EL INFORME DEL DR. NICOLÁS PALACIOS
AL PERIODICO EL CHILENO.
Quién es el Dr. Nicolás Palacios.
Nicolás Palacios nació en 1854, en Colchagua. Estudió medicina, recibiendo su título en 1890. Durante su juventud se interesó en las ideas de Francisco Bilbao, Diego Barros Arana, Manuel Antonio Matta y José Victorino Lastarria. Luegó estudió las concepciones racistas de Varcher de Lapouge, el Conde Gobineau y Houston Stewart Chamberlain, autor de Bases del siglo XIX. Más tarde tales estudios lo llevarían a investigar el origén étnico del pueblo chileno en su afamado libro Raza Chilena. libro escrito por un chileno y para los chilenos, publicado en Valparaíso en 1904, sin su nombre.
En 1894 se traslada a de Santiago a Alto Junín, en la provincia de Tarapacá, en el departamento de Pisagua. Llegó allí como médico a las oficinas salitreras. Permaneció en la región del salitre alrededor de diez años, compenetrándose y entendiendo mejor que nadie la vida del pampino y de la industria del salitre. Su obligación, como la de todos los médicos empleados por las oficinas salitreras, era atender las poblaciones obreras de varias oficinas. Si no existía un ramal ferroviario que uniera las oficinas , debía viajar a caballo. Contaban con una casa habitación y su sueldo era pagado con el descuento que se les hacia a los obreros para atención médica.
Conocedor del elemento popular, en su trato directo con ellos, redactó varios artículos periodísticos bajo el seudónimo de » Un Roto «, que aparecieron en la prensa iquiqueña. La carta del presidente Montt que reproducimos en otra sección, firmada por un » Justo Pérez «, tiene en el Dr. Palacios un fuerte candidato como autor de ella, aunque hay otros renombrados dirigentes obreros que pudieron haberla redactado.
La compañia salitrera que lo empleaba lo despidió por considerarlo un elemento peligroso, y se radicó en Iquique, donde lo sorprendió la masacre del 21 de diciembre. El director del periodicó El Chileno de Valparaiso , Roberto Hernández, amigo epistolar de Palacios, le solicito una relación de los hechos. Este accedió, pero su nombre debió ser omitido para no crearle una situación difícil en Iquique. El doctor Palacios requirió tal anonimato, por carta, a Roberto Hernández.
Por razones históricas, importa destacar la dirección de Roberto Hernández en El Chileno. El periódico estaba bajo control del Arzobispado de Valparaiso. Ello no impidió a Hernández dedicar los números suficientes para dar a conocer los hechos de la huelga a la ciudadanía.
Roberto Hernández, director de El Chileno
Roberto Hernández, en sus memorias, Vistazo periodístico a los ochenta años (Valparaiso, imprenta Victoria, 1958),
Los sucesos de la huelga de Iquique, que culminaron el 21 de Diciembre de 1907, me hicieron tomar dos determinaciones que crei buenas, pero que no dejaronde tener inconvenientes por la gravedad extrema de los hechos.
De un modo confidencial supe de la llegada del Norte a Valparaíso, para determinado dia, como en viaje de incognito, del Vicario Apostólico de Tarapacá, don Martín Ruscker Sotomayor, sacerdote de amplia cultura, teólogo profundo, orador y escritor.
En el acto arreglé mi programa, a fin de celebrar con él una buena entrevista, como la obtuve y que pobliqué en la sección editorial de El Chileno.
(…) El otro paso que di enseguida fue para dirigirme al Doctor Nicolás Palacios, que residía en Iquique, pidiéndole una opinión suya, escrita, acerca de los trágicos siucesos y su génesis. Yo había entrado en relaciones epistolares con el señor Palacios, cuando la publicación de su libro Raza Chilena, que tan vivos comentarios había producido. Y no sali defraudado en mis expectativas, al acudir a una autoridad y a un conocedor y testigo de tan alta envergadura. El Chileno obtuvo, pues, de esa procedencia, un amplio y cabal estudio sobre la materia, y cuya publicación por secciones abrillantó las columnas del diario casi durante un mes entero.
Y acota Hernández un dato valiosisimo sobre otro autor, que ya conocemos.
Apremiado por Alejandro Venegas, que entonces residía en Valparaíso y con quien tenía yo antiguo conocimiento por ser del mismo pueblo, hube de revelarle el nombre del autor incógnito y convivimos en que más tarde, era de necesidad y de justicia darlo a conocer, Alejandro Venegas estaba en Valparaíso, como director de na escuela primaria del barrio de El Almendral, después de haber sido profesor de castellano en el Liceo de Chillán y vicerrector del Liceo de Talca, siendo Rector Enrique Molina. Más adelante escribió su libro Sinceridad, bajo el seudónimo de doctor J. Valdés Cange, que le trajo nuevas desventuras (…)(pp. 63-64 op. cit).
La relación del Dr Palacios jamás ha sido editada en Chile. Sin embargo, Oscar Bermúdez poblica en la Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº. 136 (1968), su artículo «El Dr. Nicolás Palacios y la industria del salitre», con el cual desentierra la información que Roberto Hernández entrega en su libro Vistazo periodistico a los ochenta años.
El estudio aparece publicado el 5 de febrero de 1908 y termina el 7 de Marzo del mismo año. En abril aparece un largo «Epílogo de un Estudio», con los subtítulos:
NUEVOS RUMBOS A LA INDUSTRIA DEL SALITRE
Chilenización. Razones morales y sociales que la abonan.
Opiniones del autor de Raza Chilena.
El Dr. Palacios, como lo verá el lector, defiende al pueblo obrero porque su conciencia moral le permite observar y ver la dura realidad que le circunda. Enemigo del socialismo, ello no obsta para que se percate de la miserable condición humana en que viven y trabajan los obreros. Comenta en su libro,
El pueblo chileno, este Gran Huérfano, está dolorosamente penetrado en su aislamiento, de su abandono… por eso se asocia; por eso roba algunas horas a su trabajo para dedicarlas a organizarse, a educarse en política, a buscar jefes leales y patriotas, a leer, a reir, atento, grave, silencioso; por eso concentra sus fuerzas, modera sus pasiones, economiza sus energías: repara con su instinto maravilloso de pueblo de raza uniforme, que a llegar el dia en que pesarán sobre su conciencia grandes responsabilidades, y seprepara para afrontarlas y merecerlas. (Citado por Julio C. Jobet, Recabarren, op. cit., p. 122).
Propone el autor un programa para ayudar al país a salir de la sitoación económica en que se encontraba. Plantea tres puntos básicos:
1. La instrucción primaria, manual y técnica.
2. La implantación o introducción de industrias fabriles.
3. La población metódica de nuestro territorio con familias chilenas escogidas.
Sobre la orientación económica de la enseñanza y causas de nuestra medianía económica otro autor incidirá en el tema, Francisco Antonio Encina, con Nuestra inferioridad económica. Sus causas y consecuencias (1912).
