE LUGUBRE
Un silencio sepulcral reinaba en las calles completamente desertas. Las puertas de las casas, todas cerradas y las luces apagadas de los negocios y cantina contribuían á dar un aspecto estraño é impotente á la noche que precedió la matanza.
Nos parecía tener fija en todas partes la visión dolorosa de los primeros muertos caídos en Buenaventura; escuchar á lo lejos redobles de tambores y ruido de armas chocando entre sí, en medio del lamento confuso y dolorido de los moribundo. Una atmósfera pesada y húmeda cubría á Iquique en esas de la noche.
A las once y media se sintieron algunos pitazos apagados y débiles en la Estación del Ferrocarril Salitrero.
Nos encaminamos por la desierta calle de Bolívar hácia ese sitio, no tardando en encontrarnos con patrullas de caballería é infantería que acudían á tomar colocación a lo largo de la calle de Vivar, cubriendo el camino desde la Estación hasta las puertas mismas de la Escuela Santa María.
Todos los movimientos de las tropas se hacían en medio de un misterio y de un secreto angustioso. Como en vísperas de un combate las tropas alistaban sus armas, y en las bocacalles, gruesa patrullas de policía montada lucían sus fúnebres capotes y sus blancas gorras de brin.
Llegó el convoy al andén. Nuestra ansiedad fue subiendo punto por punto, hasta que vimos descender el cadáver que, según declararon los obreros, iban a pasearlo por la ciudad.
El general Silva Renard les hizo ver lo innecesario de ese acto, que sólo produciría mayor excitación ocasionando un gran pánico en la ciudad, y trayendo terribles consecuencias para ellos.
El pueblo accedió. Dejó el cadáver depositado en la estación, y en silencio, sin un ruido, avanzó la columna en dirección á la plaza Manuel Montt.
Nustra alma se conmueve al recordar esa noche de infinita tristeza. Esa calma precursora de la más horrenda tempestad se presenta, -ahora que los días crueles han pasado,- rodeada de mil detalles, que enferman y oprimen la mente.
La triste caravana fué atravesando así, silenciosa y con el paso característico de los pueblos abrumados por un desastre, con las cabezas inclinadas, las mujeres al lado de sus esposos y aún algunos niños, precedidos de dos o tres faroles con velas encendidas, que sin dudas sirvieron para velar al compañero, caído en la tarde en la jornada de Buena Ventura…
¡Pobres parias, todavía alucinados declaraban solemnemente que no turbarían el silencio ni el sueño de los moradores de la ciudad con sus explosiones de ira! ¿Y no pensaron que su llegada iría a conmover los corazones de las almas buenas, llenándolos de compasión y de cariño hácia ellos?
El pueblo seguido de las tropas, llegó al local de la Escuela Santa María, donde momentos después se echaban unos a otros por el suelo, en el duro pavimento, en espera de la luz del nuevo día, y devorando sus recuerdos amargos, infinitamente amargos…!
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A esa misma hora, en la Antesala de la Muerte, en la Intendencia de Tarapacá, se dictaba el siguiente decreto:
ESTADO DE SITIO
“Iquique, Diciembre 20 de 1907.
He acordado y decreto:
1.º- Queda prohibido desde hoy traficar por las calles y caminos de la provincia en grupos más de seis personas á toda hora del día o de la noche.
2.º- Queda prohibido en la misma forma traficar por las calles de la ciudad después de las 8 de la noche, á toda persona que no lleve permiso escrito de la Intendencia.
3.º- Queda también prohibido el estacionamiento ó reunión en gruos de más de seis personas.
4.º- La jente venida d ela pampa y que no tiene domicilio en esta ciudad, se encontrará en la Escuela Santa María y en Plaza Montt.
5.º- Queda prohibida absolutamente la venta de bebidas capaces de embriagar.
6.º- La fuerza pública queda encargada de dar estricto cumplimiento al presente decreto.
Anótese, comuníquese al Comandante General de Armas y publíquese por bando.- EASTMAN.- J. Guzman García”.
No nos detendremos á comentar la constitucionalidad ó inconstitucionalidad del decreto en referencia, ni á estudiar el fin ni los móviles que lo hicieron nacer, recordaremos solamente que tiene un parecido muy grande con aquel que nos cita Víctor Hugo en su “Historia de un Crimen” y que expidiera Luís Bonaparte en el Palacio del Eliseo el 2 de Diciembre de 1851.
Al citarlo, no cometeremos el absurdo de parangonarlos, solo lo haremos por que fue el principio de los medios de justificación de que han ido echando mano las autoridades para organizar, decretar y justificar la masacre del 21 de Diciembre de 1907!
Al hablar de este decreto, súbitamente aparece á nuestra vista el aspecto de la sala principal de la Intendencia en la noche del 20 de Diciembre; nos imaginamos asistir á esa atolondrada reunión de notables, presidida por el señor Eastman, que nerviosamente hablaba á los asistentes; divisamos de nuevo al general Silva Renard como meditando un grandioso plan de defensa, á un coronel y á varios militares discutiendo entre sí, al secretario Guzmán García con su ademán favorito, -sujetándose su inavaluable cabeza, como desde el primer día de la huelga.- temeroso de que huyera; y á dos ó tres personages que vinieron figurando desde el principio el movimiento obrero, á modo de asesores técnicos de las autoridades.
Esa reunión de notables en la sala del Intendente nos dejó una impresión clara y precisa.
A las 12 de a noche fueron abandonando la Intendencia, uno á uno, los que momento antes acordaran el estado de sitio.
El pánico había hecho presa de las autoridades, y hablaban todos, y todos discurrían y gesticulaban como enfermos de fiebre que deliraran en medio de mil emociones estrañas.
A esa hora un ruido sordo y lejano, siniestro y continuado nos llevó hácia la Plaza Pratt. Desembarcaban en ese momento trescientos marineros de las naves de guerra fondeadas en la bahía, con varias ametralladoras que arrastraban al trote por el endurecido suelo de las calles.
Esa era la entrada triunfal de la Muerte!!
Siguieron los marineros por las calles de Baquedano y guiados por soldados de policía llegaron á la Prefectura, donde pernoctaron y donde quedaron depositadas las ametralladoras hasta el día siguiente.
A partir de ese instante la ciudad vivía bajo el régimen marcial. El oído atento de sus moradores sólo escucharía galopes, marchas y contramarcha ¡las lanzas! sables chocando ruidosamente; en suma, toda esta alegoría desastrosa de la muerte y devastación que ha vivido durante un tiempo en las calles de Iquique, y que en el Orebro de los que fuimos testigos oculares, perdurará eternamente, como una negra pesadilla.
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LA HORRIBLE TRAJEDIA
† 21 de Diciembre de 1907
Un hermoso Sol de Primavera vino la iluminar toda esta aparatosa decoración de guerra levantada en pleno Iquique, en la ciudad más pacífica y tranquila de Chile.
Los soldados que durmieron en la noche, haciendo vivacs en las calles, fueron relevados, y gruesos piquetes de caballería recorrían desde las primeras horas de la madrugada, brillando el Sol en las aceradas lanzas de los jinetes y flameando al viento la conocida banderita nacional unida á éstas.
A las 7 de la mañana se proclamó por bando en las plazas y lugares públicos el decreto de las autoridades, que daba término á todas las garantías individuales de los ciudadanos y que sirvió, como todo el mundo sabe, para llenar perfectamente su cometido, el triste papel que le cupo al Ejército de la República en este día de duelo para el pueblo chileno.
A partir del desastre de Buena Ventura nuestra relación, absolutamente desligada de la que han hecho los diarios, se encamina solo á dejar perfectamente establecida la verdad de lo ocurrido para que el país se imponga de ello y la historia pueda juzgar esta matanza con toda clase de detalles.
Engañar al pueblo sería vano empeño. El pueblo sabe demasiado bien lo que vamos a narrar; podríamos engañar al país, seguir engañando a la opinión pública de la nación como lo han hecho diversos diarios en Iquique, dictados por la autoridad después de este día triste, engañar al país como lo han hecho los encargados de decir la verdad á esos diarios del centro de la República, -los corresponsales, personas que, manejadas por las autoridades, ó entregados á los capitalistas han jugado un triste, un tristísimo papel, que les hace poco honor-, pero esto no es nuestro papel.
Podemos hablar muy alto, porque nuestros intereses no son los intereses de las autoridades de los salitreros. Tampoco se nos puede acusar de elementos subversivos, ni de cabecillas ni de agitadores.
¡Es tan difícil ahogar la voz de la conciencia, máxime cuando á cada paso nos asaltan las visiones temblorosas de un pueblo humilde que ha sido destrozado por que sí…!
Los sacrificios de esa jente pobres párias que no tienen quien les defienda después de muertos, ¿debían tomarse como un algo insignificante, cuando fueron dejando en el camino, devorados por la fiebre, á sus hijos queridos?
¡Ah! Pesa en estos dias amargos, una montaña de inequidades y de injusticias!
Los obreros no aceptaron, pues, esos trenes y empezaron á concentrarse al local que la autoridad, por el bando que minutos antes se había publicado, acababa de señalarles: la Escuela Santa María.
A esa hora, las diez de la mañana, el Intendente Eastman celebraba una última conferencia con dos salitreros: Mr. William Hardie y Mr. Noel Clarke, cónsul ésta al mismo tiempo de Gran Bretaña e Iquique.
Lo que se trató en esa conferencia nadie lo sabe; solo el gobierno por medio de las notas confidenciales de la autoridad de Iquique, debe saberlo.
Una vez más debemos repetir que los obreros esperaban buenamente que ablandándose un instante el corazón á los capitalistas del salitre, les diesen un treinta por ciento, ó siquiera un 20 por ciento para regresar á la pampa.
Pero ya la otra autoridad de Tarapacá. –quizás la suprema autoridad,- LOS SALITREROS,- declararon que esa pibre jente era una amenaza para ellos!…
Siguiendo su vieja táctica, pidieron garantías y ante esa exigencia se decretó la matanza.
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Así fue como las tropas de caballería anduvieron recogiendo á todos los obreros que había diseminados en la ciudad. Muchos de ellos, jente que pocas veces veía el mar, había ido a mariscar á la orilla de las rocas, en el camino de Cavancha, se les dijo que se recogieran en el edificio de la Escuela, que ahí tendrían luego la contestación!
Una romería interminable de trabajadores empezó á subir por diferentes calles en dirección á ese local, donde al medio día habrían reunidos mas de diez mil huelguistas, todos contentos, en espera de la grata nueva…
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SUPREMA LEX
No queremos olvidar esta frase latina, que fue la frase inicial con que empezó la relación de los sucesos uno de los diarios de Iquique.
¡Suprema Lex! ¡Suprema ley es ametrallar al pueblo ,- á un pueblo-oveja,- y poner las instituciones armadas al servicio de los capitalistas… Así lo ha repetido el honorable senador señor Sánchez Manselli al condenar la matanza. Al recuerdo de esta frase el pueblo no debe olvidar que no tiene quien lo defienda, y que cuando esos diarios ú otros vayan la contarles cuentos en busca de sus votos para conseguir un diputado ó u senador, debe repetirles muy alto: ¡Suprema lex!
¡El pueblo necesita tener sus representantes en las Cámaras, y esos representantes deben ser buscados en el pueblo!
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REVISTANDO LAS TROPAS
A la una del día se encontraban reunidas en la Plaza Prat todas las tropas de la guarnición y las llegadas de refuerzo durante los últimos días. Estas tropas ocupaban los cuatro costados de la plaza y se descomponían en las siguientes cantidades:
Regimiento de Caballería Granaderos con 250 hombres; Regimientos de Infantería O’Higgins y Rancagua con un total de 500 hombres; 200 marineros de los cruceros Esmeralda, Blanco y Zenteno, con dos ametralladoras; 100 individuos del Regimiento Artillería de Costa, desembarcados de estos mismos buques y más ó menos 50 guardianes de a caballo. En total, 1.00 hombres, armados y amunicionados con cien ó doscientos proyectiles cada uno y dos ametralladoras con 5.000 cartuchos á bala.
A la una y media llegaba el general Silva Renard acompañado de los capitanes de navío don Miguel Aguirre y don Arturo Wilson, del mayor Mac-Lean, de dos capitanes de Estado Mayor, del prefecto de policía Óscar Gacitúa, y del comisario de este mismo cuerpo Ignacio Núñez.
Inmediatamente pudimos imponeros de que se iba á revisar las tropas, aunque sin comprender el objeto ni el significado de tal revista.
El general Silva, con la mayor sangre fría, empezó a preguntar á cada comandante el efectivo de sus fuerzas, anotando cada cifra.
A cada comandante le habló en secreto y lejos del público, al cual tampoco se les permitía acercarse para poder escuchar.
Sin embargo sorprendimos las siguientes palabras del general Silva dirigidas á la tropa y oficialidad de uno de los cuerpos:
“Hay que obrar con energía y sin compasión contra el enemigo”………………………
Súbitamente apareció ante nuestra vista todo el horroroso significado de esta revista militar, de este despliegue de fuerzas y de frases incoherentes, de esos cuchicheos de los oficiales, de esos galopes de caballo, de esos jestos y miradas.
Hasta pudimos ver algunos oficiales retirados de servicio, a quienes, parece se les contrató momentáneamente, para ese día.
De improviso comprendimos toda la trama urdida. Vimos al general leer una orden escrita, que alguien le trajo, y sereno, con la serenidad de un héroe que marcha al sacrificio, ordenar el avance de las tropas en dirección al local de la Escuela Santa María, en demanda de la Plaza Manuel Montt
Nos preguntamos admirados qué podría llevarles á la escuela, y llegamos á convencernos con horror que el propósito de este gran despliegue de fuerzas en son de guerra, no podía ser otro que el provocar un choque con los obreros; buscar acaso un pretesto para ejecutar algunas muertes.
Excitados, llenos de angustias y de sobresalto, seguimos en pos de los cuerpos de infantería que subieron en dirección á la Plaza Montt por las calles de Latorre y Thompson, mientras la caballería del Regimiento Granaderos subía al galope por la calle de Tarapacá y desembocaba en el sitio señalado, por la calle Amunátegui.
Un gentío inmenso, más de siete mil personas, seguían de cerca á los cuerpos del ejército. Todo el mundo tratando de adivinar el objeto de la ida de estas tropas hácia los huelguistas, que á esa hora almorzaban tranquilamente, ó fumaban cigarrillos sentados en las veredas ó en las puertas, ó bajo la carpa de un circo instalada en el centro de la plaza.
En nuestra mente se fijó una idea. Se iba en busca de un pretesto para que habiendo un choque, hubiese una causa justificada para matar algunos de esos infelices. No había delito, pero se iba á fabricar uno.
A las 2½ las fuerzas estaban colocadas en la Plaza Manuel Montt, en la siguiente forma:
El regimiento Granaderos ocupó al lado Este de la Escuela, desplegándose en línea de combate los regimientos de infantería al lado Oeste, y la marinería y Artillería al frente del edificio, que como se sabe está situado en el costado Sur de la Plaza.
La fotografía inserta dará una cabal explicación del sitio y aspecto de la plaza nombrada.
A medida que las tropas iban llegando, vivas atronadores llenaban el espacio, vivas al ejército y á la marina representados por el general Silva y marinos que le acompañaban.
Banderas peruanas, argentinas, bolivianas y chilenas ondeando en mástiles improvisados daban un aspecto casi alegre á esa gran aglomeración de pueblo, mezclándose á todo esto el brillo de los uniformes y el color vivo de las banderolas flotando al viento, atadas en las lanzas de caballería.
Las ametralladoras, colocadas á media cuadra de la puerta de la Escuela,-en la calle de Latorre,- relucían al Sol y las armas de un millar de soldados despedían destellos casi fantásticos.
Los obreros vivaban al ejército y á la marina, á las autoridades, que quizás ya habrían conseguido algo para ellos sus hijos, y no veían la muerte levantarse escuálida y horrible por encima de todo ese despliegue de fuerzas, acumuladas por las autoridades contra ellos.
Avanzó entonces el general Silva hasta la puerta principal donde el comité de delegados de las diversas oficinas, salió a su encuentro, lleno de respeto y con toda calma, mientras la concurrencia, -delirante de entusiasmo,- redoblaba sus hurras y vivas á las instituciones armadas.
El general sacando entonces la orden que le entregaran en la Plaza Prat momentos antes, -la orden del Intendente que ordenaba hacer despejar la Escuela y arrojar al pueblo al Hipódromo,- la leyó, oniéndoles e conocimiento todo el contenido.
Los delegados expresaron claramente al general, que la autoridad les había dado desde el primer día ese local como alojamiento hasta cuando lo desearan, que, todavía más, el bando publicado en la mañana de ese día, expresaba terminantemente “que los obreros deberían estar reunidos en la Escuela Santa María”.
El general insistió en que debían acatar la orden que traía y que en todo caso él tenía como hacerse respetar.
Los huelguistas hicieron presenta al general que consideraban que la autoridad no habría querido burlarse en esa forma de todos ellos y le reiteraron su decisión de no abandonar el cómodo local de la Escuela, por ese erial, situado en los extramuros de a ciudad donde no tendrían la menor comodidad, al abrigo alguno.
Repitiéronle también al general que ellos no subirían más á la pampa.
Cansado del eterno abuso de los salitreros habíanse resignado á iniciar una huelga como esa, habían bajado a Iquique todos juntos, todos unidos, porque enviarles delegados á los salitreros era enviar ovejas á la boca del lobo; esos delegados pagaban su osadía bien caro, se les expulsaba de la provincia ó se les reducía á prisión por «agitadores».
Finalmente los peruanos esperaban un sí ó un nó definitivo de las autoridades para emigrar á su patria. Igual cosa los bolivianos y á los chilenos… á los chilenos…! Á los parias en su propio suelo, en su patria, se les ofreció que trasportes del gobierno los llevarían al Sur si no querían permanecer en la provincia. Todo exacto, todo rigurosamente exacto.
Nuevamente hablaron á los obreros los del estado mayor del general Silva, el capitán de navío don Miguel Aguirre y el comandante del Regimiento de Granaderos don Agustín Almarza.
En ese instante supremo una ráfaga de pánico, del natural amor por la vida había privado á todos los delegados de los obreros, á ese puñado de honrados soldados del trabajo, á quienes después se les llamó sencillamente cabecillas y agitadores. Habían divisado la Muerte en su salida del local. En la noche en el Hipódromo, lejos de la ciudad serían fusilados, en manos de sus ya declarados enemigos debían rendir mansamente la vida. Previeron su triste fin.