Nicolás Palacios, después de su experiencia iquiqueña, decide regresar a Santiago. Continúa allí su lucha contra los barones del salitre. Publica artículos en El Ferrocarril y La Unión de Valparaiso. Acentúa su posición con respecto a la «chilenización del salitre» con una conferencia en el salón central de la Universidad de Chile, el 9 de agosto de 1908: «Nacionalización de la industria salitrera.»
El Dr. Nicolás Palacios fallece el 11 de junio de 1911.
Cuando en Iquique se crea una » Escuela de proletarios y suplementeros «para alfabetizar a dicho estamento de la sociedad, se acuerda darle el nombre de «Nicolás Palacios, como homenaje al celebrado autor de Raza Chilena.» (La patria, enero 16 de 1920.)
El doctor Palacios no podía recibir mejor reconocimiento del pueblo.
La Matanza de la Escuela Santa María, relatada por el Dr. Nicolás Palacios.
UN ESTUDIO DE IMPORTANCIA
DATOS Y OPINIONES SOBRE LOS SUCESOS DE IQUIQUE
Trabajo de un escritor inglés en colaboración con
un distinguido escritor nacional.
ESTUDIO HECHO EN IQUIQUE PARA » EL CHILENO «
Examen completo del conflicto con sus antecedentes y consecuencias.
«A raíz de los lamentables sucesos de Iquique, cuyo estudió completo aún no se ha hecho con suficiente claridad, El Chileno solicitó una » opinión honrada y sincera «de cierta distinguidisima personalidad que estaba en situación de conocer el asunto en todos sus pormenores y de pronunciar fallos en lo posible justicieros.
Anduvimos con suerte y por ello debemos testimoniar un homenaje de público agradecimiento. El distinguido escritor, a causa de entorpecimientos ajenos a su voluntad, no pudo concretarse entero por satisfacernos, pero se asoció en la pampa con un colega inglés, de noble e imparcial espíritu, y en colaboración común dispusieron el estudio que desde hoy comenzamos a publicar en El Chileno, faltando la partefinal solamente que, según se anuncia, es una de las más importantes.
Por el vapor California, fondeado en la mañana de ayer en la bahía, recibimos ste encargo, de manos de un enviado.»
» Iquique, 28 de enero de 1908.
Señor redactor de El Chileno
Valparaiso
Muy señor nuestro:
Habla muy bien de El Chileno ese espíritu de conocer » una opinión honrada y sincera » sobre los sucesos de Iquique, cuya repercusión ha sido mundial y ofrece un vastísimo campo de estudio para todo gobierno organizado.
Ningún hombre amante de la justicia puede negarse a estos pedidos; y protestando de que escribimos guiados por la conciencia más estricta, comenzamos el estudio.
Parte Primera
Patrones y obreros en las salitreras. Las quejas de los obreros.
Los reclamos que al principío presentaron los obreros, fueron sólo de índole económicacomo usted puede imponerse:
» Suprimir por completo el sistema de fichas y vales.
» Pago de jornales al tipo de cambio de 18 peniques.
» Permitir el libre comercio en todas las oficinas.
» Los cachuchos deberán cerrarse con rejas de fierro para impedir las continuas desgracias que sufren los operarios.
» En todas las pulperías debe haber balanza y vara para confrontar las mercaderías que en ella se venden.
» Habilitación de locales para fundar escuelas en los establecimientos salitreros.
» Los administradores no podrán arrojar el caliche que traen los operarios sin pagárseles previamente el valor de las carretadas.
» Las personas que han tomado parte y han organizado el presente movimiento no podrán sr destituidas de sus puestos en las respectivas oficinas a las cuales pertenecen, y si lo fueren serán indemnizadas con una suma que flutué entre 300 y 500 pesos.
» En caso de quedar de para una oficina, se dará a cada trabajador de 10 a 15 días de desahucio.
» Y se reducirá a escritura publica los anteriores acuerdos firmándola los jefes de casas salitreras y los representantes de los obreros. «
Un verdadero contraro de trabajo como los establecidos en varios países, era lo que pretendían ls obreros.
Han clamado en repetidas ocasiones por abusos o prácticas de los patrones de aspecto más bien moral que económico, como lo referente al servicio médico, a la moralidad de los pulperos, a la nacionalidad del sereno o guardián de las oficinas.
Demasiado conocidas de todos, por propia experiencia, son la sdificoltades que ha traído para la vida la baja tan considerable del cambio internacional, dificultades que han pesado sobre todo en las clases media e inferior de la sociedad. El alza repentina de los artículos de primera necesidad, sin que los jornales hayan experimentado un alza correspondiente, fue lo que llenó la medida de la paciencia del operario de la pampa.
Dos años atrás, el trabajador ganaba alrededor de $3.50 de 16 1/2 peniques al dia, o sea 56 3/4 peniques.
Cuando se inició el descontento obrero en la pampa, el jornal era de unos $ 5 de 8 peniques diarios, cerca de un 30 % menos, reducción considerable que ninguna faena en la que los salariosestén desde largo tiempo establecidos, puede soportar sin gravas perturbaciones.
Hay que añadir aún dos factores de agravación: Primero, que con motivo de la baja del cobre y paralización consiguiente de numerosas minas de Collahuasi, se vinieron a la pampa unos dos mil trabajadores, muchos de ellos con familias, los cuales hicieron bajar los salarios y aumentaron las expenzas de los calicheros los cuales tuvieron que hospedar a amigos y parientes. Segundo, que el comercio sube el valor de los artículos no solo en relación a lo que baja el cambio, sino también al peligro de una mayor depreciación, en una moneda sin valor efectivo, como la del país.
Los huelguistas llegaron aqui mostrando los comprobantes del valos de algonas mercaderías en las oficinas. Entre ellas el de $ 1.50 por un tarro de leche en conserva, que antes valía $ 0,60; el de una libra de azúcar, $ 0,60; una vela $ 0,40. Y así muchos otros. De un quintal de harina, obtenía una oficina $ 70 de pan.
Estos precios se explican por la causa anterior y además porque se refieren a oficinas en las que la elaboración del salitre es demasiado cara.
Con perfecto conocimiento de la vida de la pampa, voy a tratar de bosquejarla, haciéndome cargo de algunos de sus reclamos, empezando por el que consideran más irritante y ponen a la cabeza en su solicitud: las fichas.
Debo advertir que el Supremo Gobierno de Chile tiene noticia oficial de la justicia que asiste a los obreros de la pampa en sus reclamaciones con un memorial elevado a su conocimiento por una comisión informante nobrada con ese objeto en 1904, presidida por el senador y en esa fecha jefe del Ministerio, don Rafael Errázuriz Urmeneta, comisión compuesta de varios diputados y otros caballeros respetables a la que servía de secretario don Paulino Alfonso. Para asegurar la imparcialidad de las informaiones, formaba parte de dicha comisión don Manuel Salinas, abogado de la Combinación Salitrera y su delegado en Santiago. Aquella comisión que llenaba todos los requisitos apetecibles de seriedad, de competencia y de imparcialidad, propuso, con ligeras variantes, los mismo que hoy piden los obreros. Sin embargo, nada ha cambiado, desde entonces, sino en la agravación del mal estimulada por la falta de sanción.
Fichas – Sereno. Este negocio de las fichas no ha sido tratado por la prensa con verdadero conocimiento, por lo que el público no se explica bien con cuánta lógica el obrero protesta de su empleo en las oficinas, ni alcanza la razón por la cual los salitreros defienden tan tenazmente su uso.
En esta sola provincia de Tarapacá, sus noventa y tantas oficinas tienen en circulación unos $ 900.000 en dicha moneda. Las más reducidas de esas oficinas tienen $ 5.000 a lo menos, y más de $ 20.000 las grandes, en moneda de caucho o de cartón, de curso forzoso dentro de su radio de autoridad.
Ese capital, obtenido sin solicitud a banqueros ni hipotecas, representa a los dueños de oficinas unos $ 100.000 anuales de interés, dado el interés corriente en los últimos años.
De la bóveda de la oficina se sacan continuamente algunos centenares de pesos que se entregan al fichero para reponer las fichas que se pierden, se desgastan, rompen, emigran, etc. Cálculos hechos por personas muy conocedoras de este movimiento, estiman en ocho a diez años el tiempo en que una oficina renueva por completo su emisión de fichas, lo que daría otros $ 100.000 mensuales de utilidad a los oficineros de esta provincia.
A esa bonita suma de $ 200.000 de utilidad anual, agragan los oficineros la que se procuran por el procedimiento más seguro y rápido de ganancia, declarando un buen dia sin valor alguno sus propias fichas, pasando un corto plazo para canjearlas por dinero efectivo en la caja emisora.
Las razones de este expedito modo de cancelar sus compromisos y dejar a los operarios sin más recurso que el de hacer público su enojo y reiterar en vano sus clamores , son el hecho declarado ante sí por el patrón, de que se le está falsificando su moneda, el del traspaso de una oficina de un dueño a otro, que la recibe sin hacerse cargo de su pasivo, o bien, el de tener que paralizar sus trabajos por algún tiempo más o menos largo.
Los plazos acordados para el cange de fichas son desde un mes a unos cuarenta días. El aviso de la novedad se publica en alguno de los diarios del puerto, diarios que llegan a las oficinas con uno o dos dias de atraso. Los calicheros son analfabetos en su mayoría; pocos tienen tiempo, ocasión o voluntad de leer diarios, y los que lo hacen solo se imponen de los hechos de su crónica. Nadie se ocupa de los avisos de cuarta página de los periódicos, por lo que sólo llegan a imponerse de que han perdido su trabajo guardando discos de cartón, cuando ya no valen un centavo. En el número 5.204 de El Nacional de Iquique que le incluyo, verá usted el aviso de cuatro oficinas salitreras desmonetizando sus fichas. El motivo fue el cambio de dueño; y el plazo de un mes con solo 25 días hábiles, es el mes más largo de los que conozco.
Otro plazo equitativo para el canje de sus fichas es el que aparece en El Tarapacá del 21 de enero, primer aniversario mensual del sangriento del pasado diciembre.
El señor administrador concede » con motivo de proxima para, hasta el diez del mes de febrero: unos dieciciete días hábiles.
Entre los plazos más cortos de que recuerdo, está el que se inserta en el mismo El Tarapacá de fecha 11 de julio del año que acaba de pasar. Dos oficinas salitreras avisan que sus fichas no » tendrán ningún valor después del día 15 del presente mes de julio «. Como hay un domingo de por medio, el plazo fatal acordado por su dueño para que deje de tener valor la moneda que se sirvió emitir, queda reducido a sólo tres dias. Puede estarse seguro de que los trabajadores de esas oficinas sólo sufrieron el chasco que llevaban creyendo moneda los discos de caucho con que su patrón les había pagado su trabajo cuando ya no tenía remedio.
De estas fichas desmonetizadas, andan muchas en la pampa. Les sirven para entretenerse a los muchachos
En algunos casos, como el que podrá ver usted en El Nacional del 30 de mayo de 1907, los compradores de alguna oficina y que se han hecho cargo de su pasivo dan un plazo de quince dias » a los que tengan obligaciones » con la antigua firma de la oficina que ha cambiado de dueño para que se presenten en el escritorio de Iquique con sus créditos. Al obrero le es díficil y costoso emprender viaje de la pampa al puerto, pues a más del pasaje, pierde varios dias de trabajo, teniendo que abandonar a su familia y gastar en alojamiento y tentaciones de la ciudad. Esto dado el caso de haber leído el aviso, y dado el mucho más problemático de que sepa que entre las «obligaciones» están comprometidas sus fichas.
De todos modos, algo hay que agradecer a los oficineros que avisan por los diarios, de puro bondadosos el término del valor de sus emisiones. ¡ Cuántos serán los que ni siquiera avisan !
Comprendérase sin esfuerzo el disgusto permanente del trabajador por esa clase de moneda de valor tan incierto, y de que traten de gastar lo más pronto y en cualquiera cosa las tales fichas. Es de observación general que la moneda de oro estimula el ahorro a los pueblos que la poseen, como la que carece de valor intrínseco estimula al derroche.
La historia de las fichas es más larga y accidentada que lo dicho, y en el párrafo siguiente la veremos actuando al par del monopolio sobre venta de toda clase de artículos que en cada una de sus oficinas han establecido los salitreros, pero antes de tratar sobre eso, he de recordar el expediente del que se valieron ahora unos tres años, los salitreros para probar nada menos que los trabajadores preferían las fichas a los billetes.
Algunos diarios del sur y otros de aquí alzaron la voz condenando el uso de fichas en las oficinas. Dos o tres de estas con la lección bien aprendida, anunciaron en la ventanilla del cuarto del pagador, que desde ese mismo día no se daría a los operariossino billetes y monedas sonantes por su trabajo.
A la hora del pago, 6 p.m., llegaron con sus libretas centenares de trabajadores a pedir plata. El fichero había abierto un libro especial para la nueva contabilidad. El obrero alargaba su libreta, el cajero apuntaba en letras y números la cantidad pedida, fechaba y firmaba; luego hacía otro tanto en su libro diario de Caja, y por fin contaba cuidadosamente los billetes y se los pasaba al trabajador. Resultó que allá a las diez de la noche algunos operarios que formaban larga cola, esperando su turno, pedían fichas aunque fuera por ese día, pues la operación no llevaba visos de terminar a medianoche, a lo que el pagador respondía que en la oficina no había ya fichas, ni las habría en lo sucesivo. Muchos hubieron de irse a susm cuartos sin plata ni fichas con que tomar su desayuno al día siguiente, y al segundo de la nueva manera de pagar, se volvió a la antigua, a solicitud de los mismos obreros.