El pánico, el amor por la vida, como decimos, les dominó por completo. Y sin embargo, caminaron hacia la Muerte!
Pidieron á sus compañeros que lo les abandonasen y esos nobles hombres,-peruanos y bolivianos,- héroes tranquilos y resignados, esperaron cara á cara á La Muerte.
Ennobleciéronse mil veces, esos extrangeros, al sacrificarse por sus hermanos con quienes compartieron allá en las áridas llanuras de la pampa mil angustias y mil dolores. Juraron entonces no abandonar la Escuela, no abandonar á los delegados, á sus compañeros que les guiaron en su camino a Iquique, en medio de penurias e incertidumbres.
El general avanzó por última vez y con toda calma, casi sonriente, les dijo que quedaba un breve plazo, que el fuego iba á empezar enseguida.
Entonces esos pobres hombres, á quienes los salitreros y la autoridad condenaron a ser ametrallados, fueron suficientemente nobles, suficientemente heroicos, para gritar una vez más: ¡Viva Chile! ¡Viva Argentina! ¡Viva el Perú! ¡Viva Bolivia! Mostraron al general sus pechos desnudos y sus manos encallecidas arrojaron al aire sus sombreros.
Vimos en esos omentos una pobre mujer, una boliviana, que penetró al recinto de la Escuela, un aspirante del Carampangue la detuvo y ella exclamó:
Mi marido está aquí; quiero morir junto con él…
No eran aún las cuatro. El general hizo abocar las ametralladoras y se retiró a un sitio conveniente.
Nos parecía un suelo, una locura, una cosa de otro mundo. Hacer asesinar á un pueblo, ante el cual, -entre 10.000 hombres,- no había un solo malhechor, matarlos sencillamente por ¡que se necesitaba hacer una masacre.
Y todo fue un sueño.
Repercutió en el aire un sonoro ¡Viva Chile! Cuando sonó la primera descarga de fusilería disparada por la infantería del Regimiento O’Higgins.
Algunos amparadores de la matanza se han atrevido á sostener que la tropa la primera vez hizo disparos a fogueo, pero esto es una falsedad tan grande como la consigna del general Silva Renard en su famoso parte pasado a la Intendencia y en el cual asegura que los obreros hicieron disparos de revólver y aún de rifle.
Si así hubiese sido, talvez éste militar hubiera tendido un pretesto como disculpar la crueldad con que trató al pueblo. Los obreros no hicieron un solo disparo, y entre los doscientos cadáveres que quedaron en el suelo no se encontró un solo revólver, una sola arma de fuego.
Las descargas de fusilería dirigidas á la azotea produjeron un efecto horroroso.
Los cuerpo de las víctimas caían desde lo alto de los techos al patio y al jardín, envueltos en las banderas ensangrentadas que un momento antes agitaran entusiastas en señal de saludo á las tropas.
Un instante cesó el mortífero fuego de fusilería. Algunos de los obreros quisieron salir en ese intervalo ero las tropas de Lanceros los ultimaron sin piedad; lo delegados les gritaron también desesperadamente: «Compañeros, no nos abandonen, muramos juntos…!» y esa oleada de jente retrocedió de nuevo hasta las puertas, lanzando llena de justa indignación las frases más groseras y duras, las maldiciones más tremendas….
Entonces, el general, en ese momento supremo, en ese desgraciadísimo y vergonzoso momento, ordenó romper el fuego á las ametralladoras.
Aquello fué infame, fué sin nombre.
Caían segados, despedazados horrorosamente, hombres á quienes veíamos de pié un segundo antes; caían fulminados así como espigas tronchadas por el huracán.
El horrible disparar de las ametralladoras duró menos de un minuto.
Un montón de cadáveres se hacinó en la puerta principal del edificio. La sangre humeante, corría a torrentes por la aceray cientos de heridos tambaleándose caían al suelo para no levantarse jamás.
Hubo tal exceso de crueldad al hacer matar de esa manera al pueblo más tranquilo que hemos conocido, que nuestra sangre parecía hervir, que nuestro corazón parecía estallar al contener apenas la indignación que nos causara esa horrenda hecatombe.
Doscientos cadáveres y moribundos formaban un inmenso montón en la puerra, al lado de las rejas.
Individuos con la cabeza desaparecida, que al levantarlos se les deshacía pr completo el cráneo, sin caras, partidos por la mitad, rebanados por algún centenar de disparos; otros, con los sesos escapándoseles por horribles agujeros; aquí uno con la lengua colgando y la boca destrozada, allá otro con un brazo separado del cuerpo ó con las dos piernas hechas astillas; mil restos humeantes, diseminados entre los moribundos que estertoreaban, ó daban alaridos tan crueles que partían el alma.
Al lado de la carpa del Circo, al pié de un poste que hay frente á la escuela, habrían cincuenta muertos, apiñados así como los corderos cuando el carnicero les va amontonando… En medio de una agonía espantosa se arrastraban por la tierra innumerables moribundos. Sus rostros defigurados formaban con el sudor, la sangre y la tierra una sola masa informe, horrenda… Se ahogaban en seguida, en el charco de su propia sangre, sin que una mano caritativa hiciera menos cruel su propio martirio, sin na gota de agua que mojara sus labios.
Mas lejos, bajo la carpa del Circo, todavía más muertos y heridos.
Allí estaba, con una pierna partida, la boliviana de que anteriormente hiciéramos mención.
Quisimos hablarla. Le preguntamos por su marido y las lágrimas rodaron por sus mejillas. A su lado estaba él, el esposo, el compañero de toda la vida, un hombre de faz serena y tranquila.
La Muerte había enturbiado sus pupilas y en su frente dos agujeros indicaban el sitio por donde las balas habían penetrado.
¿Sufre mucho? Preguntamos á la pobre mujer. Y la infeliz, en medio de sus dolores sobre humanos nos respondió con una imprecación… entonces nuestros labios quisieron balbucear una frase de consuelo pero solo vinieron hasta ellos palabras de angustias y frases recondenación.
Fuimos los primeros en penetrar á la plaza, cruzando por entre la línea de tropas formadas en las boca-calles y así, no perdimos un solo detalles de todo este horroroso drama, único en nuestra historia de pueblo libre y civilizado.
En la sala de la escuela, -vastas salas de aspecto desolador,- se arrastraban desesperadamente heridos y moribundos. En los patios sobre el duro cemento, reposaban los cuerpos de muchos infelices y donde quiera que volviéramos la vista, veíamos los mismos huesos triturados, las muecas desesperantes de los que agonizaban y despojos mortales, inmóviles, rígidos, con la eterna tranquilidad de la Muerte.
Horrorizados recorrimos el local de la Escuela Santa María. El corazón daba vuelcos y un deseo incontenible de gritar, de dar rienda suelta á la dolorosa tensión de nuestros nervios, nos dejaba trémulos.
Detrás de nosotros divisamos al Prefecto de Policía Oscar Gacitúa, siempre sonriente, siempre feliz. Más lejos el señor Villar, segundo Gefe de la Sección de Pesquisas, acompañado de un agente apellidado Lira, procedía á registrar los cadáveres, juntando en un canasto el dinero, los relojes y demás prendas que llevaban a las víctimas, y tropezando aquí y allá con los cuerpos tirados en los corredores salimos de nuevo á la calle.
Al pasar por el dintel de la puerta una lluvia de sangre que caía de las azoteas nos salpicó las ropas… Entre las plantas raquíticas se agazapaban cadáveres y heridos á quienes nadie recojía, de quienes nadie se preocupaba.
Afuera, el horrible lote nos aguardaba. Miramos hácia los cuatro costados de la plaza y ningún herido había sido aún recogido. Dos ó tres frailes iban de un lado á otro, mientras la tropa de policía hacía derroche de energía y de valor atropellando en las boca-calles al pueblo que llorando pretendía entrar á auxiliar á sus hermanos.
Huímos de aquel sitio.
Al dar vuelta por la calle de Barros Arana para seguir á la columna de huelguistas que se divisaba á lo lejos, dimos una última mirada, instintivamente, ese cuadro horroroso que quedaba detrás de nosotros separado por una barrera humana contenida por tropa de policía montada, al mando del comisario Ignacio Núñez.
¡Y esa visión lúgubre y horrenda aparece á cada instante delante de nuestra vista! ¡Aparece ese triste rebaño humano inmolado sencillamente porque sí, or simples presunciones; porque los capitalistas así lo desearon!
¡La Plaza Manuel Montt, de Iquique, desde ese día deberá llamarse por el pueblo la “Plaza de los Mártires” porque los que allí sucumbieron, fueron verdaderos mártires, hombres honrados y justos cuyo crimen fué muy grande: el de pedir más an para ellos y sus hijos.
HACIA EL HIPÓDROMO
A lo lejos divisábanse las banderolas de los lanceros y una mancha oscura, semi envuelta en el polvo, avanzaba lentamente.
Apresuramos el paso y llegamos á la retaguardia de la columna, compuesta de la tropa de marinería con el comandante Arturo Wilson á la cabeza, tropas que arrastraban las ametralladoras con que habían castigado á sus hermanos y parientes quizás.
Los desgraciados marchaban en medio de un silencio imponente.
A la altura de la calle de Bulnes, cuando la cadena de huelguistas seguía por Barros Arana, se salió un poco de la fila un pacífico ciudadano boliviano, motivo por el cual un soldado de granaderos le dio un feroz lanzazo que lo mató en el acto, destrozándole el cráneo.
El sombrero de la víctima quedó ensartado en la punta de la lanza.
Difícilmente podrá verse mayor ferocidad que la gastada por la tropa en esta ocasión.
Más lejos, otro trabajador, recibió otro lanzazo por la espalda quedando muerto en el acto, como el anterior. El vecindario cerraba las puertas poseído del pánico mientras la tropa seguía haciendo disparos,-ahora al aire.- para amedrentar á los obreros.
Al llegar al Hipódromo el general Silva Renard les dijo más ó menos: “Ustedes eran los guapitos, que no querían abandonar la Escuela? ¡Ahora sabrán que yo soy el que mando!…
Enseguida, haciendo gala de crueldad, les dirigió la palabra preguntándoles por los delegados que aún quedaban, ara saber quienes de ellos desearían pasajes para el Sur.
Varios trabajadores naturalmente se levantaron, los cuales fueron conducidos fuera del recinto, no volviéndose á ver más.
Entonces las tropas procedieron á rejistrar á la jente, encontrándose entre todos ellos, entre ocho mil hombres, -qué horror!- varias cortaplumas y dos revolvers…
¡Con cuánta justicia los salitreros exijían una matanza de esas fieras, si se sabía que con las armas que poseían arrasarían en un instante toda la ciudad…!
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Regresamos á la Plaza Montt y allí encontramos ya á varios médicos que, con los practicantes del Hospital y algunos boticarios, prestaban los primeros auxilios á los heridos.
Por otro lado las carretas de la Policía Urbana cargaban muertos y más muertos.
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Estamparemos aquí un aplauso caluroso para una noble mujer que, desde los rimeros momentos, prestó utilísimos servicios á los heridos. Sentimos no haber podido averiguar su nombre.
LA NOCHE TERRIBLE
En la noche del 21 patrullas de caballería, de infantería y destacamentos de marineros recorrían las calles de la ciudad.
Los pocos vecinos que salían á esa hora tenían que huir á sus casas, pues, si no tenian los pasaportes, -curiosos pasaportes que empezó a dar en la tarde el Intendente.- corrían grave riesgo de verse envueltos entr la banda de malhechores y facinerosos, que allá lejos en los albarrabales de la ciudad, en el Hipódromo, tiritaban de frío y de hambre…
Lo que pasó esa tarde del 21 de diciembre ningún habitante de Iquique puede saberlo.
Haya sucedido lo que se dice, ó no haya sucedido, nadie puede negarlo ni asegurarlo, pues en esos días la curiosidad se pagaba con la Muerte.
La dictadura militar más odiosa se había declarado en esta tranquila provincia y las amenazas secretas y las prevenciones partían de la Antesala de la Muerte, una tras otras.
Pero si podemos asegurar que en el silencio de la noche escuchamos varias descargas de fusilería. En medio de a soledad, sin testigos, sin una sola persona, que como nosotros pudiera levantar su voz y decir al país todas las ignominias cometidas con el pueblo, era fácil escojer á las víctimas y matarlas una tras otras.
¿Cuántos obreros fueron fusilados? ¿Cuántos padres de familia fueron inmolados?
No lo sabemos nosotros no lo sabe nadie; pero fueron muchos.
EL DOMINGO 22
¡Triste día Domingo fue el 22 de Diciembre!
En la mañana se les repartió unos porotos ya vinagres que habían quedado del día 21 y que naturalmente nadie probó. Las ametralladoras al mando de algunos jovencitos, guardia marinas, continuaban al frente del pueblo con la espada de Democles.
Antes del medio día se obligó á embarcarse á muchos obreros, entre ellos iban, Morales, Olea, Brig. Y otros delegados que consiguieron escapar. Olea tuvo que arrancarse á tirones los poblados bigotes que tenía, igual cosa hizo Brigg y disfrazándose con ponchos, que le prestaron algunos compañeros consiguieron pasar en las filas, sin ser vistos por el general Silva Renard que les buscaba con ahinco.
Esos obreros para llegar a la línea del Ferrocarril tuvieron que atravesar el inmenso arenal que se estiende desde el Hipódromo á los cerros, enseguida escalar los cerros, y subir a los carros de carga; arreados como un piño por la tropa de caballería del Regimiento Granaderos que les acosaba y empujaba incesantemente.
Ese pueblo estaba embrutecido por los sufrimientos. Observamos sus rostros demacrados y sus ojos sin fijeza parecían tener los signos de la locura.
A las dos de la tarde subió el último lote, más o menos dos mil obreros, y en medio de un sol abrasador, hundiéndose en la arena caldeada, sin una gota de agua con que humedecer los labios, esos hombres llegaron á la linea, como hormigas negras apiñadas en las laderas de los altos cerros.
Hambrientos y devorados por la sed no podían chistar siquiera.
Las tropas estaban al lado y todavía era hora para efectuar otra matanza.
A las tres llegó un convoy con diez carros de carga y en él subieron los trabajadores ocupando la tropa otro tren y dispuesta á hacer fuego a la menor señal de revuelta.
Felizmente los obreros se contentaron con maldecir una vez por todas á esta ciudad donde habían venido en busca de garantías que les ofrecía un representante del gobierno, y donde otro empleado del gobierno había fusilado á centenares de sus compañeros.
EN EL CACHAPOAL
En el Hipódromo quedaron alrededor de 250 hombres que se negaron á subir á la pampa y á los cuales, á las cuatro de la tarde, se les embarcó en el muelle Lockett, en Cavancha, y se les condujo a bordo del Cachapoal, vapor que los llevó á Valparaíso.
Ellos han sido los primeros en llevar al Sur la noticia verdadera de lo ocurrido en Tarapacá, y todo lo que ha salidote sus labios, aún cuando parezca mucho, es poco todavía.
El país, si ha querido saber la verdad de lo ocurrido debería haber recurrido á ellos, y no esperar los partes oficiales que han adolecido de un cúmulo de inexactitudes.
LOS MUERTOS Y LOS HERIDOS
Queremos terminar esta parte de la obra haciendo una relación de las víctimas que resultaron en el siniestro día 21.
Desde el primer momento el general Silva Renard dijo al gobierno que entre muertos y heridos había un total de 140! No debe olvidarse para comentar este sabroso dato, que el mismo general dice en su parte, que le hicieron disparos de revólver y de rifle desde la escuela…!
Se ha tratado de ocultar en toda forma el número exacto de muertos y el de heridos. En el cementerio, el enterrador, ha declarado haber 150 muertos, pero este no es un dato verídico, pues ya se sabe que á ese funcionario se le ha encargado que debe decir esa cifra.
Al Registro Civil se llevó á inscribir en el libro de defunciones nada más que los siguientes nombres de difuntos que fueron reconocidos por sus familias ó parientes el Domingo 22, en el Lazareto o en el Hospital.
Floridor Tapia, chileno, de 34 años, soltero; Bernardo Galleguillos Avilés, de 39 años, chileno, casado; David Ramírez, chileno, de 27 años, casado; Luciano Rojas González, chileno, de 19 años, soltero; Alfonso Olivares Saavedra, chileno de 50 años, casado; Domingo Cortés Ovalle, chileno, de 40 años, casado; Patricio Rojas Ramírez, chileno, de 64 años, casado; Óscar Valenzuela, chileno, 28 años, soltero; Rudesindo González, chileno, de 35 aos, se ignora su estado; Benjamín Viscarra Lira, eruano, de 17 años, soltero; Arturo Tapia, chileno, de 18 años, soltero; Francisco Bustamante, chileno, de 26 6años, soltero; Daniel Llanos, peruano, de 26 años, soltero; Manuel González Guerrero, chileno de 44 años, soltero; Juan R. Gamboa, chileno, 17 años, soltero; Francisco Ramón Espinosa, chileno de 30 años, casado; Basilio Ollavire, peruano, de 26 años, soltero; Gregorio Villarroel Cortés, chileno, de 43 años, soltero; Manuel Torres Uribe, chileno, de 50 años, soltero; Guillermo Tirado Jamett, chileno, de 40 años, soltero; Juan Ignacio López, chileno, de 33 años, soltero; Juan Paz Guerrero, argentino de 9 años; Romualdo Alcayata Vera, chileno, de 30 años, soltero, Tomas Caipa Chila, peruano, de 39 años, soltero; Delfín Trigo Rojas, chileno, de 24 años, soltero; Heriberto Garzua, peruano de 24 años, soltero; Lorenzo Rodríguez, chileno de 25 años, casado; Jenaro Maldonado, peruano de 30 años, soltero; Fermín Pérez, chileno, de 35 años, soltero; Dámaso Rivera Salinas, chileno, de 43 años, soltero; Remigio Jonquera Contreras, de 34 años, casado; Francisco Ramírez, chileno, de 23 años, soltero; Juan Astudillo, chileno de 23 años, soltero; Domingo Montes, boliviano, de 26 años, casado; Fructuoso Castillo Cortés, chileno de 35 años, casado; Manuel Díaz, chileno, de 61 años, soltero; Ernesto Ayala, chileno, de 33 años, soltero; Mauricio Cáceres Jones, peruano, de 28 años, casado; Marcelino Caipa Tancarés, peruano, 18 años, soltero; Basilio Torres Guzmán, boliviano de 18 años, soltero; Francisco Ramírez; Manuel Fanes, peruano; Remigio Jonquera, chileno; Fermín Pavez, chileno; Manuel Castro, chileno; Gumercindo Tapia, Juan Rosas, Severo Miranda, Gregorio Rojas, Hipólito Sobarzo.
Los heridos que se llevaron al Hospital fueron 156 solamente, según declaraciones de empleados de ese establecimiento y según consta en los libros. De estos 156 han fallecido después el sesenta por ciento.
Publicamos también sus nombres, así como el de los muertos, por ser un dato interesante y como un homenaje á la memoria de ellos.
Rafael Pastén, chileno; Clodomiro Salazar, chileno; Norberto Pérez, peruano; Aurelio Aramburu, peruano; Fermín Pérez, chileno; Froilán Lizaraso, boliviano; Víctor Vildoso, peruano; Ignacio Vélez, chileno; Gregorio Cancino, boliviano; Roberto Araya, chileno; Agustín Gómez, chileno; Emeterio Farfán, peruano; Ceferino Prada, peruano; Remigio Gándara, chileno; Pío Milla, chileno; Basilio Torres, boliviano; Guillermo Tirado, chileno; Juan Portugal, peruano; Andrés Fierro, chileno; José Maturana, chileno; Carlos Delgado, peruano, Luís A. Saldivia, chileno; Juan Santander, chileno; José López, boliviano; Manuel Godoy, chileno; Belisario Guajardo, chileno; Manuel González, chileno; Juan Cuadro, peruano; Ernesto Ortiz, peruano; Guillermo Pérez, peruano; Agustín Avilés, chileno; Juan Araya, chileno; Jermán Rivera, chileno; Caciano Palma, chileno; Jua Torres, peruano; Manuel Muñoz, chileno; Edmundo Rojas, chileno; Martínez Machaca, boliviana; Pedro Villacura, chileno; Juan M. Varas, chileno; Juan Norambuena, chileno; Ismael Olivares, chileno; Simón Díaz, peruano; Esteban Rojas, chileno; Miguel Espinoza, peruano; Fernando Ibaja, peruano; Saturnino Guillén, chileno; Ejidio Lara, chileno; Manuel J. Zegobia, chileno; Juan Rojas, chileno; Víctor Patiño, boliviano; Angel Pacheco, peruano; Pedro Erazo, chileno; Nicanor Vega, chileno; Andrés Torrico, boliviano; Mariano Gutiérrez, boliviano; José Contreras, chileno; Elisa Zapata, chilena; Saturnino Arévalo, chileno; Francisco Zapata, chileno; José Radan, peruano; Justo Jiménez, boliviano; María Jordán, chileno; Pascual Zamudio, peruano; Marcelino Caipa, peruano; José González, chileno; Ramón Pérez, chileno; Evaristo Cortés, chileno; Pedro Stuardo, chileno; Isidro Velasco, chileno; Alfonso Suárez, chileno; José Fco. González, chileno; Anacleto Aguilar, chileno; Alamiro Vargas, argentino; Manuel Mestas, peruano; Gregorio Villarroel, chileno; Marcelino Gutiérrez, peruano; Juan de Dios Vergara, chileno; José Flores, chileno; Carlos Manzano, peruano; Agustín Ceballos, chileno; Celso Arancibia, peruano; Bernardo Núñez, peruano; Juan Molina, chileno; Juan Vélez, peruano; José Caviedes, chileno; Carlos Herrera, chileno; Feliciano Castellano, chileno; Filomeno Sierra, chileno; Julio Rojas, chileno; Juan Aliaga, peruano; Felipe Astudillo, peruano; Estanislao Meneses, chileno; José Velásquez, peruano; Manuel González, chileno; Ramón Jamens, chileno; Hilario Rodríguez, peruano; Emilio Vargas, chileno; José Carrasco, chileno; Fidel Gutiérrez, chileno; Félix Ramos, chileno; Horacio Rodón, peruano; Manuel Chacón, peruano; Manuel Murillo, peruano; Sixto Santos, chileno; Francisco Hernan, boliviano; Pablo Olivares, chileno; Ignacio Véliz, chileno; Mariano Alarco, peruano; Federico Aguilera, chileno; Domingo Meneses, chileno; Guillermo Rojas, chileno; Manuel Maurriel, chileno; Carmen Peña, chileno; Gregorio Silva, peruano; Hipólito Flores, boliviano; Eduardo Peña, peruano; Joaquín Barra, chileno; Luís Contreras, chileno; Florentino Morales, peruano; Domingo Romero, chileno; Juan de D. Jorquera, chileno; Víctor Zaconeta, chileno; Juan Contreras, peruano; Juan E. Sotomayor, chileno; Salvador Illanes, chileno; Julio Gómez, chileno; Mariano Segura, chileno; Juan P. Olivares, chileno.
Para terminar, diremos que las víctimas -¡las 140 víctimas- -han sido- sin hablar de los que se asegura fusilaron- más o menos, cien muertos recogidos en la Escuela, despedazados y que nadie identificó; los identificados inscritos en el Registro Civil; y alrededor de cien que fallecieron á causa de las horribles heridas de metralla.
Una gran cantidad de heridos se medicinó en sus casas.
Personas caritativas los recogieron desde el primer momento y nosotros mismos ayudamos á muchos de ellos la llegar hasta la casa de algún pariente ó amigo, en demanda de socorro.
En la hecatombe del 21 de Diciembre de 1907 cayeron en la Plaza Montt -«Plaza de los Mártires» trescientos obreros pacíficos é inofensivos, ciudadanos peruanos, bolivianos y chilenos, y fueron heridos más de trescientos!
CON EL PUEBLO Y CON EL PUEBLO
Hemos dado término á la relación de la huelga, desde el día en que se inició hasta su ahogamiento en sangre.
Llegamos al punto quizás más importante de esta obra, al punto en que debe establecerse con perfecta claridad quienes fueron los responsables de la masacre.
Los debates citados en ambas Cámaras darán luz respecto de uno de los culpables, y para señalar á los otros están los millares de testigos, todo el pueblo de Iquique, que pueden garantir las verdades contenidas en este libro.
LOS RESPONSABLES
Los representantes del pueblo señores Alessandri, Veas, Concha, Walker Martínez y Sánchez Manselli interpelaron al Ministro del Interior señor Rabel Sotomayor, pero ñeste, obrando conforme la sus antecedentes de salitrero, de persona que, gracias á los salitreros ha conseguido acaparar la fortuna que hoy posee, envió una nota al Intendente Eastman y al general Silva Renard, aplaudiendo en nombre del gobierno el fusilamiento de obreros indefensos.
Ha declarado el Ministro Sotomayor,-con el mayor desprecio para el pueblo-, que asume la responsabilidad de los sucesos y se ha hecho una burla á los honorables diputados Alessandri, Concha y Veas dejando la sala desierta cuando ellos han levantado su voz para condenar los sucesos de Iquique.
Esto revela un gran relajamiento moral de parte de ese ministro, que, atento en asegurar los fondos de las casas salitreras en las cuales él tiene intereses directos, ampara un acto que es digno de la mayor censura.
Significa la actual actitud del gobierno, que la corrupción está muy adentro, y que poco ó nada importa la muerte de centenares de ciudadanos, si la migaja del oro extranjero ha de seguir repartiéndose entre los de arriba.
El Ministro Sotomayor es de triste memoria para los obreros y para la nación. Y hoy día, convertido en un pequeño tiranuelo, declara que “el gobierno ha procedido como era su deber”.
Dejando establecida la culpabilidad del Ministro Sotomayor, su parcialidad por los salitreros, -pues depende de ellos su fortuna personal,- .pasemos á estudiar la premeditación con que los empleados del gobierno procedieron en Iquique.
El Intendente señor Eastman ha vivido durante toda su estadía en la provincia de Tarapacá, ligado íntimamente a los salitreros, quienes en varias ocasiones le han ofrecido banquetes y bailes superiores á todo elogio y en el que se ha derrochado el dinero ha manos llenas.
Antes de partir al Sur, hace tres meses de la fecha en que escribimos, el Presidente de la Combinación Salitrera, Mr. William Hardie le ofreció un banquete y un baile que casi no tiene precedentes en Iquique.
Los obreros sugestionados por la política, por los Diarios afectos al gobierno actual, han creído tener su mas decidida ayuda en el señor Eastman.
Por eso fueron la aclamar á los muelles y por las calles al Presidente de la República y la su representante en Tarapacá á su llegada! Y el entusiasmo de los obreros debió haberse traducido en esta frase: Ave Cesar, morituri te salutan…!
El Intendente de Tarapacá, á decir verdad, no ha hecho mucho por la provincia durante el tiempo que ha permanecido en ese puesto.
Muchos obreros han fallecido ó han quedado inutilizados en el trabajo sin que la primera autoridad de la provincia se haya preocupado siquiera de remediar los males, de evitar las desgracias de los trabajos de la pampa.
Pero sin querer nos apartamos del punto capital que encierra este capítulo, es decir, la premeditación con que se obró.
A contar desde la noche del 20 en que el Ministro del Interior dio talvez instrucciones al Intendente Eastman, á partir del momento en que se declaró inconstitucionalmente estado de sitio á la ciudad de Iquique debemos reconocer la premeditación con que se preparó la hecatombe del 21.
En las primeras horas de la mañana se previno á todas las familias de los salitreros y demás jentes de categoría, -por agentes de la Intendencia,- que se embarcaran esa misma mañana en los buques surtos en la bahía.
Esto indica claramente que algo grave se sabía que iba suceder.
Las tropas de caballería hicieron recojer á los obreros que estaban en la orilla del mar, en las calles, ó almorzando en los distintos negocios ó cocinerías de la ciudad diciéndoles que en la Escuela Santa María se les iba á dar la contestación definitiva.
Además se hizo preparar carretones en un crecido número, alistar vendas y algodones como para una gran batalla campal…
Toda la mañana pudo observarse los preparativos de la hecatombe. Los oficiales galopaban de un punto á otro, cuchicheaban entre ellos y ayudaban á dar aviso al vecindario salitrero ó afecto á los salitreros.
A las diez de la mañana se sabía perfectamente que iban á reducir á los huelguistas y se temía una gran desgracia, pero nadie se figuró que iría á revestir los caracteres de la más atroz tragedia de que haya memoria en Chile!
LOS COMENTARIOS DE LA PRENSA
Un libro entero podría dedicarse á estudiar solamente la actitud observada por la prensa: «séria» de Iquique, desde el principio hasta el fin de la huelga.
El día 16 los diarios daban cuenta de que tomaba cuerpo el movimiento obrero y hacían un estudio sobre la carestía de la vida en la palma y la necesidad de llegar á un arreglo equitativo entre obreros y patrones.
El día 18, en plena huelga, los mismos diarios dejaban constancia de la forma correcta y ordenada en que se desarrollaba ésta; de la justicia de las peticiones de los trabajadores y del especial interés que debía demostrar la autoridad por satisfacer los deseos del pueblo.
En ese día LA PATRIA hacía una visita al local ocupado por los obreros y dejaba constancia del efecto orden mantenido allí, de la ausencia total de ebrios, de las medidas de seguridad tomadas por ellos mismos, denunciando los negocios clandestinos de licores ó los puntos que pudieran constituir un peligro para la ciudad en el desgraciado caso de que se promoviera algún desórden.
Los diarios de la mañana, por no ser menos, repetían y comentaban aún más estas informaciones, agregando que un pueblo que se respetaba á si mismo era merecedor del aprecio de todo el mundo.
El día 20, el pueblo, según esa misma prensa, -debería ser patriota, sacrificar algunas de sus pretensiones en bien de la República y continuar después de todos en su actitud digna de encomio.
En vista de que los salitreros no querían arrojar una migaja más á los obreros, estos deberían se patriotas… pensar en la grandeza de la nación; mientras sus hijos pedían pan y los salitreros se reían de ellos… .
Veamos lo que decían esos mismos diarios después del Sábado 21:
SUPREMA LEX…- La ciudad estaba amenazada, la vida de los habitantes peligraba, la República temblaba pues los huelguistas habían constituido un poder mñas fuerte que el de la autoridad (?) y la medida de hacerlos fusilar, aunque fuera dura (¡¡¡no tal!!!) habia sido necesaria…
De modo que antes de la hecatombe, los obreros eran buenos adres de familia, venían en busca de su mejoramiento económico, no eran un elemento peligroso ara la ciudad, y debía oírseles y poner remedio al mal, pero después fueron una horda de facinerosos que se constituyeron en autoridades, que violaron las leyes, que atentaron contra la estabilidad de la República… i que quisieron sobreponerse á la otra, á la suprema autoridad de Tarapacá, -á los salitreros,- pudieron haber agregado los diarios de la prensa seria de Iquique!
¿Curioso criterio, el de la prensa de Iquique, no es verdad?
LOS AJITADORES, LOS CABECILLAS
Se ha hablado tanto sobre este tema, que talvez en pocas palabras podamos retratar á estas hienas, á estos engañadores del pueblo, que le trajeron á Iquique en busca de la muerte…
Todo movimiento, toda masa popular necesita forzosamente tener jefes que la dirijan, que se entiendan con la parte contraria.
No es esto lógico? O iban á ir los 10 ó 15 mil obreros á conferenciar en masa con las autoridades, con los salitreros?
En el cerebro más obtuso cabe la idea de que toda huelga necesita tener jefes; en cada diez hombres hay uno más intelijente, más reparado para el fin que persigue.
¡Los cabecillas, los ajitadores! ¡Cuánto no se ha vociferado en contra de esos criminales, esos grandes culpables, los únicos culpables de la muerte de tantos infelices…
¡Oh, poder sublime de raciocinar!
Ese pueblo-oveja que se dejó matar ha sido insultado después de muerto. Se ha removido sus cenizas cuando nadie puede defenderlo, por no correr la misma suerte de ellos, se ha dicho que eran criminales, agitadores interesados de la chusma, anarquistas, seres despreciables…
Pero nosotros creemos que fueron los Mártires de Tarapacá!
ENGAÑANDO AL PAÍS
Desde el día de la hecatombe se engañó al país.
Se dijo que los obreros habían disparado con rifle contra las tropas; que entre ellos habían individuos de pésimos antecedentes, y mil argumentaciones que no conseguirán jamás destruir la tremenda acusación que el país entero le hace á los principales autores del drama.
El comandante del Zenteno, capitán de navío Arturo Wilson, en su parte pasado á la Dirección General de la Armada hace aparecer á los obreros como una banda de malhechores. Pero no dice que en buena parte tuvo él la culpa de haberse empleado las ametralladoras, en forma única y desconocida hasta el 21 de Diciembre; en la forma más salvaje que hayan empleado estas mortíferas armas de guerra, ni en Rusia, ni aún en las grandes revueltas de Francia y España en las que ciertamente ha habido anarquistas y muy peligrosos, y no jentes sumisas y buenas como eran los obreros agrupados en la Escuela Santa María.
Han engañado al país los corresponsales de los diarios del Sur. Son dos ó tres.
Y no se explica de otro modo el engaño sufrido por la opinión pública, cuando fuera de Tarapacá, solo grupos aislados han levantado la voz para condenar el terrible drama.
Se ha dicho que habían levantado los obreros un poder superior al de las autoridades, que expedían decretos, se negaban á asistir á la intendencia y espedían notas….
¿Acaso la autoridad no contaba con la tropa del ejército, para hacer respetar su prestigio en el caso de que los obreros hubieran cometido desmanes? ¿El comercio fué clausurado voluntariamente ó lo fué en virtud de órdenes estrictas de la autoridad?
La autoridad debió siquiera haber buscado un pretesto que justificase la matanza, debió pensar que algún día la verdad debería resplandecer y decirse al país tal como sucedieron los hechos.
Pero la autoridad, por orden del Ministro Sotomayor, hizo matar al pueblo únicamente porque era un peligro para los señores salitreros.
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La siguiente nota enviada por el Comité huelguista en la mañana del 21 ha sido empleada por ésta, para decir á todo el mundo, decírselo á las Cámaras y al pueblo, que los huelguistas se habían constituido en autoridades.
Pero esto está muy lejos de ser verdad.
Los delegados del Comité obrero supieron por alguien el plan fraguado para hacerlos tomar á todos y tomaron la heroíca resolución de esperar la muerte en la Escuela.
He aquí la nota de dicho Comité:
“Iquique, Diciembre 21 de 1907.- En este momento este directorio central ha recibido verbalmente un llamado de V.S. al local de esa Intendencia.
El Comité ha creído que no podemos complacer a V.S. en este sentido porque la orden dada por V.S. el día de hoy desampara por completo nuestros derechos, y aún más, al no poder ir allá en la forma pensada es susceptible de desordenes que pueden amargar la situación.
En este caso creemos práctico que V.S. se sirva nombrar una comisión para entendernos en lo que V.S. desee, pues lo ocurrido en Buenaventura nos confirma que las garantías para el obrero se concluyen, y sería por demás doloroso que las fuerzas de línea tuvieran que luchar contra el pueblo indefenso como generalmente se hace y como nos dá claro á comprender el bando ya publicado, en pago parece de las atenciones que los operarios en general han demostrado á V.S. y del orden y compostura que ese pueblo que se provoca ha observado hasta hoy con sumo agrado de Chile entero, y no es posible desviarnos de esa senda.
Sírvase V.S. tomar en cuenta nuestras razones y ordenar lo que estime conveniente, insinuando este Comité el práctico camino de notas, ó en su defecto, lo ya dicho por medios de comisiones, teniendo V.S. la seguridad que á tal efecto nosotros hoy como siempre, daremos las más amplias facilidades.
Dios guarde á V.S. – Brigg.- M. Rodríguez B.,
Al recibirse esta comunicación, el intendente señor Eastman redactó el decreto de muerte, que aunque acordado desde la noche del 20, solo se le puso en manos del general Silva Renard en los momentos en que este revistaba las tropas en la Plaza Prat.
El siguiente esel decreto:
“Iquique, 21 de Diciembre de 1907.- Nº 678.
En bien del orden y salubridad pública concéntrense á la jente venida de la pampa en el Club Sport en el camino de Cavancha.