El pago de fichas es muy expedito: el fichero apunta un número en la libreta y saca la ficha respectiva del cajón correspondiente. La contabilidad se hace sola porque en cada cajón tiene preparada una cantidad conocida de dinero en ellas . Un fichero ejercitado despacha trecientos individuos en una hora. Pudo haberse hecho algo parecido con los billetes o poner dos pagadores; pero no se trataba sino de un sainete que los operarios estuvieron tentados de aplaudir en la imposibilidad de hacer otra cosa.
Quedó así probado experimentalmente que la oficina no podía pagar en dinero por falta de tiempo. Levántose un sumario por el juez, el subempleado y otros empleados de la oficina sobre aquella farsa, en el cual el sumario se establecía con testigos que los obreros preferían el pago en fichas al pago en dinero sonante . Varias veces han exhibido los salitreros tal documento.
Acuñar monedas es una prerrogativa especial de los gobiernos de Europa, privilegio que defienden on todo su poder, tanto porque siempre es un buen negocio, cuanto porque contribuye un atributo del poder mismo. En el Viejo Mundo un emisor de fichas no alcanzaría a realizar negocio alguno, porque sería conducido a la cárcel ipso facto. Aquí es otra cosa. No sólo en la pampa, en Iquique una casa comercial ha inundado la plaza con medallas de latón que llevan el nombre y el escudo de Venezuela, y se reciben en todas partes como moneda chilena. Lashay de 20 y 50 centavos.
Por la profusión que aquí y en toda la provincia se ve de tales monedas, no puede estimarse en menos de 30.000 pesos la cantidad emitida por ese feliz comerciante sin que la autoridad le haya dicho una sola palabra. Si falataba sencillo ¿ por qué no las emitió el Fisco ? Nadie lo sabe . ¿Por qué siquiera la autoridad na ha intervenido para limitar el monto de esa emisión según la necesidad y para cerciorarse de la responsabilidad del emisor si llega el casdo que esas fichas hayan de recogerse cuando lleguen las que se anuncia está acuñado el gobierno ? tampoco lo sabe nadie.
Muchas razones, todas especiosas, han dado los salitreros en justificación de su porfía en acuñar moneda cuando ha venido por acá algún mandatario lo suficientemente audaz para preguntárselas. Pero hoy dan una que antes no se le había ocurrido. Dicen que no es posible tener en las oficinas dinero sonante, porque estarían expuestas a ser asaltadas por los trabajadores.
En los diez años que conozco esta pampa , sólo una pulpería ha sido asaltada, y fue porque en ella se refugió su administrador huyendo de los trabajadores que intentaban darle una lección de box. El señor administrador, un inglés de buenos puños, había dado en la costumbre de abofetear a sus operarios con cualquier pretexto, y llevaba ya más de veinte jornaleos a los que había quebrado la nariz o botado los dientes, cuando se reunieron para atacarlo. Al ver que se había fugado de la pulpería, se desquitaron saqueándola
Las oficinas a veces están aisladas a veces a leguas de desierto de los retenes de policía , compuestos de cuatro o seis policías mal pagados y caballeros en jamelgos bamboleantes, no inspirando miedo a nadie. El único poder armado de las oficinas es uno de sus mismos obreros que con el nombre de sereno va dotado de palo y revólver. Su papel más importante es el de ahuyentar a los faltes que a hurtadillas suelen aparecer por las oficinas a hacer competencias a las pulperías; el de quitarle al operario lo que hubiese alcanzado a comprar, bajo pretexto de que es contrabando, y el de apuntar su nombre para arrojarlo de la oficina al día siguiente.
Las otras ocupaciones del sereno son, en la noche, dar sus vueltas por la fonda en donde se bebe , juega y baila, a veces de sol a sol, Y que es la «fábrica de locos» de las oficinas, como tan propiamente se los llama.En ella se traban las disputas y riñas que dirime el sereno, cuando puede, y cuando no y resultan heridos de ellas, hace de cirujano mientras llega el día de la visita médica. Vigila también el alumbrado, toca las horas, y despierta por las mañanas a los que deben levantarse temprano.
Esa sola autoridad basta para mantener a raya a quinientos o más hombres esforzados, diestros en el manejo de la dinamita que nunca les falta por ser el explosivo con que rompen las calicheras.
Hay que confesar que esos operarios son hombres honrados y tranquilos.
Los salitreros confiesan que en sus oficinas cambian a la par sus fichas, lo que prueba que tienen en ellas por lo menos tanto dinero en efectivo como el valor que aquéllas representan. En esto dicen la verdad. Tienen mucho de miles de pesos en caja. no es verdad entonces que el temor de asaltos justifique su rol de monederos particolares que tanto defienden
Fichas y monopolio comercial. Pero el más cuantioso de los beneficios obtenidos por los salitreros con su poder de acuñar moneda es el de compeler al obrero a gastar su jornal en la propia oficina, pues las fichas de una no valen en otra.
Es cierto que a la fecha casi todas las oficinas han abandonado la costumbre de recibir a los obreros sus propias fichas con descuento, que llegó en ocasiones hasta el 30 % o más del valor que representaban, como lo hacía el Gobierno con sus billetes, según decían, pero el operario necesita muchas veces comprar objetos en los pueblos inmediatos por no hallarlos en las pulperías de las oficinas o no agradarle su calidad u otras condiciones. También necesita a veces dinero efectivo para cumplir compromisos, enviar giros a sus familias o la Caja de Ahorros de ésta. En todas estas circunstancias ha de recurrir a los cambiadores de oficio o a los comerciantes de los pueblos, los cuales reciben las fichas con descuento de 30 %, cambiándolas después a la par en la oficina.
Está pues obligado el trabajador aperder una buena parte de sus sacrificios con motivo de esas clase de moneda. Es cierotambién que al operario le reciben a la par sus fichas en la pulpería de la faena, como en la taberna -garito que con el nombre de fonda tienen todas las oficinas y que sirve a menudo de prostíbulo, pero con el monopolio del comercio establecido en ellas las menestras, géneros y demás artículos dejan mucho que desear en todo sentido ya que son las de desecho en las tiendas del puerto, compradas a bajísimos precios por los agentes de las oficinas. Esas consecuencias naturales del monopolio, al que son muy aficionados los ingleses, obligan al trabajador a procurarse muchas de las mercaderías que necesita en los pueblos inmediatos a costa del referido descuento.
Pero las oficinas muchas veces están ubicadas a largas distancias de los pueblos, distancias que han de rrecorrerse a pie por sus mujeres o niños en los arenales caldeados y bajo un sol abrasador y constante.