Transcríbase al Gefe Militar de las fuerzas ara su inmediato cumplimiento.
(Firmado).- EASTMAN.- J. Guzmán García.- (Conforme).- J. Guzmán García.
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Pero en medio de los mil pretestos y subterfugios de que se ha echado mano para engañar y despistar al país, merece figurar en primera línea el sabroso párrafo del parte pasado al gobierno que dice testualmente:
“Después del DESAIRE inferido á los gefes militares tuvo que intimar, por fin el general el desalojamiento de la plaza y de la escuela por medio de las armas, dando tiempo ara que se retirara la jente tranquila”.
¿De modo que por sentirse desairado el señor Silva Renard hizo fusilar á centenares de personas indefensas? ¿Desde cuando un desaire autoriza á los militares para que fusilen á los que encuentren á su paso?
¿No recuerda el señor Silva Renard cuando en 1890 el infortunado residente Balmaceda fue insultado, y desairado por el pueblo en Santiago?
¿Acaso el Presidente Balmaceda hizo fusilar á ese pueblo, por las ofensas recibidas? Esas ofensas eran de ciudadano á ciudadano, y no de siervo á señor, ni de inferior á superior; por lo tanto el Presidente nada hizo ni pudo hacer.
Menos pudo hacer el general Silva en los sucesos de Iquique.
El comandante Wilson aparte de las apreciaciones antojadizas, y que no tenía por qu
E hacer, dice en su parte que cayeron 130 heridos y proporcional cantidad de muertos; que los obreros no abandonaban la Escuela por temor á los azotes y á las cuchilladas de los delegados (¿ó agitadores?) y que las familias empezaban á emigrar… Pudo haber dicho, que por recomendaciones de la Intendencia que les previno la tragedia, todas las familias de los salitreros se fueron á bordo. Pero el demás vecindario, los que no vivimos de los salitreros, ni somos obreros, nos quedamos en nuestras casas.
Lo mejor que pudo haber hecho e comandante Wilson fué haberse abstenido de enviar ese parte, en que secunda los planes de las autoridades, y que debería dejarle en ridículo cuando alguien se atreviera por fin á decir la verdad de los hechos.
¿Cómo, pues, debemos sorprendernos de haber leído los diarios del Sur, frases como estas: “los huelguistas atacaron á las tropas,” “empezaron el saqueo y el incendio,” “querían matar á los salitreros,” –si no faltan gefes prestigiosos que se prestan a la ingrata tarea de contribuir á ocultar la verdad?
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Hubo algunos individuos, vecinos de esta ciudad, que guiados por sus pasiones políticas, por una pequeñez de alma, se han atrevido á calumniar á esos pobres muertos y tienen el valor de repetir que iban á ser asesinados; que esos facinerosos habían tomado los números de sus casas…
Todos los crímenes achacados á esa pobre jente, son calumnias que la justicia humana no puede castigar; pero sí la divina, si ella existe.
LA CUESTIÓN SOCIAL
De pie, como una esfinge cruel é inmutable, tenemos en nuestra patria un mal desconocido antes.
Es el problema social.
Hasta hace poco se negaba su existencia. Hoy no se discute siquiera. El pueblo sufre. Hay explotadores y explotados.
La semilla socialista ha cundido por esta causa y del socialismo pasaremos al anarquismo con pasos agigantados, si no se le pone remedio al mal oportunamente.
En las tranquilas provincias del Norte, el pueblo, falto de ilustración, se deja dominar todavía; no así en el Centro y Sur donde en breve quizás ocurrirán graves acontecimientos.
Es bueno, pues, dejar constancia del problema social, que se yergue con una fuerza que jamás tuvo en Chile.
Los obreros reclaman lo justo. Es preciso, pues, prestarle atención siquiera un momento.
Los chilenos son hoy día extranjeros en su propia casa y cuando piden algo, el ejército y la marina, las instituciones que fueron más queridas, les ametrallaban como á foragidos…
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El pueblo ha perdido, una gran parte del cariño á las instituciones armadas.
En el Norte, puede darse por fracasado el servicio militar y la conscripción. Ningún obrero que haya presenciado la hecatombe del 21 puede sentir cariño por estas instituciones.
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Los salitreros, los árbitros de la situación en el Norte, se han reído una vez más del gobierno y del pueblo.
A la sola voz de mando dada por ellos, se hace desaparecer preciosas vidas.
He aquí el ideal soñado por los salitreros. ¡Y he aquí también el eterno peligro, la eterna ruina, el porqué del cambio deprimido, la lepra de la nación y de la sociedad chilena, la base de la corrupción y de los vicios que azotan al Chile de hoy; el salitre.
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EL EXODO
Todo delito tiene su castigo. El pueblo de Tarapacá, el pueblo más tranquilo y laborioso, el que amasa con el sudor de su frente los millones que han de acaparar los que viven del Fisco, ese pueblo huye hoy de la provincia.
¡El éxodo! Triste partida la de estos obreros, que abandonan la provincia para no volver jamás y que al perderla de vista le lanzan una suprema maldición…
Hemos visto arrastrarse por los pasillos y salas de la Intendencia á muchas viudas, á muchas pobres mujeres enlutadas, llevando de la mano criaturas que ya parecen tener en sus rostros pálidos por la fatiga y el insomnio, el sello de la desgracia.
Han ido á mendigar un pasaje de cubierta en un trasporte de la República, todavía temerosas, todavía inconsolables en medio de su tremenda desgracia!
¡Y dirán que no existe el problema social! ¿No existe? Preguntádselo á esos párias, á esas mujeres cargadas de hijos, con pequeñuelos que piden alimento y que tienen frío, preguntadle que piden cómo los arrojaron de las oficinas donde trabajaron sus difuntos esposos, sin darles siquiera una migaja insultando su inmenso dolor, con burlas y acciones, dignas de almas pervertidas.
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Y así, triste y resignado, el obrero de la pampa va abandonando las faenas para no volver.
Peruanos y bolivianos y chilenos, huyen de la estepa maldita, donde los atrajo el tintineo deslumbrante del oro con que los engañaron los enganchadote de rebaño humano, allá en sus tierras natales.
Quieren volver á su terruño, ver nuevamente los campos, ser pobres pero felices. Vieron un miraje, creyeron poder enriquecerse en medio del desierto, y allí vivieron más miserables que nunca y hasta los mataron cuando pidieron más pan…!
Miles de peruanos han regresado a su patria embarcados por cuenta de su gobierno. Miles de chilenos y bolivianos se dirigen por los senderos y caminos que parten de la pampa hacia la República de la altiplanicie, donde hay trabajo abundante y bien remunerado.
El pueblo lucha sin armas. Lucha con la justicia y el derecho.
Se le castiga cruelmente. Entonces huye.
Huye para no regresar.
Esos obreros darán la voz de alerta y nadir querrá venir á Tarapacá, la provincia manchada con la sangre de centenares de inocentes.
El roto, que prefiere sus campos y que siente en todas partes la nostalgia de sus bellas tierras, no se dejará alucinar más, estamos seguros, por los comerciantes en ganado humano…
¡La pampa no es para los parias!
Y cuando la pampa quede desierta, como un triste e inmenso Sahara; cuando aún á costa de miles de sacrificios los obreros hayan emigrado de la provincia fatal, entonces se habrían vengado en la forma más tremenda: arruinando á los salitreros y al gobierno!
IN MEMORIAM
† 21 de diciembre de 1907
Estas páginas, escritas en horas de amargura para el pueblo, son dedicadas a él.
Los hermanos, las viudas y los hijos de los que cayeron la triste tarde del 21 de diciembre de 1907, en la Escuela Santa María, confirmarán con amargura las verdades contendida en este libro y podrán decir muy en alto que sus hermanos, sus esposos y sus padres fueron hombres honrados y buenos que cayeron defendiendo una causa justa.
El recuerdo de esas víctimas inmoladas en aras de un capricho, ó de una crueldad inhumana, será eternamente doloroso para los hombres buenos y de nobles sentimientos.
Esas víctimas no fueron lo que el país cree, fueron mártires del trabajo, fueron “Los Mártires de Tarapacá”.
Los autores
Enero 21 de 1908.
21 de Diciembre
Compendio y relación exacta de la huelga de
pampinos desde su principio hasta su terminación.
DETALLES INTERESANTES
Estadística de las victimas
Iquique 15 de Febrero de 1908.
CUATRO PALABRAS
Al emprender esta publicación no nos hemos propuesto escribir la historia de las luctuosas escenas del 21 de Diciembre del año último. Están aun muy frescos los sucesos y faltos de tranquilidad los espíritus, para que pudiéramos acometer una empresa semejante.
Nuestro objeto, por ahora, no es otro que hacer una narración desapasionada, en lo posible, exacta de lo sucedido, como quien escribe la crónica de un trascendental acontecimiento a fin de que no se extinga la memoria de los sucesos, ni el tiempo los condene al olvido, ni los que tengan interés en desvirtuarlos o quitarles la importancia que los abona, logren que quede en blanco ó confusa una hoja de sumo interés para la Historia de Chile.
No de otro modo, ni bajo otro punto de vista debe estimarse la presente publicación, que bien puede servir mas tarde como cabeza de proceso para que las generaciones venideras juzgando friamente los hechos pronuncien su veredicto y condenen a los que aparecen culpados.
En tal virtud, perderán su tiempo los que con lijero prejuicio buscasen en estas hojas otro móvil bastardo y diverso del que imprimen la recta y honrada intención con que están escritas.
Cuando se penetra al templo de la verdad y se habla bajo su inspiración, las pasiones quedan a la puerta, mendigando perdón de las almas superiores.
El Autor.

SABADO 14
A pesar de encontrarse en huelga los trabajadores de la ribera y otros gremios, la ciudad de Iquique el día 14 de Diciembre estaba tranquila y los ánimos de todos, como de costumbre, se encontraban en su propio estado de ser sin que nada hiciera presajiar el compacto movimiento que se preparaba en toda la región pampina. Contribuían a la realización de este fenómeno las noticias favorables que se recibían de los preparativos para el grandioso mitin que debía efectuarse,- como se efectuó,- con todo orden, en el pueblo de Zapiga el Domingo 15.
No se respiraba, pues, la misma tranquilidad en la región Sur de la Pampa donde las presentaciones de los obreros habíanse recibido no sólo con menosprecio sino hasta con burlas por los representantes de los salitreros.
A las diez de la mañana del mismo Sábado los obreros de la oficina San Lorenzo no resistieron mas la soga y cortando eslabón por eslabón la cadena de miserias que los sugetaba, se reunieron en improvisado Comité llegando a la conclusión que de la única manera que serian oídos era bajando al puerto de Iquique donde, respetuosamente, harían valer sus derechos. Al efecto, luego esta resolución tomó cuerpo en todas las oficinas del cantón y, en pocos minutos, tres mil obreros dejaban la herramienta para reunirse en sesión general en el pueblo San Antonio.
A las diez de la mañana se ponían en marcha hacia puerto.
Tomaron la ruta del Ferrocarril Salitrero, encontrándose muy luego con el tren de pasajeros que iba atestado de viajeros que, precisamente, se dirigieron a presenciar el mitin de Zapiga.
Las ventanas de los coches fueron abiertas casi a un tiempo pudiéndose distinguir entonces una gruesa columna de jente que se aproximaba al convoy. Luego, como vistas cinematográficas, empezaron a desfilar frente a los coches numerosos trabajadores en cuyos rostros se retrataba la fatiga de una forzada caminata.
En el centro mismo de la columna destacábanse los colores de las banderas chilena, peruana y boliviana cuyos pliegues se batían al viento orgullosos, ufanos, al ir a la cabeza de ese Ejército Internacional, que marchaba escudado por un Sol de justicia que los alumbraba y les llamaba no desde Iquique como la fantasía les hacia forjar, sino de la misma eternidad ..! Iba, pues, ese Ejército a reclamar el pan que se arrebataba del hogar de sus soldados (ilegible de la copia)
El tren se detuvo y frente a él, sudorosos y cansados, se tiraban sobre el candente y vaporoso suelo los caminantes, dándose de esta manera a la vista de los viajeros el panorama mas conmovedor que se puede imaginar, inspirando al propio tiempo un sentimiento de alta conmiseración.
Un tanto repuestos, los caminantes se aproximaron al maquinista quien les dió toda el agua que llevaba y los pasajeros los socorrieron con frutas, botellas con cervezas, etc., etc. Una vez concluido esto los huelguistas, sin lanzar un solo grito subversivo, se despidieron con frases de agradecimientos. En seguida el tren partió y ellos continuaron su peregrinación.
DOMINGO 15
Al parecer la aurora del día Domingo y cuando el Sol con sus rayos de oro enriquecía esas Pampas, la caravana de viajeros llegaba al Alto del León. Ahí, respirando el aire puro de la soledad, donde el mas leve rumor recrea el alma, donde Natura queriendo ser también positivista sólo ha desparramado por doquier trabajo y mas trabajo, en ese sitio, podían ver ellos con conocimiento entero de causa cuan sacrificada era su vida ajitada de trabajador pampino, cuya labor después de ser remunerada por un puñado de fichas de caucho pasaba, como el tiempo y todo en esta vida, a confundirse entre las casitas de cartón de que nos habla el cuento; esto es, que esa labor de incalculable importancia quedaba grabada en la memoria del obrero que la efectuó porque en ella se fué algo de sus pulmones, algo de su propia vida.
A las siete y media de la mañana entraban al Hipódromo los trabajadores pampinos rodeándoseles al instante con la tropa del Regimiento Granaderos para evitar de este modo que entraran a la ciudad.
En el Hipódromo los esperaban el Intendente suplente don Julio Guzmán García acompañado de los vecinos don Santiago Toro Lorca y don Antonio Viera Gallo y el Jefe interino de la División don Agustin Almarza con sus ayudantes.
La Municipalidad hízoles colocar pipas de agua en ese recinto ordenándose el inmediato envío de víveres.
Luego después una comisión de los trabajadores se apersonó ante el Intendente haciendo, a nombre de sus compañeros, las siguientes peticiones:
“Pago de los salarios al cambio de 18 peniques por peso. Cambio de fichas a la par. Control para la venta al público en las pulperías colocando una romana fuera del sitio del negocio donde el comprador pueda comprobar la exactitud de su compra.
Prohibición de arrojar a la rampla el caliche desechado, y otras peticiones de menor importancia.”
El citado funcionario que se encontraba como tres en un zapato no sabiendo qué hacer contestó como las chiquillas de quince……. prometiendo……. prometiendo.
Intertanto dentro del Hipódromo los obreros se habían repartido en numerosos grupos comentando picarescamente las incidencias de la travesía. De cuando en cuando solía sentirse el seductor olorcillo de la carne asada al palo que allá a la distancia cocineros improvisados preparaban para satisfacer el apetito de los sufridos caminantes.
La Flora, la mismísima esférica comerciante de la calle Tarapacá, se volvía cuatro vendiendo frutas y golosinas a los niños.
A un periodista que en ese sitio se encontraba a pesca de datos, un trabajador le dijo:
“-Patrón. Quien diga que nosotros hemos venido a formar bochinche a Iquique, nos insulta.
Usted ve señor que aquí todos estamos tranquilos. Nuestro Comité ha presentado las bases de las peticiones que hacemos.
¿Los salitreros no las aceptan? Bueno. No volvemos al trabajo. ?Las aceptan? Pues a la pampa otra vez patrón, a poner el lomo duro en la calicheras.
Estamos seguro de la justicia de nuestra causa, sabemos que es legal lo que pedimos, ¿para qué vamos a echar a perder el pleito que tenemos ganado, con tinterilladas de mala ley?
Mientras no se nos provoque, mientras se nos respete como respetamos nosotros, nuestra actitud sera de respeto para las autoridades y para todos.
Lo que nosotros queremos es una contestación categórica para saber si nos vamos ó no a la Pampa.”
En ese momento en el palco de la Intendencia aparece un miembro de la comisión de los obreros, quién dió cuenta de la siguiente propuesta que acababa de hacérseles:
“Obreros y patrones acuerdan un tregua de ocho días, tiempo que los agentes de compañías de salitres consideran necesario para consultar a sus jefes en Londres y Alemania.
Aprobado esto los huelguistas vuelven a sus faenas para lo cual están listos los convoyes.
Por su parte los patrones se comprometen a dar contestación en el plazo acordado y si Esta es favorable a los trabajadores Estos quedan en pleno derecho para abandonar sus faenas.”
Tomándole mal olor a las anteriores proposiciones todos los trabajadores, en coro, respondieron que no aceptaban pidiendo se les contestara en 24 horas.
En medio de las protestas de tal proposición ocupó la tribuna el abogado don Antonio Viera Gallo quien después de hablar de la Patria y otras cosas, terminó diciendo:
“Vosotros soldados de acero, que habéis cruzado infatigables y serenos las candentes arenas de la pampa que se dilata en el horizonte, vosotros que habéis delegado en vuestro Comité Directivo todas vuestras atribuciones, tenéis el deber de acatar esa resolución, pues dicho Comité ya lo aprobó y a vosotros os toca obedecer y callar.”
Inmediatamente salió a la palestra el joven obrero que había leído las bases propuestas y dijo:
“El señor Viera Gallo esta equivocado. El Comité no ha aceptado tales bases. Lo que ha hecho es recibirlas y presentarlas a vosotros para que acordéis su aceptación ó rechazo.”
Las “rechazamos” fué la frase con que se contestó a este desmentido.
Habló en seguida otro obrero en los siguientes términos:
“Compañeros:
Las grandes causas han tenido ardientes contradictores y muchas veces se han visto perdidas porque la elocuencia de los grandes hombres ha arrebatado a las masas.
Yo modesto obrero de la Pampa, átomo insignificante dentro de la sociedad general, levanto mi voz para rebatir la elocuencia arrebatadora del señor Viera Gallo.
Pigmeo de la oratoria mis frases sin hilación no desvanecerán el influjo magnético del orador señor Viera Gallo. Pero sepan ustedes que mis palabras no son el hueco cascabeleo de los trajes de Pierrots, sino que nacen del fondo mas intimo de mi alma.
Es espresión sincera del obrero que vejetando en las candentes arenas del desierto, como ha dicho el señor Viera Gallo, viene a reclamar aquí lo que con justicia se les debe. No somos una aglomeración de beduinos, ni traemos bandera de esterminio para nadie; pero queremos se nos pague a un tipo de cambio de 16 peniques porque si los salitreros venden el salitre en peniques ellos en nada se perjudican con la baja del cambio y al contrario los salitreros aprovechando de esa baja nos pagan hoy la mitad del salario que nos pagaban antes.