Hay que comprar en la pulpería de la oficina, aunque le pidan el precio que quieran y sea o no de su gusto lo que le vendan.
Es común oír a los oficineros asegurar que no ganan gran cosa con sus pulperías, según puede verse en sus libros, que ofrecen mostrar al incrédulo.
En realidad, los libros acusan un moderado interés sobre el capital invertido.
¿Cómo explicar entonces la tenacidad con que defienden su monopolio?
Es muy sencillo para los que estamos interiorizados en estos asuntos: las facturas de compras de los libros de las pulperías dan el precio que su agente en Iquique o Valparaíso asigna a cada artículo, pero como dichos agentes compran las mercaderías averiadas, en vías más o menos avanzadas de polilla, o pasadas de moda, etc, con 50% o más de descuento para mandarlas a la pampa, poniéndoles el precio que tienen en plaza sus similares en buen estado, el provecho de aquel monopolio se ve sólo en los libros privados de los agentes, si es que dejan constancia de esos manejos.
Fichas y monopolios del comercio son dos columnas del mismo monumento con que el salitrero recoge con una mano lo que da con la otra. Así se explica el que defiendan con el mismo tesón ambos privilegios.
Los jornales son el renglón más dispendioso en las oficinas: una faena que ocupe 500 operarios con $5 pesos al día de jornal como término medio, invierte $750.000 en el año de 300 días hábiles.
Difícil y aventurado sería calcular el tanto por ciento sobre el monto real de jornales que una oficina reembolsa con ese sistema, pero mi experiencia en estos asuntos me hace creer que no él no es menor de 50% en algunas de ellas, computando como ganancia de los salitreros el descuento que sus agentes obtienen por compra de mercadería de desecho.
Pero es en la venta de licores seguramente en lo que el provecho es más cuantioso. El obrero que entre en la fonda se embriaga con un peso, y sea el que fuere el dinero que lleve en el bolsillo, sale de ahí sin un centavo.
Es justo agregar que en el horrible alcoholismo que está destruyendo al trabajador de las salitreras, NO sólo son los oficineros los culpables.
Los obreros de esas oficinas dicen que » topan la libreta «, esto es, que se ingienan para cancelar en la pulpería y en la fonda, el alcance total de los trabajadores.
No es sólo aquí. Adonde van los comerciantes ingleses implantan el mismo sistema, mientras se los aguantan. El truck sistem es conocido y odiado en todas las colonias y factorías inglesas y no inglesas.
A cualquier persona que tenga algún conocimiento del comercio- y aún sin tenerlo, con tal que medite un instante – le basta saber que en una faena, sea la que sea, se paga en fichas, vales u otro signo ficticio de moneda, y que la misma faena tiene casa de comercio establecida entre sus operarios, para estar segura de que allí se explota al trabajador por el truck sistem, y que el patrón que da en explotar a sus operarios no se detiene en ese sólo medio. Al juez le bastaría establecer la sola existencia de esa clase de moneda en un cntro cualquiera de trabajo para tener por comoprobada la tiranía del capital sobre la mano de obra.
Sólo aquí, después del luminoso informe de la comisión Errázuriz Urmeneta y de las incesantes quejas de los obreros, es necesario escribir cincuenta carillas y exhibir documentos para mostrar que los salitreros y sus agentes engañan al público con todo descaro.
Las balanzas y las varas de las pulperías. El servicio médico. A quí en esta pampa he venido a conocer la existencia de libras chicas y libras grandes, como las de varas costas y varas largas. El operario que llega a la tienda de la oficina y prugunta por el precio de la libra de carne, por ejemplo, debe saber ya de sobra que el precio que se le señala es el precio de la libra chica, que lo es más o menos según el valor del cambio internacional, el rendimiento del caliche, el preciodel salitre o la avidez del pulpero, y que a veces sólo llega a la mitad de la libra estatuida por la ley del país. Lo mismo sucede con las medidas de longitud, ocacionando muchas molestias y pérdidas al operarioque, habiendo comprado el número de varas de género indicado por el sastre para un traje, se encuentra que nole alcanza para lo que necesitaba, y tiene que comprarse otro pedazo y ponerse un traje con añadiduras.
Hay en Chile, se me dice una disposición legislativa que manda tener servicio médico en las faenas con cierto número de operarios yestablecidas lejos de los centros urbanos. En las salitraras esa disposición se cumple imponiendo al operario el pago del servicio médico no sólo para él y los suyos, sino también para el administrador y su familia, para los empleados y las suyas, para las visitas y para cuantas personas moren en la oficina y que no sea jornalero, puesto éste es el ónico contribuyente para sostener dicho servicio, aunque no se le reconoce el derecho de elegir al médico pagado por él, pues es el administrador o el gerente quienes lo imponen.
El inconveniente de lo anterior es que el jornalero mira como una expoliación e injusticia el que se haga pesar sobre él un servicio del que se aprovechan otros que están en mejores condiciones que ellos para cubrir su importe. Es esa imposición forzosa de sus patrones que lucran a su costa y que miran como mezquindad e injusticia lo que los irrita. El peso de suscripción mensual para médico que seles obliga a pagarles, les importa un bledo.
Los inconvenientes del servicio médico se reducen a la carencia de hospitales situados allá mismo, y al excesivo número de oficinas qoe atiende un solo médico, lo que le imposibilita, por más activo que sea, para prestar una mediana atención a sus pacientes.
La calidad de las drogas están en las oficinas desacreditadas por la acción refleja de las pulperías.
Habitaciones. Deshaucio. Escuelas. De las casas en las que se les obliga a vivir en algunas oficinas, me llevo fotografías como testigos, sin las cuales estaría expuesto a no ser creído. H ay países en los que un industrial, no digo de tanta fortuna como los salitreros, sino de mediana comodidad que obligara a vivir a sus operarios en semejantes chozas, tendría que vérselas con el juez.
Pero no es la miseria material de sus viviendas lo irritante, sini la carencia de un hogar propio, de domicilio privado, aunque sea por un mes, por una semana, a que está sometido el obrero. El sentimiento de inviolabilidad de su hogar está muy desarrollado en estos hombres, así es que la intromisión del sereno en sus chozas sin más autoridad que la de serlo y con el pretexto de buscar contrabando o de que ahí se oculta uno de los locos de la oficina o cualquier otro.
La oficina arrienda con canón mensual las viviendas, pero en elcaso de despedir a uno delos trabajadores, se acaba el contrato de arriendo y el inquilino es arrojado a la pampa con sus enseres y familia. Cuando no sale del todo peleado con el administrador, se le facilita un carretón para que se traslade a la estación más cercana del ferrocarril.
Desahucio con diez días han pedido infinidad de veces con el mismo éxito de siempre.