Es inútil, compañeros, que en estas circunstancias se recurra al manoseado espediente de hablarnos en nombre de la Patria, recordándonos sus glorias. Eso es engañarnos con lentejuelas de clows de circo.
No nos convencen con esas promesas, pues no es posible que hayamos hecho un sacrificio estéril para volver hoy con la rama verde de la esperanza que mañana ó pasado se disipara como la nube al soplo de la mas lijera brisa.”
Concluido este discurso se reanudaron nuevamente las conferencias y acto seguido se oyó la voz algo jadeante del Intendente Suplente, que argulló:
“Podéis iros tranquilos a vuestras faenas que yo como la primera autoridad de la Provincia os prometo que vuestras peticiones serán aceptadas. Pero se necesita el plazo de ocho días pedido por los señores Salitreros para dar su contestación.
En el caso que no os sean aceptadas vuestras proposiciones podéis estar seguros que después de ese plazo el Intendente de la provincia os pondrá trenes en todas las estaciones para que bajéis a Iquique.
A las 5 en punto los trenes que os conducirán a la Pampa, estarán listos.
Aquí quedan vuestros representantes que sabrán cumplir con su deber”.
Concluida que fué esta peroración los obreros en correcta formación con sus banderas a la cabeza, dirigiéronse a la Estación donde, en verdad, estaban ya listos los convoyes anunciando la locomotora con prolongados pitazos su próxima partida.
Ya embarcados los obreros dominó en ellos el espíritu de justo arrepentimiento y, a una sola voz, desembarcáronse y después de formarse nuevamente se dirigieron a la Plaza Prat donde celebraron un mitin.
De ahí se fueron a la Intendencia donde hablaron algunos miembros del Comité huelguista, aconsejando a sus compañeros el mayor orden y compostura.
Se acordó entonces facilitarles el local de la Escuela Domingo Santa Maria situada en la plaza Manuel Montt para que pernoctaran.
A las tres de la tarde del mismo día Domingo llegaban á la ciudad veintidos mujeres con niños que también habían hecho la travesía a pié. Venías desde San Antonio siendo recibidas cerca de los estanques por algunos obreros.
LUNES 16
En las primeras horas del día Lunes los obreros enviaron una nota á la Intendencia en la cual esplayaban sus peticiones.
Helas aquí:
1º- Aceptar por el momento la circulación de las fichas hasta que haya sencillo, cambiándolas todas las oficinas a la par; y si alguna no la hiciera multarla con 500 pesos;
2º – Pago de jornales a razón de un cambio fijo de 18 d;
3º – Libertad de comercio en las oficinas en forma amplia y absoluta;
4º – Cierre general con reja de fierro de todos cachuchos y chulladores de las oficinas salitreras, pagando éstas una indemnización de $5,000 a 10,000 a los trabajadores que se malogren, á consecuencia de no haber cumplido esta obligación;
5º – En cada oficina habrá al lado de afuera de la pulpería y tienda, una balanza y vara para comprobar pesos y medidas;
6º – Conceder lugar gratuito para que funcionen escuelas nocturnas, siempre que algunos obreros los soliciten;
7º – Que el administrador no podrá arrojar á la rampla el caliche decomisado y aprovecharlo después en los cachuchos;
8º – Que el administrador de la oficina no pueda despedir á los obreros que han tomado parte en el presente movimiento sin darle un desahucio de dos ó tres meses ó en cambio $ 300 a $ 500;
9º – Que en lo futuro se obligan patrones a obreros á dar un aviso de quince días antes de poner término al trabajo;
10º – Este acuerdo una vez aceptado se reducirá a una escritura publica firmada por los patrones y las personas comisionadas por los obreros.”
________________
Acto seguido los obreros elegían el siguiente Comité Directivo de la Huelga:
Presidente, José Brigg.
Vice presidente, Manuel Altamirano.
Vice presidente, Luis Olea.
Tesorero, José Santos Morales.
Secretario, Nicanor Rodríguez.
Pro-secretario, Ladislao Córdova.
Delegados
Francisco Ruiz, por la oficina San Lorenzo.
Rosario Calderón, por la oficina Santa Lucia.
Roberto Montero, por la oficina San Agustin.
Juan de D. González, por la oficina Esmeralda.
A. Méndez, por la oficina La Perla.
Pedro Sotomayor, por la oficina Santa Clara.
Samuel Toro, por la oficina Santa Ana.
José Paz, por la oficina Cataluña.
Luis Córdova, por la oficina Argentina.
Evaristo Peredo, por la oficina Palmira.
Félix Paiva, por la oficina San Pedro.
José M. Cáceres, por la oficina San Enrique.
Arturo Tapia, por la oficina Cholita.
Manuel Quiroz, por la oficina Sebastopol.
Ladislao Córdova, por la oficina San Pablo.
José M. Montenegro, por la oficina Cóndor.
Germán Gómez, por la oficina Pirineos.
Ignacio Morandé, por la oficina Buen Retiro.
Ramón Fernández, por la oficina Carmen Bajo.
Julio Irigoyen, por la oficina San José.
Tenían representación en el Comité estos gremios:
Gremio de Panaderos, Ricardo Benavides y Abdón Espejo.
Centro Estudio Social Redención, Manuel Aguirre y Carlos 2º Ríos.
Gremio de Carpinteros, Pedro Pavez y Rodolfo Fernecien.
Gremio de Jornaleros, Francisco Monterreal.
Gremio de Lancheros, Eduardo Jofré.
Gremio de Pintores, Luis Araya.
Gremio de Gasfiteros, Rosario Solís.
Gremio de Albañiles, Juan de Dios Castro.
Gremio de Maestranza, Miguel 2º Silva, Arturo Espinoza y Armando Tucas.
Gremio de Carreteros, Abel R. Cueto.
Gremio de Cargadores, Ventura Ortiz.
Gremio de Abasteros, Agustin Muñoz.
Gremio de Sastres, Francisco Sánchez.
MARTES 17
En este día ya el movimiento huelguista tanto en la Pampa como en Iquique se hizo general no quedando ningún gremio que no tomara parte, inspirados todos en la mas franca y decidida solidaridad.
La autoridad hizo saber á los obreros que el Gobierno había nombrado una comisión de notables en el Sur para que arreglara el conflicto y que esa comisión venia ya en viaje en un buque de guerra.
Desde este día empezaron a llegar más obreros de la Pampa qué también hacían la travesía a pie con el objeto de adherirse a sus compañeros.
Para atender a los obreros que iban llegando y otros servicios del Comité se nombraron los siguientes ayudantes de orden:
Félix Paiva, Ignacio Morales, Ramón Fernández, Roberto Leyton, Arturo 2º Encalada, Carlos Castro, Ramón L. León, Manuel Arias, José Vera, Ernesto Araya, José 2º Alarcón, José Rosa Guerrero, José Luis Córdova, Senobio Valenzuela, Victor Cerpa, Pedro Fernández, Guillermo Miranda, José M. Cáceres, Hipólito Jalarca, Francisco Bugueño, Juan Jones, Ceferino Molina y Fermín Rojas.
A las cinco de la tarde fondeó en este puerto procedente de Arica, el crucero Blanco Encalada que traía tropa a su bordo. En efecto, á los pocos minutos desembarcaban 150 hombres del Regimiento Rancagua y 50 de la Compañía Ingenieros de Atacama. Toda esta tropa venia al mando del mayor don Arturo Moreira.
Con la llegada de este contingente la ciudad tornóse en un verdadero campamento inmediatamente los militares recién llegados con los de la guarnición del puerto, quitáronle el derecho a la policía constituyéndose en patrullas.
Como a las ocho de la noche llegó un convoy con más de mil trabajadores procedentes de Lagunas y pertenecientes a las oficinas Norte, Centro y Sur Lagunas.
Estos trabajadores no pudiendo conseguir maquina para trabajar se apropiaron de una locomotora donde formaron un convoy con carros planos, gobernándolos algunos operarios entendidos en la materia. Una Comisión del Comité les fué a recibir llevándoles a la Escuela Santa Maria, sitio al que habían bautizado los pampinos con el nombre de CUARTEL GENERAL.
MIERCOLES 18
En este día el Cuartel General ya se encontraba con sus cuadras casi llenas de jente y todos los habitantes del puerto se aproximaban á sus puertas para cerciorarse del orden y corrección con que allí se instalaban los viajeros, convenciéndose todos de la veracidad de los detalles que sobre este particular daban los diarios locales.
El Comité Directivo estaba situado en la azotea del edificio y los espaciosos salones de los bajos constituían los dormitorios, bodegas de comestibles y comedores de los alojados.
El Comité Directivo sesionaba todo el día y aun en la noche; los delegados que iban llegando y una vez reconocidos como tal por el Directorio eran anotados en un registro dándoseles al mismo tiempo las instrucciones del caso: que la bandera del orden que habían enarbolado, jamás fuera arriada.
La organización de ese Comité era más que magnifica, acabada; ahí todo era orden y sus miembros sólo deseaban unión y resignación para esperar que se les contestara favorablemente.
Compuesto el Comité por obreros de cuna, por hombre, que sólo habían hecho brillar su seriedad y tino para que sus compañeros les encomendaran tan delicada misión, el movimiento era dirigido tan sabiamente que jamás huelguista alguno en el transcurso de esos días, dió motivos de quejas en ningún sentido para nadie. Fué este el principal y poderoso motivo por lo que el movimiento se hiciera simpático ante todos los habitantes que no sentían arder en su alma el vil contacto de aquellos hombres de las libras esterlinas a quienes la historia de este suelo les reservara paginas de sangre escritas en letras de esterminio.
A las diez y media de la mañana del Esmeralda fueron desembarcados un piquete de noventa hombres de marinería y cuarenta hombres de la compañía de desembarco. Los primeros estaban al mando del teniente segundo Muñoz y los segundos al mando del teniente de Ejército Depassie.
Fué entonces cuando el Comité huelguista tomó el acuerdo de no celebrar mas comicios públicos para evitar de este modo se diera pretesto para emplear la fuerza.
En ese día fallecieron dos pequeños niños que, junto con sus padres, también habían hecho la travesía a pie enfermándose de resultas de tan pesado como penoso viaje. Uno era hijo de un trabajador de la oficina Santa Ana y el otro del trabajador Juan de Dios González, delegado de la oficina Esmeralda.
JUEVES 19
A las dos de la tarde llegaba un tren como con dos mil trabajadores de Huara, yéndolo á recibir una comisión nombrada por el Comité para llevarlos al Cuartel General.
Divisábanse á la cabeza de la columna las banderas chilena, peruana y boliviana flameando también muy alto la bandera blanca que en este caso no era el símbolo de la Patria Universal, sino el estandarte del orden y la paz bajo cuyos pliegues se abanderizaban también los que iban llegando.
A la entrada de la Escuela Santa Maria los recibió el Comité y uno de los llegados a nombre del pueblo de Huara saludó al pueblo de Iquique en esta forma:
“Compañeros, dijo, desde ese rincón de la Pampa que se llama Huara os traigo el saludo fraternal de vuestros hermanos de sufrimiento”.
La voz de este trabajador demostraba las fatigas del viaje y luego terminó pidiendo unión y orden a sus compañeros.
Después usó de la palabra el obrero Manuel Aguirre y tuvo frases felices para expresarse.
En un párrafo, dijo:
“Todos los animales se esconden; el león mismo todo tímido, se mete en su caverna huyendo de la tempestad; solo cruza el espacio, majestuoso, el cóndor de los Andes, que es el emblema de nuestro escudo”.
En este mismo instante fondeaba en la bahía el Crucero Zenteno que traía á su bordo la Comisión nombrada por el Gobierno y que era compuesta por el Intendente Eastman, el General Silva Renard y el coronel Ledesma. Una vez desembarcados, la comitiva se dirigió á la Intendencia seguida de numeroso pueblo. Á los pocos minutos apareció en los balcones de esa oficina la inofensiva figura de un buen anciano que deseaba hablar a los hijos del pueblo. Era el mismísimo Carlos Eastman, aquel mandatario de la provincia que antes de dirigirse al Sur los salitreros habían indijestado á banquetazos y hecho obsequios por valor de buenas libras esterlinas. Venia, pues, á pagar en sus servicios, á castigar á la plebe que se había alzado con sus amigos, los salitreros y oculto bajo antifaz de la hipocresía, habló el anciano:
“Pueblo de Tarapacá:
Os saludo. Vengo, puede decirse, llamado por vosotros, á ver modo de arreglar amistosamente las dificultades suscitadas entre obreros y patrones. Espero que en compañía de los hombres de buena voluntad hemos de llegar al fin deseado y al que todos aspiramos.
Voy a imponerme de vuestros deseos: traigo la palabra oficial del Presidente de la República en cuanto á este ideal y al mismo tiempo á que todos trabajemos por el bienestar de la Provincia. No pensaba volver, y me habéis hecho desistir de ello.
Ayudadme entre todos á contribuir a la tranquilidad general.
Como acabo de decir, surje la resolución pronta y espero que mi palabra leal y mis deseos desinteresados traigan la armonía a esta Provincia.”
Las palabras almibaradas del mandatario surtieron su efecto y en pago el pueblo todo le lanzó unos cuantos vivas retirándose todos a su Cuartel General.
VIERNES 20
A las 9 de la mañana llegaban en 19 carros planos tres mil obreros de los cantones de Negreiros y Huara. Como a los anteriores, una comisión los recibió y en el Cuartel General el Vice presidente del Comité, Luis Olea, les dió la bienvenida en los siguientes términos:
“Compañeros:
A nombre del Comité Central saludo con todo mi corazón a los compañeros que han cruzado la Pampa para unir también sus fuerzas en este movimiento pacifico y respetuoso con que el pueblo de Tarapacá entero formula sus peticiones.
Bien venidos, queridos hermanos. Os recibimos con los brazos abiertos para confundirnos todos en un solo y fraternal abrazo.
La causa que defendemos es muy justa y prueba de ello es que la opinión publica esta con nosotros. Entonces, sin trepidar, sigamos adelante con el respeto que nos ha caracterizado desde el primer día del movimiento.
Confiemos en las autoridades, que ellas nos ayudaran.
Terminó recomendando el orden y la compostura de los recién llegados y que no bebieran una sola gota de licor para demostrar de este modo que el pueblo en estos momentos formula sus reclamos en pleno uso de su razón.”
Ese mismo día eran aprehendidos en Huara el comerciante Pedro Regalado Núñez y el obrero Pedro Díaz, á quienes se les trajo ocultamente hasta el puerto por orden de la autoridad y una vez aquí fueron embarcados en un buque de guerra acusándoseles de agitadores. La vía crucis que pasaron estos dos prisioneros duró varios días manteniéndoseles a pan y agua.
Por la tarde de este día se tuvo conocimiento en Iquique de los sucesos de Buenaventura donde la tropa sin motivo disparó sobre unos mil obreros que en convoy se dirigían á unirse con sus compañeros del puerto. Murieron siete resultando heridos varios.
A todo esto la existencia de trabajadores pampinos en Iquique pasaba de veinte mil y á cada momento llegaban más, reconociéndose este mismo día á los siguientes nuevos delegados:
Oficina Progreso, Cornelio C. Astrofe
Oficina Puntunchara, Manuel Paniagua.
Oficina Josefina, Francisco Aguayo.
Oficina Abra, Alfredo Loyandariza.
Oficina Amelia, José M. Vásquez.
Rosario de Negreiros, Eufracio Castro.
Oficina Democracia, José L. Bossa.
Oficina Transito, Jenaro Castillo.
Oficina Rosita, Guillermo Saavedra.
Campamento Verdugo, Francisco A. Cerda.
Oficina Maruccia, Juan Esteban Powdicht.
De Huara, Carlos Jorquera Vilche.
Oficina Argentina, Guillermo Miranda.
En las primeras horas del día Viernes el Comité nombró una comisión para que fuera á saludar al Intendente en nombre de todos los obreros. Esa comisión era compuesta por las siguientes personas: Luis Olea, Agustín Vergara, José S. Paz, Rosario Calderón, Pedro A. Aranda y Francisco Godoy Aguirre.
Agradeciendo el saludo y después de dorarla, el citado mandatario, les obsequió la siguiente píldora: “La autoridad estaba dispuesta y teñía los medios de asegurar en todo caso la tranquilidad de la ciudad y de toda la Provincia.”
Ahora cabe preguntar ¿á qué venia esa amenaza tan repentina y tan sin razón? ¿por qué? siendo que los huelguistas observaban siempre su tranquilidad y orden?… El hombre traía su plan de ataque y sus compadres salitreros habíanle metido en la cabeza que sus vidas y propiedades estaban en peligro, que las familias dormían intranquilas en presencia de tanto hombre y que, con tal motivo, se imponía la muerte de unos cuantos para correr a los demás.
Caía la tarde del Viernes, las autoridades metíanse en su concha y los huelguistas en su Cuartel General con la tranquilidad del que nada teme sin imaginarse jamás el día triste que les preparaba el Destino.
Por la noche en la Intendencia hubo un inusitado movimiento y á cada instante entraban y salían mensageros. A las 10 P.M. el Intendente dictaba el siguiente decreto que equivalía a una declaratoria de estado de sitio:
“INTENDENCIA DE TARAPACA. Iquique, Diciembre 20 de 1907. He acordado y decreto:
1º. Queda Prohibido desde hoy traficar por las calles y caminos en grupos de mas de seis personas á toda hora del día ó de la noche.
2º. Queda prohibido en la misma forma traficar por las calles de la ciudad después de las 8 de la noche, toda persona que no lleve permiso escrito de la Intendencia.
3º. Queda también prohibido el estacionamiento ó reunión en grupos de más de seis personas.
4º. La gente venida dé la pampa y que no tiene domicilio en esta ciudad se concentrará en la Escuela Santa Maria y Plaza Manuel Montt.
5º. Queda prohibido absolutamente la venta de bebidas capaces de embriagar.
6º. La fuerza publica queda encargada de dar extricto cumplimiento al presente decreto.
Anótese, comuníquese al Comandante General de Armas y publíquese por bando.- EASTMAN.- J. Guzmán García.