Esta tremenda amenaza para un padre de familia, de estar expuestos a quedar en la calle el día menos pensado, los obliga a fingir que no notan el excesivo colmo de sus carretadas, la mala clase de agua que se les vende, las trapecerías del pulpero, la insolencia del corrector, las multas y lasdemás expoliaciones y humillaciones entre las que agotan su vida.
Por las mismas razones debería obligarse a los administradores a anunciar siquiera con medio mes de anticipación el día en que paralizará la oficina, pero al fichero no le conviene dar esa noticia con mucha anticipación porque los trabajadores guardan sus últimos jornales en previsión del tiempo en que no hallarán trabajo, y la venta de la pulpería y de la fonda se reciente en esos días.
No será, por tanto , empresa fácil de convencer a los patrones aque se desprendan de esa espada de Damocles que tan útiles servicios les presta.
La sexta de las peticiones es que se les facilite un local como escuela. ¿De qué les serviría a los salitreros el que sus trabajadores supieran leer y escribir ?. Hay en ellos más inconvenientes que beneficios. Ni tampoco les haría caso la autoridad de su país. Si analfabeto los mando donde hay toda clase de recursos, no encontrará justo obligar a extranjeros a que llenen por ella la obligación de ensañar al que no sabe.
Esta petición de los obreros, digna de encomio por su objeto, es la única que no encuentro justa. Los europeos no tienen la obligación ninguna de venir a enseñar letras a los sudamericanos, ni les conviene.
Pago del caliche extraído. El séptimo de sus reclamos tiene por objeto impedir que las oficinas beneficien el caliche que no se les ha recibido, por considerarlo de mala clase los calicheros.
Es una de sus antiguas quejas, y para comprender hasta que punto es razonable lo que piden es necesario estar impuesto de que según un contrato verbal, al jornalero que trabaja en la extracción de materia prima se le paga según la cantidad que de ella extrae del fondo de la calichera, y avaluada por carretadas.
Uno de los procedimientos empleados por los dueños de las oficinas salitreras para impedir que un trabajador se procure mayor jornal calculado, o para despedir al que no les agrade, es el de decirle que el caliche por él extraído no sirve, según declaración del químico de la oficina. Pero una vez alejado sin remuneración, el supuesto incompetente operario, la oficina recoge y beneficia el caliche que había declarado inservible. Recurso muy usado y que por lo mismo es bien conocido de los obreros, a quienes no les queda otro camino, ya que de química no entienden, que perder su trabajo es irse a otra oficina. Es ésta una de las causas de la permanente migración de los obreros de faena en faena, perdiendo en andar a través del desiero, muchos días en el año.
Sistema igualitario en la ganacia de los obreros. Sólo conociendo de cerca el carácter del salitrero chileno podrá comprenderse cuánto le disgusta y humilla el sistema empleado por los calicheros para graduar la renta de sus operarios.
Los administradores de las oficinas salitreras hácen un cálculo general sobre el número de trabajadores de pampa, o sea de los encargados de extraer el caliche, que necesitará su oficina para elaborar la cuota o número de quintales de salitre que le ha figado la Combinación salitrera, y teniendo en cuenta la ley general de sus terrenos en salitre. Averiguando con la mayor aproximación posible ese número, se le asigna su parte en el presupuesto general de gastos.
Los despendios en operarios de la máquina, de la maestranza, de los empleados de escritorio, son fáciles de computar. Sólo los que se refieren a los extractores del caliche son variables en gran manera, pues dependen de la mayor o menor facilidad en la extracción de la materia prima.
Es por consiguiente en los jornales de los operarios de los jornales de la pampa, que son también con muchos los más cuantiosos, en los que mayor cuidado ponenlos administradores.
El administrador con una sencilla operación, sabe cuánto ha de ganar cada uno de los calicheros, según el presupuesto de gastos dedicado a ese ramo de su faena, y lo pone en conocimiento del corrector de la pampa, el empleado que contrata trabajo con los operarios, los vigila y les recibe el caliche obtenido.
A la vista de una calichera, de su hondura, de su dureza del grueso de la capa aprovechable, se acuerda entre el corrector y el operario, el precio de la carretada de caliche, que es la medida corriente. En sus visitas diarias por la pampa, el corrector se impone delos cambios del terreno, ya sean favorables o adversos a la empresa, cambios que afectan en sentido diametralmente opuesto a los intereses del obrero, y toma las medidas que juzga necesarias.
El administrador sólo saben si cumplen sus órdenes respecto a sueldos, examinando las planillas mensuales de jornales.
Ahora bien, ese sistema de limitar la renta que los operarios pueden procurarse con su trabajo en una región en que hay operarios de diversas aptitudes como el indio boliviano y el trabajador chileno, impone a éste, la obligación de igualarse con áquel, de no ganar más que el último jornalero si no quiere ver roto su contrato.
De una manera general puedo afirmar que el obrero chileno no despliega aquí, por la causa dicha las dos terceras partes del esfuerzo de que es capaz.
Mozos hay que pueden realizar una tarea dos o tres veces superiora la que les basta para ganar el máximo permitido. Trabajan tres o cuatro horas y el demás tiempo se lo pasan fumando, metidos en la calichera para engañar al corrector, si es que antes de ir a trabajar no han pasado a la pulpería o la fonda a proveerse de aguardiente con que matar el tiempo desocupado
No es fácil calcular el esfuerzo que por esa causa existe perdido en esta región, pero es sencillo imponerse del descontesto permanente que tal sistema engendra precisamente en los trabajadores más diestros y esforzados, obligándolos al engaño, y a darse al ocio y al vicio, pues na hay sino prguntárselo.
No es sólo perjucial al buen obrero ese sistema igualitario por reducción al mínimo, sino también a las oficinas. Si después de bien calculado el precio de una carretada de caliche no se le pusiera coto a la renta que el trabajador pudiera proporcionarse, éste se acomodaría a rebajar el precio de la carretada.
Si extrayendo por ejemplo, cinco carretadas al día a un peso cada una, se procura los $150 que en la administración de la oficina estima como renta media mensual de sus operarios, el trabajador se vendría a rebajar veinticinco centavos en carretada, si se les permitiera diez al día y elevara su renta a $225, con lo que la oficina economizaría $75.
En la oficina chilena «La Unión» hubo en un tiempo un administrador que procedió de esta manera, obteniendo gran economía en la elaboración del salitre, sistema que desgraciadamente no siguió su sucesor por encontrar muy subida la renta de los calicheros.
Cachuchos. Hay otra serie muy larga de pequeñas molestias a que está sujeto el trabajador pampino, teniendo todas ellas el mismo carácter de imposición y muchas, de fraude manifiesto, esperando que el jornalero no lo note y si lo nota lo sufra con paciencia. Uno de elos, aunqué menos común consiste en alzar la muralla de las carretas o colmarlas más de lo acostumbrado. En la calidad de la dinamita que se entrega para el trabajo, en la competencia del herrero que templa las herramientas y muchas otra pequeñas cosas que el patrón varía a su antojo, según sus cálculos, el obrero palpa día a día la falta de protección a su trbajo y dignidad. Obrero he conocido que fue arrojado de una oficina, porque no permitió que su esposa sirviera de ama al hijo del administrador, en circunstancias de que el médico había dicho al operario que su pequeño hijo moriría si toleraba esa servidumbre, y que el administrador estaba impuesto del dictamen del facultativo y le era fácil mandar a su familia a Iquique en busca de lo que necesitaba.
Inutíl por lo sabido, es hablar largo de los cachuchos sin puerta o marmita en donde se hierve el caliche a más de 100 grados de calor, y donde caen los operarios cociéndose vivos. Hay leyes y decretos especiales sobre esto. Como si no los hubiera. En los diarios que le mando, verá usted los quemados de esos días. En otros países, para iniciar el somario sobre uno de esos casos, vendría el administrador acompañado de un policía ante el juez. Aquí no. Se entierra el muero y todo en paz, y ya van muchos centenares.
Inmoralidad de los pulperos. Siempre se han quedado los salitreros sin comprender la causa de este reclamo de sus operarios, lo que manifiesta claramente el desconocimiento que de ellos tienen.
Uno de los diarios obreros que le remito, verá un reclamo de esa especie.
Es lo corriente aquí que las pulperías estén servidas por una clase particular de inmigrantes que se hace notar por su lenguaje indecoroso, sin que le impongan mesura la presencia de niños ni de mujeres. Es defícil imaginarse cuánto les desagrada a los pampinos, en especial, a los padres de familia, la conducta de tales pulperos. Continuas y acervas son sus quejas a ese respecto , como siempre, continuos sus desengaños.
Servicio militar. Algo que también contribuye en buena parte aldescontento del trabajador es la mala cara que ponen los administradores cuando los jóvenes de sus faenas les anuncian que dejarán sus labores para cumplir la ley de circunscripción militar de su patria. No pueden, recibir con agrados esos mozos el desdén , aun las burlas de algunos administradores ante su entusiasmo por cumplir un deber cívico que les demanda tanto sacrificios.
La Ley de Servicio Militar es realmente una pesada contribución al jornalero de esta provincia, pues es él solo, con pocas excepciones, el que acude al llamado de la ley.
Esta provincia a batido el record en el número de conscriptos en todo el país. Al último llamado que es el que hasta la fecha está haciendo su servicio, concurrieron 700 para el ejército y para la marina.
Esos jóvenes no sólo contribuyen con su persona al mantenimiento de las instituciones armadas de su país, sino que también con su bolsillo. En las filas ganan $ 20 mensuales, mientras que en la pampa puede estimarse en 150 como término medio. En los doce mese de conscripción , cada muchacho ha contribuido con la diferencia entre una y otra renta, o sea con 1.560 pesos. Los 700 conscriptos ayudan, por lo tanto, al erario nacional con 1.092.000 pesos. Suma considerable si se atiende a que es aportada por hombres sin más fortuna que su trabajo diario, si se tiene en cuenta que en las demás clases sociales de este país no pesa contibución alguna.
Separación de clases sociales. Carencia de administración de justicia. La tradición y la experiencia diara manifiestan al operario americano de las salitrares que entre él y su patrón hay un abismo moral. El orgullo británico y su desprecio por el indígena de los países que explota, proverviales en el mundo, han hecho escuela en esta región, siguiendo su ejemplo los patrones y administradores de las demás nacionalidades. Rarísimo es el salitrero que descienda a conversar con un obrero, siquiera sean dos palabras. Sus reclamos cuando los oye personalmente los escribe con majestad olímpica y los decide sin admitir réplica. Se conocen dos administradores en Tarapacá que tienen la bondad de dar los buenos días a los operarios que encuentran a su paso en la mañana. En cambio de esa conducta despótica con el americano, el inglés es extraordinariamente democrático con sus conacionales. Así Aprecia a menudo el jornalero americano el favoritismo de que gozan desde su llegada los peones y artesanos ingleses, tanto en sueldos como en posición y trato de los patrones, las más veces sin que valgan la mitad en condiciones morales ni de competencia que los americanos. Pronto lo ven subir sin que sea raro de que lleguen a patrones tan orgullosos como los que de patrones llegaron a estas playas, que son poquisimos.
Estoy personalmente convencido deque, más que los bajos jornales, cansan, fastidian, irritan a los calicheros las innumerables e injusticias y humillaciones chicas y grandes que sin tregua y día a día, año tras año les infieren los salitreros.
¿Por qué no apelan a las autoridades de la pampa en demanda al respeto de su derecho?, podrá preguntarse alguien. Por la sencilla razón de que el juez es a menudo el mismo pulpero de las libras chicas y de las varas cortas, y el subdelegado es con frecuencia el corrector de la oficina, esto es, el mismo empleado que hace botar su caliche a los trabajadores con el falso pretexto de que no tienen buena ley en nitrato. El que los obliga a colmar las carretadas, el que los despide sin otro trámite que ordenarlo cuando ve que el calichero está ganado más de lo que el patrón permite, o que lo trata mal de palabras y aun de hecho con el mismo fin de que semande a mudar de la oficina abandonando su calichera y dejando al corrector libre para entregarla a otro obrero, bajo nuevas condiciones.
Si las autoridades no son las personas nombradas o el fondero, lo son otros empleados de la oficina, y cuando no viven en la oficina sino en un pueblo inmediato aparentando independencia, allí reciben el sueldo que le dan los saliterros de su circunscripción, sueldo por lo demás indispensable para ellos, ya que el Supremo Gobierno no acuerda emolumentos de ninguna clase a estos representantes de su autoridad en una regió en que la vida es tan cara. El indefenso obrero está, pues, entregado en absoluto a su poderoso patrón.
Algunos rasgos del carácter del trabajador pampino. Estoy convencido de que los motivos del descontento de los trabajadores pampinos son más normales que pecunarios. Cierto es, sin embargo, que en estos últimos mese la daja del cambio y la consiguiente carestía de lo necesario para su subsistencia ha determinado el movimiento huelgístico. Pero la acción de esta última causa puede compararse a la de la gota que vaciada en un vaso lleno hasta los bordes, inicia su derrame.
Mi convencimiento nace de repetidos hechos porque me han sucedido a mí mismo, en los largos años que he gobernado obreros en este país.
Pero antes de referirme a algunos de ellos, prefiero recordar uno que no me concierna y tenga por lo mismo mayor fuerza probatoria. Trabajaba en una mina en esta provincia, con los mismos hombres que hoy son calicheros, mañana mineros y después o antes soldados, marinos o lo que se presente, el conocido industrial minero de esta provincia y residente en Iquique, don Alcides Nadeau. Agotados sus recursos, comunico a sus hombres su determinación de paralizar los trabajos y la causa que a ello lo obligaba.