SABADO 21
Hemos llegado, pues, al triste é inolvidable Sábado 21 y al pretender hacer la descripción de los acontecimientos que se desarrollaron en ese día la pluma se resiste, el ánimo del autor de este folleto flaquea.
Haremos un esfuerzo olvidando más que sea momentáneamente el abismo de sangre que se presenta ante nuestra vista para describir los sucesos con los detalles que pudimos observar y anotar en el sitio mismo de la masacre.
Como nunca brilló el Sol en ese día pareciendo que sus rayos eran los portadores de algo grande, pero muy grande, para los trabajadores que esperaban momento a momento una respuesta favorable de los salitreros. En verdad, los rayos no mentían; la grandeza del sacrificio se aproximaba y sus mártires estaban ya escojidos.
En las primeras horas de ese día el Comité Directivo dirigió a la Intendencia la nota que damos en seguida:
“Iquique, Diciembre 21 de 1907.- En este momento este directorio central ha recibido verbalmente un llamado de V.S. al local de esa Intendencia.
El Comité ha creído que no podemos complacer a V.S. en este sentido porque la orden dada por V.S. el día de hoy desampara por completo nuestros derechos, y aun mas, al no poder ir allá en la forma pensada es susceptible de desórdenes que pueden amargar la situación.
En este caso creemos practico que V.S. se sirva nombrar una comisión para entendernos en lo que V.S. desee, pues lo ocurrido en Buenaventura nos confirma que las garantías para el obrero se concluyen, y seria por demás doloroso que las fuerzas de línea tuvieran que luchar con el pueblo indefenso como generalmente se hace y cómo nos da claro á comprender el bando publicado, en pago parece que las atenciones que los operarios han demostrado á V.S. y del orden y compostura que ese pueblo que se provoca ha observado hasta hoy con sumo agrado de Chile entero, y no es posible desviarnos de esa senda.
Sírvase V.S. tomar en cuenta nuestras razones y ordenar lo estime conveniente, insinuando este Comité el practico camino de notas, ó en su defecto, lo ya dicho por medio de comisiones, teniendo V.S. la seguridad que á tal efecto nosotros hoy como siempre, daremos las mas amplias facilidades.
Dios guarde a V.S. – BRIGG, – M. Rodríguez B. secretario.”
Como un toque funerario la Intendencia dictó minutos después el siguiente úkase:
“INTENDENCIA DE TARAPACA.- Iquique 21 de Diciembre de 1907. – En bien del orden y la salubridad pública, he acordado y decreto: Los huelguistas concentrados en la Escuela Santa Maria, se trasladaran al local del Club de Sport.
Comuníquese al Jefe Militar de la Plaza para su inmediato cumplimiento.- EASTMAN.- Guzmán García.”
A la una en punto de la tarde el general Silva Renard hacía reunir en la Plaza Prat á todas las tropas con que contaba la ciudad, incluso la marinería. Pasó revista compañía por compañía, examinándoles después á cada soldado su arma. Ahí se les peroró que la ciudad estaba en peligro y que ellos, como defensores de la nación, debían salvarla. Aun no terminaba la revista cuando el general recibe en este sitio un pliego cerrado del Intendente. En él se le ordenaba terminantemente diese estricto y severo cumplimiento al ultimo decreto.
Una comisión de soldados fué encargada de dirigirse á los sitios donde había huelguistas haciéndoles saber lo necesario que era en todos, lo mas luego posible, se encontrasen en la Escuela Santa Maria, sitio á donde irían las autoridades á conferenciar con el Comité Directivo.
La gente que andaba dispersa en pocos minutos fué reclutada al Cuartel General tomándose también posesión de la Carpa del Circo Zobaran levantada en la misma Plaza Montt y en la cual,-previa concesión graciosa de su propietario,-habían pernoctado la noche anterior.
Para el mismo objeto la señora Isabel Ugarte había facilitado su amplia bodega de la calle Barros Arana y la Municipalidad varios de sus establecimientos.
Mientras el General revisaba las tropas las familias de la jente pudiente se dirigían á bordo de los buques mercantes, ya, sin duda, sobre aviso de lo que iba á pasar. Algunas familias pobres que deseaban también hacerlo no pudieron porque en esos buques se cobraba una libra esterlina diaria por persona.
A las dos de la tarde el General partía hacia la Plaza Montt acompañado del coronel Ledesma, el comandante Almarza y los jefes de marina Wilson y Aguirre, seguido este Estado Mayor por tropas pertenecientes a los regimientos Rancagua, O’Higgins, Carampangue, Granaderos y marinería con sus respectivas ametralladoras.
Desplegada la tropa en la Plaza Montt el General se dirigió á los huelguistas diciéndoles que inmediatamente debían abandonar ese local para ocupar el del Club Sport, hablando como dos ó tres minutos sobre ese particular.
Secundando al General hablaron en seguida coronel Ledesma y los comandantes Wilson y Aguirre. Recibieron la misma contestación.
A todo esto los trabajadores hacían profesión de fé de no abandonar el local, pues comprendían que si lo hacían del mismo Club de Sport á fuerza de bayoneta se les intimaría para que regresaran a la pampa convocándoles convoyes frente a ese local.
Por otra parte ellos estaban seguros que nada les pasaría en la Escuela Santa Maria y que todo ese despliegue de fuerza no pasaría de ser mas que una amenaza. Estaban orgullosos del orden y respeto que observaban para con todo el mundo y muy especialmente para con las autoridades mismas á quienes vivaban en toda ocasión. Sus vidas las creían seguras antes sus hermanos que estaban formados frente a ellos con fusil al brazo.
Estaban equivocados, mentían sus creencias.
Hubo un minuto de calma.
Después el ruido seco que produce la culata de un rifle al apoyarse en el cuerpo del soldado, indicaba que se apuntaba sobre ellos.
Algunos curiosos quisieron huir pero las tropas y sus jefes no los dejaban constituyéndose un cordón que empujaba á todos hacia el centro donde se hacia fuego. En un arranque de penosidad el comandante Almarza libró la vida á varias personas entre los cuales le tocó al poeta Oscar Sepúlveda, la obra de este comandante no tuvo imitadores.
A los pocos minuto una, dos, tres, cuatro y cinco descargas con intervalos de ametralladora, hacia emanar un chorro de sangre inocente que no solo manchó todo el suelo de la Escuela Santa Maria sino que, muy principalmente, llegó hasta el alma misma de los que ordenaron el desastre.
Para que el lector se forme una idea cabal del cuadro y pueda estudiarlo con detenimiento damos un doloroso croquis adjunto levantado en el momento preciso de los acontecimientos:
En la primera descarga ya se vieron batirse al viento y que caían en mortal desmayo las banderas blancas de los huelguistas pidiendo piedad para sus vidas; pero todo era inútil, las descargas se sucedían una tras otras y poco a poco iban cayendo los abanderados desde la azotea, acribillados a balazos.
El vice-presidente del Comité Luis Olea fué un verdadero héroe, pues con una valentía digna de su raza avanzó por entre sus compañeros y descubriéndose el pecho, dijo: “Apuntad, General, aquí esta también mi sangre.” Después no se le vió mas ignorándose suerte que haya corrido este valiente obrero.
Concluyó el fuego. La obra estaba consumada.
En el campo quedaron trescientos muertos lo menos, y quinientos heridos, término medio.
A las puertas del Colegio Santa Maria una piña de doscientos seres humanos, unos muertos y otros moribundos, interceptaba el paso. Los cuerpos estaban unos sobre otros oyéndose agonizantes quejidos que partían el alma, que destrozaban el corazón.
Fragmentos de cristianos por acá, alaridos de angustia por allá. El cuadro era aterrador y el Campo de Agramante se destacaba gigante y severo, pero con toda la majestad de esa acepción, al contemplarlo las carnes tiritaban, el espíritu flaqueaba.
La Carpa del Circo y demás sitios de la plaza constituían el cementerio de la batalla, si es que así pueda llamarse a esta cobarde matanza.
El General entonces dió orden fueran sacados del Colegio los sobrevivientes, aquellos a quienes se dejó con vida no sabemos por qué, y se les llevara al Club Sport.
De diez en diez fueron sacados los trabajadores vijilados por los lanceros, llevándoseles por la calle Barros Arana.
Con la vista al suelo, el alma dolorida y los ojos bañados en lágrimas de angustia marchaban ellos dejando su Cuartel General en poder del enemigo y dejando también durmiendo el sueño eterno a sus mártires compañeros cuyas vidas habían sido sacrificadas por que reclamaban pan.
En el trayecto murieron lanceados varios obreros que por efecto de alguna herida no podían marchar lijero, argumentándose pretendían huir.
Como á la media hora después y cuando las ambulancias y bomberos empezaron á entrar al local de la Escuela que estaba regada de sangre inocente por doquiera fueron encontrados en la bodega donde guardaba provisiones, el subinspector de policía don Luis Alberto Díaz y el sargento del mismo cuerpo Juan Caviedes, quienes habían salvado por milagro.
El joven Díaz dirigía el rancho de los obreros desde el principio de la huelga llegandose hasta conquistar las simpatías de aquellos. A él ni al sargento no se le dió aviso alguno de lo que iba allí á pasar y solo cuando principiaron las descargas comprendieron de lo que se trataba. Felizmente Díaz anduvo listo y armó una trinchera con líos de charqui guarneciéndose allí con el sargento. Ambos cuando fueron sacados estaban en un estado nervioso tal, que se temía por sus vidas. El joven Díaz y su subordinado estuvieron en inminente peligro de perecer y bien se les puede decir, han nacido de nuevo.
De á diez y quince en cada carreta eran llevados los muertos y sepultados en un sanjón abierto a la espalda del Hospital. Otros, muy pocos, en el Cementerio No.2.
Mas tarde se supo que por suerte, ninguno de los Directores había caído bajo el plomo fratricida. Ligeramente disfrazados habían marchado también con sus compañeros hasta el Hipódromo.
Prestaron oportunos é inmediatos auxilios á los heridos todos los doctores de la localidad y los empleados de botica como así mismo los presbíteros Montero Vargas y Maturana.
En la tarde del mismo día el Intendente dictaba lo siguiente; haciéndose también mas estricta la censura que existía en las oficinas de cable:
“Intendencia de Tarapacá”.
Iquique, 21 de diciembre de 1907.
Queda absolutamente prohibida la impresión y venta de todo diario u hoja impresa. Las infracciones serán severamente reprimidas.
Dios guarde a Ud.
EASTMAN
Al editor……………………………….. Pte.
A todo esto la tarde caía envolviendo la ciudad en un fúnebre crespón. La Epoca del terror estaba, pues, manifestada en todos sus carácteres.
Por la noche ni un alma se veía por las calles y solo era interrumpido ese silencio por el ruido tétrico de los sables de las patrullas. Y así el calendario del tiempo doblaba la hoja ensangrentada del sábado 21 apareciendo la hoja enlutada del
DOMINGO 22
De los escombros del Cuartel General aún humeaba la sangre inocente de tantas victimas cuando Silva Renard pasó al Intendente el siguiente parte:
“COMANDANCIA DE ARMAS DE TARAPACA.- No. 161.- Iquique, 22 de diciembre de 1907.- Señor Intendente de la Provincia. – Presente. – Ayer, inmediatamente que recibí en la Plaza Arturo Prat, a la 1¾ p.m. y en circunstancias de revistar. a las tropas de la guarnición marina, la orden de concentrar en el Club Hípico á los huelguistas, haciendo que evacuasen la Plaza Manuel Montt y la Escuela Santa Maria, donde se sabía estaba la gran masa de huelguistas constituida en asamblea permanente presidida por los directores del movimiento, dirigí la infantería hacia dicha plaza y calles adyacentes de manera de poder cumplir la disposición de U.S. en la mejores condiciones de orden, sin dispersión de huelguistas, encausando la turba por la calle Barros Arana, hacia el Club Hípico.
Cumpliendo el movimiento por la infantería del ejército y marina, me dirigí á la Plaza Manuel Montt con cien granaderos, acompañado por el coronel Ledesma y mis ayudantes.
Al llegar á dicho sitio, ví que la Escuela Santa Maria que ocupaba toda la manzana Sur de la plaza estaba repleta de huelguistas presididos por el titulado Consejo Directivo de la huelga, instalados en la azotea frente a la Plaza y en medio de banderas de los diversos gremios y naciones. Desde adentro hacia el centro de la plaza, rebozaba una turba que no cabían en el interior de la Escuela y que en apartada masa cubría su entrada y frente.
Calculé que en el interior de la escuela habrían unos 5,000 individuos y afuera 2,000 que constituía ciertamente la parte mas decidida y exaltada. Aglomerados así oían los discursos y arengas de sus oradores que se sucedían sin cesar en medio de los toques de cornetas, vivas y gritos de la multitud.
Como U.S. comprenderá, los oradores no hacían otra cosa que repetir los lugares comunes de guerra al capital y al orden social existente.
Observada bien la situación y tomadas las medidas para circunscribir en el menor radio posible la acción de la fuerza pública, comisioné al coronel Ledesma para acercarse al Comité que presidia el movimiento y comunicarle la orden de U.S. de evacuar la Escuela y Plaza y dirigirse al Club Hípico con la gente. A los cinco minutos volvió el coronel diciéndome que el Comité se negaba a cumplir la orden y que habían sido infructuosas sus palabras primero pacificas y conciliadoras y después enérgicas y severas, para obtener el acatamiento de la orden:
En vista de esto tomé nuevas disposiciones para imponer á los huelguistas el respeto y la sumisión.
Hice avanzar á dos ametralladoras del “Esmeralda” y las coloqué al frente de la escuela con puntería fija á la azotea donde estaba reunido el Comité Directivo. Coloqué un piquete del regimiento O’Higgins á la izquierda de las ametralladoras para hacer fuego oblicuo á la azotea por encima de la muchedumbre aglomerada al lado de la puerta.
En este instante se me agregaron los capitanes de navío señores Arturo Wilson y Miguel Aguirre que espontáneamente se ofrecieron para ayudarme en mi delicada y grave misión. Cada uno conferenció con los huelguistas sin obtener mejor éxito. Quise agotar hasta lo último los recursos pacíficos. Pasando por entre la turba, llegué a la puerta de la Escuela y llamé al Comité. Este descendió de la azotea y rodeado de banderas se presentó en el patio exterior, ante la apiñada muchedumbre.
El estaba compuesto por los individuos Olea, Brigg, Aguirre y demás cuyos nombres no recuerdo pero son conocidos por U.S.
Ahí les comuniqué la orden de U.S. y les rogué, mejor dicho, les supliqué con toda clase de razones evitasen al Ejército y Marina el uso de las armas para hacerla cumplir.
Todo fué inútil. Durante media hora les hablé en todos los tonos, sin obtener otra cosa que declamaciones sobre las injusticias de que eran victimas como trabajadores y siempre defraudados en sus jornales por patrones y capitalistas.
Viendo que eran inútiles todos mis esfuerzos pacíficos y persuasivos me retiré, haciéndoles saber que iba a emplear la fuerza.
Reuní á los jefes que me acompañaban y estudié con ellos la posibilidad de obtener la sumisión con las armas blancas, introduciendo infantería con bayoneta armada que con un ataque vigoroso hacia el interior aprehendiese á todo el Comité ó haciendo cargar á la caballería la turba aglomerada en el exterior. Se constató que estas operaciones no darían resultado por lo apretada y compacta que se mantenía la muchedumbre del exterior para cargarla con éxito y se vió por el contrario, que un ataque de arma blanca ó caballería podía dejar a la infantería y ginetes en el peligro de ser copados por los huelguistas, complicándose la situación para las operaciones siguientes.
Se vió por lo tanto, que no había mas recurso que el empleo de las armas de fuego, para obtener un resultado eficaz y ordenado.
El capitán de navío señor Aguirre volvió á dirigirse á los huelguistas y lo mismo hizo el comandante señor Almarza, haciéndoles saber que se iba á hacer fuego y que la jente pacifica debía retirarse hacia la calle Barros Arana y yo volví nuevamente a decírselo, logrando que unos doscientos se apartasen y colocasen en la calle indicada, no sin ser insultado por la muchedumbre rebelde, que momento a momento se iba exaltando mas por la inacción de la tropa durante hora y media ocupada en parlamentar con los huelguistas.
Convencidos de que no era posible esperar mas tiempo sin comprometer el respeto prestigio de las autoridades y fuerza publica y penetrado también de dominar la rebelión antes de que terminase el día ordené a las 3 ½ P.M. una descarga por el piquete del O’higgins hacia la azotea ya mencionada y por el piquete de la marinería situada en la calle Latorre hacia la puerta de la escuela, donde estaban los huelguistas mas rebeldes y exaltados. A esta descarga se respondió con tiros de revólver y aun de rifle que hirieron á tres soldados y dos marineros, matando dos soldados de granaderos.
Entonces ordené dos descargas más y fuego á las ametralladoras con puntería fija hacia la azotea donde vociferaba el Comité entre banderas que se agitaban y toques de cornetas. Hechas las descargas y este fuego de ametralladoras que no duraría sino treinta segundos la muchedumbre se rindió. Hice evacuar la escuela y todos los huelguistas en numero de seis mil a 7,000 rodeados por las tropas, fueron conducidos por la calle Barros Arana al Club Hípico.
En la mañana fué disuelta esta masa enviándola á la Pampa salitrera por los trenes que U.S. puso a mi disposición de cinco a 6,000; el resto en su mayor parte gente de Iquique fué entregado á la Policía para su identificación incluso doscientos individuos que manifestaron el deseo de irse al Sur.
Esta es la relación exacta de los luctuosos sucesos ocurridos ayer en los cuales han perdido la vida y salido heridos cerca de 140 ciudadanos. El infrascrito lamenta este doloroso resultado del cual son únicamente responsables los agitadores que ambiciosos de popularidad y dominio arrastran al pueblo a situaciones violentas, contrarias al orden social que por la potestad de la ley la fuerza publica debe amparar por severa que sea su misión.
Dios guarde a U.S.
R. SILVA RENARD.”
Momentos después de pasado este parte que adolece de grandes y manifiestos errores y que, en honor de la verdad, no debió de haberse tergiversado los hechos en forma tan descarada, doscientos obreros fueron llevados á Cavancha desde donde se les embarcó en lanchas para conducirlos al Sur en el vapor Cachapoal al ancla en la bahía. A los demás se les hizo caminar hasta la linea del ferrocarril siempre custodiados por tropas y de allí embarcados en los convoyes que los esperaban para llevarlos á la Pampa.
A los pocos días después el Intendente daba cuenta al Ministro del Interior de su actuación en estos sucesos defendiendo abiertamente a los salitreros y atribuyéndoles a los obreros pensamientos perversos, anarquistas, que jamás pasaron por su mente.
He aquí ese histórico documento que ya servirá de malhadado consuelo a las viudas ó madres de los mártires del 21:
“INTENDENCIA DE TARAPACA.- Número 1918.- Iquique, 26 de Diciembre de 1907.- Señor Ministro:
Tengo el honor de dar cuenta a U.S. de los acontecimientos que se desarrollaron en esta provincia desde mi llegada á la ciudad en la media tarde del día Jueves 19 del actual.
En la misma tarde recibí en la sala de mi despacho a los miembros del Comité General de los Huelguistas y después de prolongada conferencia en la que escuché detenidamente hasta penetrarme bien de sus peticiones les ofrecí llevarlas á los representantes salitreros para considerarlas inmediatamente.
Momentos después recibí al presidente y directores de la Combinación Salitrera y conferencié largamente con ellos en busca del deseado acuerdo que pusiera término inmediato á las dificultades entre trabajadores y patrones, los que mantenían en alarma constante á la ciudad y á toda la provincia.
Los salitreros me manifestaron su buena voluntad en orden á estudiar y resolver detenidamente sobre las peticiones de los trabajadores; pero también me manifestaron que no les era posible discutir bajo la presión de la considerable masa de huelguistas condensada en la ciudad, porque si en estas condiciones eccedían al todo ó parte de lo pedido por los trabajadores, perdían el prestigio moral, el sentimiento de respeto, que es la única fuerza del patrón respecto del obrero.
El día Viernes en la tarde recibí nuevamente al Comité de los Huelguistas y les manifesté que los salitreros no desoían sus peticiones pues, estaban dispuestos á considerarlas y resolverlas en las mejores condiciones posibles de convivencia y equidad para unos y otros; pero pedían que los trabajadores volvieran á la pampa, dejando en la ciudad para que los representara, un Comité mas ó menos numerosos y de absoluta confianza de los huelguistas.
El Comité me espuso que sobre esa base seria muy difícil, quizás imposible, conseguir la vuelta de los trabajadores á las oficinas, y que, para conseguir ese objeto, proponía la idea de que se aumentaran los jornales en un sesenta por ciento durante un mes, tiempo que estimaban suficiente para que el Comité General de los trabajadores resolviera y estudiara con los salitreros la resolución definitiva sobre las diversas peticiones anotadas en el memorial que original acompaño bajo el numero 1.
A las 8 de la mañana del sábado, recibí por segunda vez á los directores de la Combinación Salitrera y les manifesté las proposiciones del Comité Huelguista. Les agregué que S.E. el Presidente de la República, defiriendo a mis insinuaciones me había autorizado cablegráficamente para decir á los patrones que el Supremo Gobierno concurría con la mitad del aumento de salarios que se acordara durante el mes que se calculaba duraría el estudio y resolución definitiva de las dificultades.
Los salitreros me replicaron que no harían cuestión de dinero pues tenían el propósito de resolver sobre las peticiones de los trabajadores en forma equitativa y correcta, y me reiteraron su propósito de no resolver bajo la presión de la masa, porque esto significaría una imposición manifiesta de los huelguistas y les anularía por completo el prestigio moral que siempre debe tener el patrón sobre el trabajador para el mantenimiento del orden y de la corrección en las delicadas tareas de las oficinas salitreras.
Propuse a los salitreros la idea de resolver las cuestiones por medio del arbitraje, como acaba de hacerse con éxito en Tocopilla, nombrándose un árbitro por cada parte y un tercero en discordia elegido de común acuerdo.
Los salitreros aceptaron la idea del arbitraje pero siempre sobre la base de que los huelguistas volvieran á la Pampa para evitar la presión é imposición del numero y mantener intacto el prestigio moral de los patrones.
Apenas terminada la reunión con los salitreros, llamé al Comité Huelguista para imponerle de la última resolución de los patrones y ese Comité contestó por medio de la nota que original acompaño bajo el numero…
A pesar del tono de esa conminación y de que el Comité ponía término en forma violenta a las relaciones benévolas que la autoridad se esmeró en mantener con ellos, desde el primer momento, quise tentar la ultima medida conciliatoria, y llamé a las diez de la mañana al Presidente de la Sociedad Mancomunal de Obreros don Abdón Díaz, á quien instruí detenidamente sobre el estado de las proposiciones entre obreros y patrones, y la extrema gravedad de la situación y á quien pedí llevara con mi palabra conciliatoria, el proyecto de someter la solución al arbitraje en la forma relacionada mas arriba.
Como a la una pasado meridiano regresó el señor Díaz y me dijo que no era posible obtener la vuelta de los huelguistas á la Pampa sin resolver previamente sus peticiones.
Perdida toda esperanza de solución pacifica y amistosa, dirigí a S.E. el Presidente de la República el telegrama en que expresé la ya impostergable necesidad de solucionar la cuestión en el mismo día, aunque se usara de la fuerza y se previeran dolorosas pérdidas porque la ciudad estaba seriamente amenazada con los huelguistas que abandonaban sus relaciones pacificas y respetuosas con la autoridad.
Poco antes de las dos de la tarde, transcribí al señor general Jefe de la División que se encontraba en la Plaza Prat, al frente de la fuerza publica el decreto que en copia acompaño, bajo el numero… en el cual se ordenaba que los huelguistas concentrados en la Escuela Santa Maria y Plaza Manuel Montt en el centro de la ciudad, fueran trasladados al local del Club Sport, ubicado en las afueras de la población y vecino á éste.
Como á las dos de la tarde el señor general rodeó con la fuerza la Escuela y la Plaza mencionadas, manifestó a los huelguistas las órdenes que debía cumplir inmediatamente por resolución del jefe superior de la provincia.
Durante más de hora y medio el general Silva Renard, el coronel Ledesma, los capitanes de navío Wilson y Aguirre y el comandante Almarza agotaron todos los medios pacíficos para convencer á los huelguistas del deber que tenían de respetar los mandatos de la autoridad, invocaron el patriotismo, la necesidad imperiosa de tranquilizar la ciudad y calmar la provincia; y concluyeron por pedir reiteradamente á los huelguistas no obligaran al Ejército de la República á usar la fuerza, que produciría dolorosas pérdidas.
Después de desairados y hasta vejados los jefes del Ejército, el señor general intimó, el desalojamiento de la Plaza y la Escuela por medio de las armas dando el tiempo necesario para que se retirara la gente tranquila.
Lo demás consta en el parte oficial que en copia autorizada acompaño bajo el número…
Respecto a lo que ocurriera en la provincia ante de mi llegada, original acompaño el oficio que me ha entregado el Intendente accidental de la provincia don Julio Guzmán García.
Y para terminar esta ya larga y descarnada relación no dejaré de hacer presente á US. que las medidas adoptadas por los jefes militares en el ultimo extremo y sus consecuencias tan sensibles se debieron á la pertinaz obcecación de los huelguistas azuzados por sus directores y agitadores y el inmenso peligro en que se encontraba la población bajo el pleno régimen del terror bazada en la amenaza de incendio y saqueo se temía de un momento á otro.
Y ese peligro inminente era, además manifiesto y ostensible, porque si bien es cierto que el Comité Huelguista expuso á la autoridad reiteradamente sus propósitos pacíficos en bien del orden publico, desde que la primera partida de la pampa llegada al Club Sport en la mañana del Domingo 15: fué publico y notorio que el día Lunes paralizaron por la fuerza el trafico de todo vehículo en la población y también el trabajo en las fabricas y faenas ordinarias, con excepción de la de luz eléctrica, respecto de lo cual declararon á la policía que PERMITIAN el funcionamiento para no privar del alumbrado publico, así como declaraban que, aunque AUTORIZABAN la circulación de las carretas necesarias para proveer de víveres a la ciudad y a ellos mismos.
En los días subsiguientes al Lunes, ya aparecieron permisos escritos del Comité Huelguista para el trafico de algunos carruajes del servicio publico y otros permisos ó salvo conductos firmados por el presidente y secretario del Comité en favor de determinadas personas y otorgados con propósito cuyo alcance se comprende por si solo; y así mismo iniciaron en el comercio y vecindario una suscripción para reunir fondos con todos los caracteres del cupo forzoso ó de la exacción arbitraria ya que nadie se negaba a contribuir, hay la presión de la amenaza de mas de 7,000 huelguistas parapetados en un edificio publico del centro de la ciudad.
La autoridad por sus propios medios de información y por serios denuncios comprobados de diverso origen se formó el día Sábado 21 el íntimo convencimiento de que en ese día, en una u otra forma los huelguistas debían ser alojados en sitio aislados de la población donde se le pudiera vigilar eficazmente.
La comprobación de la amenaza esta en la Intendencia; y esta se vió en la dura estremidad de usar de la fuerza pública para reducir á los huelguistas y salvar á la ciudad y á la provincia de pérdidas de vidas mucho mas numerosas y de daños materiales de incalculable cuantía.
Mi ultima palabra será para dejar constancia de que en estos días azarosos de la huelga y en los que han seguido, para normalizar por completo la situación de la provincia las fuerzas militares y de policía han cumplido con sus deberes con ejemplar actitud y tanto los señores jefes militares, navales y de policía como los oficiales é individuos de tropa sin excepción, han secundado con la mayor eficacia la acción de la autoridad con un celo y una disciplina digno de los mayores encomios.
Dios guarde a US.-CARLOS EASTMAN.- Señor Ministro del Interior.-Santiago.”

LA PRENSA
Bajo censura reaparecieron todos los diarios locales, excepción hecha de “El Pueblo Obrero.”
“El Tarapacá” y “El Nacional” que hasta la víspera de los acontecimientos habían defendido a los huelguistas diéronse vuelta la camisa aplaudiendo la matanza y ofendiendo á los pobres muertos.
“La Voz del Perú” dió cuenta descarnada de los hechos dejando ver su indignación por la caída de sus compatriotas.
“La Patria” como una protesta muda y sin poder quitarse la mordaza, no apareció este día sino el siguiente en que trató el asunto al sabor de las autoridades, tal era la situación. Sus redactores estaban amenazados.
A los muchos días alguien dijo que no existía ya censura para la prensa, entonces reapareció “El Pueblo Obrero” contando lo sucedido. Inmediatamente la Intendencia clausuró el periódico. Salió nuevamente a luz el 30 de enero.
La gente continuó emigrando en diferentes rumbos; los peruanos á su patria, los bolivianos á Bolivia, los argentinos y chilenos al sur y la mayor parte a la Argentina.
Los transportes “Maipo” y “Rancagua” llevaron a los emigrados al Sur.
Dias después se dió a la publicidad la siguiente carta:
“REPUBLICA DE CHILE.- Armada Nacional.- A bordo del Rancagua, Enero 7 de 1908.- Señor Editor de “La Patria”.- Iquique.
Muy señor nuestro:
Los abajo firmados antes de abandonar la rada de Iquique, de este Iquique donde vivimos por muchos años y de donde nos vamos en pos de la felicidad, enviamos un voto de agradecimiento al diario “La Patria”, franco y decidido adalid que ha sabido defendernos hasta el último. Al diario que Ud. dirije que siempre, escudándose en la justicia, ha abogado por los obreros, vayan los agradecimientos mas sinceros que envían desde a bordo del transporte Rancagua un puñado de trabajadores que emigra al Sur y también algunas Sras. que, habiendo caído sus maridos ó parientes en la tristísima tarde del sábado 21, se llevan su luto para llorarlo con entera libertad en aquellas tierras donde pasaron la primavera de la vida, donde su familia le espéranlas con los brazos abiertos.
Créanos, señor Editor, que nuestra alma afligida lleva un recuerdo grato para todas aquellas personas que se han interesado por nosotros y muy especialmente para el diario “La Patria” y su personal de redacción que en esta ocasión, como en otras, ha colocado a esa hoja en el lugar mismo donde debiera colocarse todo diario honrado.
El gremio de fleteros encabezado por el filantrópico Leoncio Acevedo, ha comprometido también nuestra eterna gratitud, porque desde los primeros momentos, hoy, abandonó sus labores para embarcar nuestros equipajes primero, y nuestras personas después.
Todo gratuitamente.
Horas después, una comisión del gremio nos repartía á bordo algunos víveres que hemos agradecido en el alma.
Llevamos tres horas embarcados durante las cuales toda la tripulación del “Rancagua” como así mismo los jefes nos han atendido con toda solicitud, teniendo para ellos solo palabras de gratitud.
Todo lo que dicen las lineas anteriores, señor Editor, la copia fiel de nuestros sentimientos y como en horas mas iremos navegando en viaje á nuestras tierras, no queremos abandonar Iquique sin haber antes dado salida á esos sentimientos.
Adiós señor Editor!
Attos. y S.S.
E.B Escobar, Benjamín Guzmán, Clodomiro Fuentes, Griselda v. de Godoy, Lorenza Mateluna, Rosalba v, de González, Eloy Péndola, Luis Machuca, Eliseo San Martín, Juana v. de Gueise, Elvira de San Martin, Delfín Peredo, José Reyes, A Briceño, Pedro Contreras, Juan D. Cancino, Carlos Donoso, Santiago González, Gregorio García, F.S. Muñoz, Ramón L. León y familia, Berta v. de Caballero, Irene Mancilla v. de Rojas, Esperanza v. de León , L. Ossandón, Dominga v. de Oralzo, Hortencia G. v. de Gil, Gertrudis Vives, Cristina v. de Díaz, Maria v. de Guajardo, Zorobabel Valencia, Marcelino Olivarez, Sara de la Luz v. de Mendoza, Juan de D. Díaz, José Tomas Cepeda, Juan Monroy, Elisa v. de Venegas y cinco hijitos, Juana v. de Verdugo y tres hijitas, Juan P. Cárdenas, Pedro Donoso._ (Siguen las firmas)
MUERTOS Y HERIDOS
De los heridos llevados en la tarde del 21 al Hospital han fallecido hasta el día 1º de Febrero, los siguientes:
Guillermo Villalobos, Manuel Torres, Francisco Ramírez, chileno, trabajador de la oficina North Lagunas; Marcelino Caipa, peruano, oficina Primitiva, Alamiro Varas, argentino, Of. North Lagunas; Gregorio Villarroel, chileno, Of. San Pedro; José Caviedes, chileno, Of. Cataluña; Manuel González, chileno, Iquique; David Llanos, peruano, Of. Santa Clara; Juan R. Gamboa, chileno, Centro Lagunas; Mauricio Cáceres, Of. Primitiva ? Ernesto Araya, chileno, Of. Cóndor; Remigio Jorquera, chileno, Of. San Lorenzo; Fructuoso Castillo, chileno, Of. San Lorenzo; Domingo Montes, boliviano, Of. Josefina; Juan Astudillo, chileno, Of. North Lagunas; Tomas Caipa, peruano, Of. Puntilla de Huara; Delfino Trigo, chileno, Of. Argentina; Luciano Rojas, chileno, Iquique; Humberto Gansan, peruano, Of. La Palma; Damaso Rivera, chileno, Of. San Lorenzo, Genaro Maldonado, peruano, Of. Marousia; Basilio Torres, boliviano, Of. Josefina; Guillermo Tirado, chileno, Of. Rosita; Manuel Castro, chileno, Of. Peña Chica; Basilio Ollavire, peruano, Of. Santa Rosa de Huara; Esteban Rojas, chileno, Iquique, Andrés Torrico, boliviano, Of. Tarapacá y Elisa Zavala, verdulera, que murió despedazada á balazos.
Estos son, pues, los muertos que apunta la estadística del Hospital hasta el 1º de Febrero no habiéndose computado en ninguna oficina los cadáveres que por carretadas fueron levantados del sitio de los sucesos.
Hasta la fecha existen numerosos heridos que se medicinan en diversas casas de la ciudad.
He aquí la nómina de los heridos que han salido sanos del hospital entre los cuales hay muchos cojos, zuncos, tuertos y con otros defectos. En esta misma lista están incluidos los que aun se medicinan en ese establecimiento y por cuyas vidas ya no se teme.
Fermín Pavez, chileno, Of. Santa Lucía.
Ramón James, chileno, Of. Providencia.
Hilario Rodríguez, peruano, Of. Carmen Bajo.
Emilio Vargas, chileno, Of. Marroussia.
José Carrasco, chileno.
Fidel Gutiérrez, chileno, Of. Esmeralda.
Félix Ramos, chileno, Of. Esmeralda.
Horacio Rodon, peruano, Of. San Pablo.
Manuel Chacón, peruano, Of. San Agustin.
Manuel Murillo, peruano, Of. La Granja.
Sixto Santos, chileno. Of. San Pablo.
Francisco Herna, boliviano, Sur Lagunas.
Pablo Olivares, chileno, Of. Rosita.
Domingo Meneses, chileno, Sur Lagunas.
Guillermo Rojas, chileno, Of. Keryma.
José Maurriel, chileno, Carmen Bajo.
Carmen Peña, chileno, Santa Clara.
Marcelino Gutiérrez, peruano, Of. Cataluña.
Juan de Dios Vergara, chileno, Caleta Buena.
Manuel Fanes, chileno, Caleta Buena.
José Flores, chileno, Of. Tarapacá.
Carlos Manzano, peruano, Of. Progreso.
Agustin Ceballos, chileno, Of. Providencia.
Celso Arancibia, peruano, Iquique.
Bernardo Núñez, peruano, Of. Cholita.
Juan Molina, chileno, Of. Tarapacá.
Juan Véliz, peruano, Of. San Donato
José González, chileno, Of. Centro Lagunas.
Ramón Pérez, chileno, Of. Peña Chica.
Evaristo Cortez, chileno, Of. Centro Lagunas.
Pedro Stuardo, chileno, de Iquique
Isidro Velasco, peruano, Of. Santa Clara.
Alfonso Suárez, chileno, Of. North Lagunas.
José Francisco González, chileno. Of. La Palma.
Anacleto Aguilar, chileno, Of. Buen Retiro.
Manuel Mestas, peruano, Of. Marroussia.
Carlos Herrera, chileno, Of. Rosario de Huara.
Filomeno Sierra, chileno. Of. Centro Lagunas.
Juan L. Vega, chileno, Of. Santa Ana.
Salomón Díaz, chileno, Of. San José.
Julio Rojas, chileno, Of. La Palma.
Juan Aliaga, peruano, Of. San José.
Felipe Astudillo, peruano Of. Carmen Bajo.
Ricardo García, chileno, Of. San José.
José Randan, peruano, Of. La Palma.
Justo Jiménez, boliviano, Of. Ramírez.
Maria Jordán, chileno, Of. Carmen Bajo.
Pascual Zamudio, peruano, Of. Keryma.
Saturnino Arévalo, chileno, Of. Tres Marías.
Francisco Zapata, chileno, Of. San Lorenzo.
Domingo Romero, chileno, Of. Argentina.
Juan de D. Jorquera, chileno, Of. Carmen Bajo.
Victor Zaconeta, chileno, Iquique.
Juan Contreras, peruano, Iquique.
Juan E. Sotomayor, chileno Of. La Perla.
Salvador Illanes, chileno, Of. Constancia.
Julio Gómez, chileno, Iquique.
Mariano Segura, chileno, Of. San José.
Juan P. Olivares, chileno, Of. San Jorge.
Rafael Pasten, chileno Alto de San Antonio.
Clodomiro Salazar, chileno. Of. Santiago.
Alberto Pérez, peruano, Of. Rosario de Huara.
Aurelio Aramburú, peruano, Of. Pan de Azúcar.
Fermín Pérez, chileno, Of. Santa Lucia.
Froilán Lizarozo, boliviano, Of. Cala-Cala.
Victor Vildoso, peruano, Of. Valparaíso.
Ignacio Véliz, chileno, Of. Santa Rosa de Huara.
Gregorio Cancino, boliviano, Of. Cholita.
Roberto Araya, chileno, Of. Puntilla de Huara.
Agustín Gómez, chileno, Of. Argentina.
Emeterio Farfán, peruano, Of. Josefina.
Ceferino Prada, peruano, Iquique.
Remigio Gándara, chileno, Iquique.
Pío Milla, chileno, Of. Esmeralda.
Juan Portugal, peruano, Of. Alianza.
Andrés Fierro, chileno, Iquique.
José Maturana, chileno, Of. Sebastopol.
Carlos Delgado, peruano, Campamento Verdugo.
Luis A. Valdivia, chileno, Of. Providencia.
Juan Santander, chileno, Of. Santa Clara.
José López, boliviano, Of. Marroussia.
Manuel Godoy, chileno, Of. Marroussia.
Belisario Guajardo, chileno, Centro Lagunas.
Manuel González, chileno, Of. San Pablo.
Juan Cuadro, peruano, Of. Constancia.
Ernesto Ortiz, peruano Centro Lagunas.
Guillermo Pérez, peruano, Iquique.
Agustín Avilés, chileno, Of. Tarapacá.
Juan Araya, chileno, Of. Carmen Bajo.
Germán Rivera, chileno, Of. Rosario de Huara.
Caciano Palma, chileno, Of. Constancia.
Juan Torres, peruano, Of. North Lagunas.
Manuel Muñoz, chileno, Of. Santa Ana.
Eduardo Rojas, chileno, Of. Santa Ana.
Martín Machaca, boliviano, Of. Cholita.
Miguel Espinoza, peruano, Of. Josefina.
Fernando Ilaja, peruano, Of. Carmen Bajo.
Saturnino Guillen, chileno, Of. Sebastopol.
Ejidio Lara, chileno, Of. San Pablo.
Manuel J. Segovia, chileno, Of. San Donato.
Juan Rojas, chileno, Of. Peña Chica.
Víctor Patiño, boliviano, Of. Cholita.
Angel Pacheco, peruano, Of. Peña Chica.
Pedro Erazo, chileno, Iquique.
Nicanor Vega, chileno.
Pedro Villacura, chileno, Of. La Perla,
Juan M. Varas, chileno.
Juan Norambuena, chileno, Of. Puntunchara.
Ismael Olivares, chileno, Of. Rosario de Huara.
Simón Díaz, peruano, Of. La Perla.
Gregorio Silva, peruano, Of. Virginia.
Hipólito Flores, boliviano,, Of. La Palma.
Eduardo Peña, peruano, Of. San Enrique.
Joaquín Barra, chileno, Of. Rosita.
Luis Contreras, chileno, Of. Sur Lagunas.
Mariano Gutiérrez, boliviano, Of. Buen Retiro.
José Contreras, chileno, Iquique.
Demetrio Jofré, chileno, Iquique.
ALGUNOS DOCUMENTOS
ANTES DEL DIA 21
“14 de Diciembre de 1907.- Intendente.- Iquique.- Si huelga originase desórdenes, proceda sin pérdida de tiempo contra los promotores ó instigadores de la huelga; en todos los casos, debe prestar amparo personas y propiedades; debe primar por sobre toda otra consideración, la esperiencia manifiesta que conviene reprimir con firmeza el principio sin esperar desórdenes tomen cuerpo. La fuerza pública debe hacerse respetar, cualquiera que sea el sacrificio que imponga.
Recomiéndole, pues, prudencia y energía para realizar las medidas que se acuerden.- Sotomayor.”
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“16 de Diciembre de 1907._ Intendente.- Iquique.- Para adoptar medidas preventivas, proceda como en estado de sitio. Avise inmediatamente oficinas prohibición de gente bajar Iquique. Despache fuerza inmediatamente para impedir que lleguen, usando todos los medios para conseguirlo. Fuerza pública debe hacer respetar orden cueste lo que cueste. “Esmeralda” va camino y se alista mas tropa:- Sotomayor.”
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«16 de Diciembre de 1907.- Intendente.- Iquique.- Suspenda censores en los cables. Basta con que llame gerentes cables y verbalmente converse sobre particular llamándoles atención articulo 339 Código Penal. Mantención censores obligaría cables comunicar censura internacional Berna, lo que debe evitarse para no producir alarma en extranjero.
Para cablegramas de cierta importancia, use clave que existe en Intendencia.- Sotomayor.”
“Para despachos urgentes sirvase West Coast que cobra media tarifa; gerente pasara a verlo.
Telégrafo del Estado esta notificando de que despachos deben trasmitirse con mucha discreción.- Sotomayor.”
EN LA VISPERA DEL 21
“20 de Diciembre de 1907.- Intendente.- Tarapacá.- En trasporte “Maipo”, que parte mañana de Valparaíso, van de ochenta a cien hombres de carabineros. No se puede mandar mas.- Sotomayor.”
EN LA TARDE DEL 21
“21 de Diciembre de 1907.- Intendente.- Tarapacá.- Para alejar de esa gente de Pampa, convendría hacerles regresar respectivamente oficina cada peonada por piquete tropa, cuyo jefe debe llevar orden terminante de impedir regreso. Piquete quedaría custodiando oficina mientras desaparece peligro revancha.
Seria muy conveniente aprehender cabecillas, trasladándolos buque guerra.- Sotomayor.”
LA FELICITACION
“27 de Diciembre de 1907.- Intendencia.- Iquique.- En este momento me apercibo no se ha enviado a US. telegrama acordado tan pronto se tuvo conocimiento del desenlace de la huelga, ó mejor dicho motín aprobando a nombre del gobierno su procedimiento y la actitud del señor general Silva Renard, y demás jefes que concurrieron al objeto.
Opinión pública comprende doloroso estremo fué necesidad ineludible para cumplir deber primordial de afianzar el orden y la tranquilidad publica. Hágalo así presente al señor general a nombre del Gobierno.
Las voces aisladas que por móviles políticos se han hecho oir en Diputados, no tiene eco como puede verlo US. por las apreciaciones de toda la prensa seria._ Sotomayor.”
Y ahora viene el parte del comandante Wilson pasado al jefe de la Armada, a su vez transcrito por este al Ministro de la guerra, y en el que hay detalles que asombran.
He aquí ese documento:
Valparaíso, 3 de Enero de 1908.- Señor ministro: El comandante del Ministro Zenteno, en oficio numero 532 de 26 del mes próximo pasado, me dice lo siguiente:
“Tengo el honor de dar cuenta a V.S. de nuestro arribo á este puerto, el día 12 á las 2 P.M., del presente mes, habiendo hecho escala en Caldera, para tomar a bordo 233 soldados, clases, oficiales y jefes del Regimiento O’higgins, que conduje á esta plaza á fin de reforzar la guarnición militar.
En cumplimiento de las instrucciones de V.S. tan luego como el señor intendente de Tarapacá y el señor general Silva Renard se hicieron cargo de sus respectivos puestos, me puse á sus órdenes para cooperar con las compañías de desembarco al mantenimiento del orden público, amenazado por la presencia en la ciudad de unos 10,000 huelguistas, que habiendo bajado de la pampa salitrera se habían unido al gremio de cargadores y lancheros de Iquique, para producir una huelga general en toda la provincia, pidiendo se les fijara su salario á 18 por peso, fuera de otros detalles secundarios.
Puedo asegurar á V.S. que he sido testigo de todos los esfuerzos gastados por el señor Intendente para obtener de los huelguistas, representado por un Comité directivo, una actitud conciliadora, a fin de llegar a un avenimiento satisfactorio; pero todo fué inútil, manifestándose resueltos a no abandonar la ciudad y el local que ocupaban, mientras no se aceptase el total de sus peticiones, é indicando a la autoridad se entendiera con ellos por medio de notas, pues no concurrirían en adelante a los llamados el señor Intendente.
La alarma en la ciudad era grande y todas las familias comenzaron á abandonar sus domicilios para emigrarse ó refugiarse á bordo de los buques surtos en la bahía, pues la presencia en el corazón de la ciudad de tan crecido numero de obreros, á pesar de su actitud tranquila, era un almacén de pólvora que á la menor chispa podía hacerlo estallara y, dado el material de las construcciones, todo era de madera, no era posible prolongar esa situación por mas tiempo, y en tal virtud el señor intendente resolvió hacerlos desocupar la Plaza Montt y Escuela Santa María para que se concentraran en el Club Sport, donde podían ser custodiados por las tropas, con mayor seguridad para la ciudad, mientras las cuestiones con sus patrones podían tener algún arreglo, encargando de dar cumplimiento á esta disposición al señor comandante jefe de la División, general Silva Renard, para lo cual al día siguiente a la 1 y media P.M., este jefe revistó toda la fuerza disponible en la Plaza Prat, donde recibió el siguiente decreto:
“Iquique, Diciembre 21 de 1907.- En bien de orden y salubridad pública, ha acordado y decreto:
Los huelguistas concentrados en la Escuela Santa María se trasladaran al local del Club Sport.
Anótese y comuníquese al jefe militar de la plaza para su inmediato cumplimiento.- EASTMAN.- Guzmán García.”
Acto continuo se dió orden de marcha a la tropa, dirigiéndose hacia la Plaza Manuel Montt, y una vez rodeada ésta se hizo custodiar las calles adyacentes á fin de dar cumplimiento á lo ordenado del modo mas conveniente, evitando así la dispersión de los huelguistas y hacer que estos se dirigieran hacia el Club Sport por la calle Barros Arana.
Al llegar el general Silva Renard con su tropa á la Plaza Manuel Montt, me uní á su Estado Mayor con el teniente 1º don Francisco Domínguez, como ayudante, tan luego como tomaron su colocación, el general comisionó al coronel Ledesma para que intimara al Comité directivo la orden de evacuar el local en que se encontraban y se dirigieran al Club Sport. Todos los esfuerzos hechos por ese jefe para inducirlos al cumplimiento de la orden que teñía, fueron infructuosos, luego ordenó el señor general otros movimientos de la tropa abocando las ametralladoras de la Esmeralda hacia el asiento del Comité directivo, y se dirigió después personalmente al sitio ocupado por este, donde les arengó elocuentemente, terminando por rogarles evitaran á la fuerza armada de la República el doloroso trance de verse obligada á tomar medidas de rigor contra sus propios conciudadanos. La contestación fué, plagiando a Mirabeau: “Estamos aquí por la voluntad del pueblo y sólo nos moveremos por la fuerza de las bayonetas”.
Todavía con la esperanza de conseguir algo, el capitán Aguirre, Gobernador Marítimo, y el que suscribe, nos dirigimos á la multitud que cerraba la puerta de la Escuela, para hacerles ver las consecuencias de su obcecada resistencia, convinieron al principio irse al Sur en los vapores que tocaran en el puerto; pero el directorio directivo no quiso salir á confirmar esta disposición, sino que con violentos discursos los exaltaron nuevamente, saliendo al fin uno de ellos en actitud insolente y dirigiéndose al general Silva Renard, le increpó con insultos su actitud.
Como ya habían transcurrido como dos horas sin haber conseguido se dispersara ninguno de ellos, y por el contrario, aparece una nueva turba, como de cuatrocientos individuos, de los gremios de Iquique, vivando á los pampinos, se dejó pasar á éstos entre las tropas a fin de que se unieran a los demás y evitar así quedaran en la ciudad exaltando a otros, se vió que no era posible demorar la solución, pues si llegaba la oscuridad de la noche, la situación se habría complicado enormemente.
Considerado esto por el señor General con todos los jefes que estábamos presentes, se vió que no había otro medio posible, sin exponer á la tropa, que un fuego directo sobre los huelguistas; por mas dolorosa que fuera esta medida fué aceptada una vez considerada, y puedo asegurar a V.S. que este momento fué para el general señor Silva Renard como para todos nosotros, de profunda emoción, como que ha sido el mas doloroso, como V.S. comprenderá, en toda nuestra vida militar, y entonces el señor general dirigiéndose a la multitud les exclama:
“Conste ante la faz del mundo entero que se han agotado todos los medios conciliatorios para evitar un derramamiento de sangre, y de las victimas que van á caer serán responsables los cabecillas que han inducido á tanta gente inconsciente á resistir una orden de la autoridad, dirigida al bien de ustedes mismos y de toda la ciudad de Iquique. La gente pacifica dirijase por la calle Barros Arana, pues voy á dar la orden de hacer fuego”.
Repetida esta orden por tres veces, sólo unos pocos se movieron en el sentido indicado, los que fueron pifiados por el resto que iba exaltándose cada vez más por la inacción de la tropa.
Se ordenó una primera descarga, que fué contestada con tiros de revólver y aún de rifles, que hirieron a tres soldados y a dos marineros, matando a dos caballos; luego se ordenó una segunda, siguiendo después las ametralladoras dirigidas sobre el comité, que en medio de las banderas azuzaba á la muchedumbre, con lo cual ésta se sometió inmediatamente, desfilando por la calle Barros Arana hacia el Club de Sport, como se le había ordenado, custodiada por la tropa.
A la mañana siguiente se dispersaban los huelguistas, y en número de más de 7,000 volvían en trenes á sus faenas en la pampa, pidiendo irse al sur unos 200 y cerca de 1,000 peruanos regresar á su país. Con esto quedó prácticamente terminada la huelga.
El resultado de esos luctuosos sucesos ha sido unos 130 heridos y un número proporcional de muertos que lamentar, debido a la obcecación de los agitadores de estos movimientos de las sociedades de obreros en contra de sus patrones, y que por el espíritu que noté entre los huelguistas, es una organización que obedece ciegamente á sus directores, no atreviéndose á desobedecer sus órdenes los obreros afiliados, por temor á los severos castigos que se les impone de azotes y aun de cuchillo, como tuve ocasión de oir á algunos de ellos. Así se vió también escrito en las pizarras de la Escuela Santa Maria: “Se prohiben las huelgas particulares. Las huelgas deben de ser siempre generales”.
Me informan, asimismo los guardiamarinas y marineros que condujeron á bordo del vapor á los doscientos que se fueron al sur, que al preguntarles por qué no querían salir de la escuela, les contestaron que el directorio les aseguraba que al echarlos al Club de Sport, era para que la escuadra los bombardeara con toda comodidad así que en lugar de morir por los cañones de los buques, mas valía morir donde estaban. Argumento ingenioso y criminalmente urdido por el Comité directivo para mantener á la muchedumbre cubriéndoles y poder así aprovechar una escapada.
Los señores oficiales y tripulaciones de los buques surtos en Iquique, han cooperado eficazmente con las tropas del Ejército á la conservación del orden publico, tanto en este puerto como en Pisagua, y me es grato dejar constancia de la disciplina y orden que han manifestado.”
Lo que tengo el honor de transcribir a V.S. para su conocimiento.
Saluda a V.S. – J. MONTT.”
OTRA FELICITACION
“MINISTERIO DE LA GUERRA. – C.1 Nº 389. Santiago, 17 de Enero de 1907. – Se ha impuesto el infrascrito de la detallada relación que en oficio Nº 2,308, de 28 de Diciembre, hace US. de los acontecimientos que tuvieron lugar en Iquique en los días 19, 20 y 21 de dicho es, á causa de la huelga de los trabajadores de la Zona salitrera de la provincia, que se reunieron en esa ciudad.
Examinadas las disposiciones tomadas por US. como jefe de la fuerza pública, en cumplimiento de la orden del señor Intendente de Tarapacá para concentrar a la gente venida de la Pampa en el Club Sport, en el camino de Cavancha, el infrascrito estima que US. ha procedido con la debida prudencia, que ha acudido a los recursos conciliatorios aconsejados por las circunstancias, y que, sólo en ultimo extremo, cuando no quedaba otro arbitrio para asegurar el orden publico, dió US. la orden de hacer fuego contra los que se negaban á obedecer á las autoridades.
El Gobierno aprueba plenamente lo obrado por US. en cumplimiento de un deber muy penoso; pero imprescindible en aquellas circunstancias. Con ello se ha evitado un gran desastre á la ciudad de Iquique, desastre que, si se hubiera realizado; había tenido las más graves y funestas consecuencias.
El concurso eficaz de los jefes, oficiales y tropa subordinados a US. y de los capitanes de navío señores Arturo Wilson y Miguel Aguirre y marinería, ha correspondido, como siempre, á la confianza que tiene depositada el Gobierno en la fuerza armada de la República.”
Dios guarde a US.- BELISARIO PRATS B.- Señor Comandante en Jefe de la División Militar.- Iquique”.
Y aquí termina, querido lector. La relación de la huelga de los pampinos cuyo trájico desenlace vino á enlutar tantos hogares y agregar á la historia de Chile otra fecha memorable que hace triste contraste con aquel 21 de Mayo que tanta gloria le diera: el 21 de Diciembre de 1907.
Iquique, 15 de Febrero de 1908.
Leoncio Marín
FIN