Pues bien, a una sola voz y sin acuerdo previo todos sus operarios se ofrecieron a seguir trabajando sin sueldo, por sólo la comida y la ropa que pudiera sin mucho sacrificio pudiera proporcionarceles, al tiempo que en las salitreras vecinas los obreros recibían altos jornales.
Ocho mese estuvieron trabajando sin remuneración alguna, y lo hacían con mayor empeño que antes, según el señor Nadeau.
¿ Cómo explicarse una conducta tan generosa en el bajo pueblo de este país ? Porque en esa pequeña faena saciaron sus ansias de equidad acumuladas durante largas estadías en las oficinas salitreras. El señor Nadeau no les hizo jamás una injusticia y los trato siempre con benevolencia.
Sus operarios lo amaban, y al verlo fracasar en una empresa en cuyos resultados se habíaforjado halagüeñas esperanzas, no quisieron dejarlo solo en la mala fortuna y le ofrecieron todo lo que poseían.
De las incontables muestras de sentimientos de bondad y de justicia del trabajador de la pampaencontrará Ud una muy elocuente en uno de los diarios obreros que le remito.
Con sus columnas enlutadas por los muertos del 21 de diciembre, con sus páginas hirvientes de indignación, reerva un largo espacio a condolerse del fallecimiento de la esposa del señor Ericksen , antiguo administrador de oficinas y hoy gerente de una compañía salitrera, llevando su sincera voz de consuelo al atribulado esposo. Ahí leerá Ud. como todos los operarios que ocupa, participaron del sentimiento de su patrón. Ese caballero es un hombre justo y uno de los que saluda a sus obreros por la mañana.
Un ingeniero británico de esta provincia, cuyo nombre le doy al pie de ésta por encargo de reserva por las razones que Ud. comprendera, escribía entusiasmado a propósito de las excelentes cualidades morales e intelectuales del operario chileno, comparándolo con el de su patria. Todos los que de cerca hemos tratado al hombre de este país pensamos lo mismo a este respecto. Sólo los salitreros se quejan hoy de él en la provincia, quejas que en años pasados no existían.
Los operarios no han cambiado de carácter. Lo que ha cambiado son el trato que se les da y la calidad de los caliches que hoy benefician a las oficinas de Tarapacá, lo cual no ha de parecer extraño, después de un siglo de explotación.
Este agotamiento de una buena parte de los terrenos salitrales, es la causa matriz de todos los males del presente.
Más adelante le suministraré ciofras y datos sobre estos asuntos.
En acápite separado dejo constancia de que los procedimientos injustos recordados más atrás existen muy atenuados en algunas oficinas y están desterrados en absoluto en un buen número de otras, a las cuales nunca faltan operarios ni se declaran en huelga si no es por compañerismo y para apoyarlos ante sus patrones, cuyos procedimientos conocen bien.
Estas huelgas por simpatía sólo se producen en grandes ocasiones. Esa diferente manera de proceder tiene dos causas principales: el carácter del administrador y la necesidad que tienen algunas oficinas de aparentar que proceden como las otras, esto es, que pagan los mismos jornales y venden las mercaderías al mismo precio, etc, no pudiendo hacerlo, pues perderían dinero en la elaboración del salitre. De ahí que apelen a mil medios destinados todos a cercenar el jornal del obrero, a » toparle la libreta «como ellos dicen.
Segunda Parte
Sabido es, pero se hace pertinente aquí recordarlo, que la huelga es una manifestación universal de la protesta de los obreros contra la situación privilegiada del capital en la lucha económica moderna. También ha de tenerse presente que agotados otros medios, la huelga es el único recurso pacífico que posee el obrero paraa exigir lo que cree justo, imponiéndose para ello penosos sacrificios.
La huelga tranquila pero tenaz es propia de los pueblos reflexivos pero enérgicos. La huelga incendiaria y dinamitera es de los pueblos excitables y violentos por naturaleza o bien por desesperación. Sólo los pueblos degradados y serviles soportan con mansedumbre la injusticia.
El pueblo de este país, por lo que hasta aquí he podido imponerme, es un pueblo enérgico y tranquilo, pueblo de huelgas tenaces, pero pacíficas que merece se le conceda una legislación obrera adaptada a su temperamento.
Jornaleros chilenos hay en Iquique y en oficinas públicas como la Capitanía del puerto y el resguardo, que ganan 60 pesos mensuales y no dejan su puesto por estar obligados por un contrato, siendo ese sueldo tres o más veces inferior al de los jornaleros libres con quienes departen a diario.
Ya que la prensa se ocupa en estos días de legislación obrera, como medio de evitar futuros conflictos, es bueno recordar ciertas cosas elementales, a menudo desconocidas y se refieren a la ilustración del pueblo para el cual se legisla. Legislaciones buenas y malas ha habido en tiempos en que los pueblos eran absolutamente iletrados. Las leyes- expresión escrita de los sentimientos jurídicos y de los hábitos sociales- deben adaptarse al carácter, a las costumbres, al modo de pensar, colegido del modo de proceder del pueblo al que se destinan.
Me dicta las líneas anteriores, un estudio sobre legislación obrera inserto en El Mercurio y transcrito en El Tarapacá del miércoles 15 de enero y reforzado editorialmente por el diario iquiqueño, en el cual se mira como causas de la huelgas el que haya entre los obreros algunos que hacen jefe de ellos -como sucede en todas las esferas sociales y como sucederá siempre en todas partes- a los cuales deben perseguir las leyes obreras. Aconseja asimismo el articulista la represión de la » huelgas injustas » , lo que equivaldría a fallar antes de oír a las partes, y la limitación de la libertad de la prensa obrera, esto es, sancionar por ley el estado de abandono en que se encuentra hoy este pueblo ante sus patrones. Como razón de sus consejos, da la falta de ilustración y de hábitos de higiene en este pueblo.
En el fondo del movimiento obrero, poco menos que universal a la fecha, debe verse la resistencia instintiva a los peligros de muerte conque lo amenaza el inmenso desarrollo del industrialismo y del capitalismo modernos que, en su ansia de lucro, empieza a especular con la vida de los pueblos. El maravilloso progreso económico que alcanza hoy en el mundo, nunca visto en otras épocas ha perturbado las relaciones sociales bajo las que esos pueblos nacieron y se desarrollaron, por lo que la nueva orientación social hiere sus instintos de agrupación en sociedad o instintos políticos. De ahí que hayan terminado en políticos los movimientos obreros que inició el hambre en Europa.
Para darse cuenta razonada de estos complejos problemas, no bastan la escuela, el liceo, ni muchas veces la universidad, y esperar a que un pueblo sea razonadamente conciente de sus acciones colectivas de resistencia, para entonces aliviar por ley su situación desventajosa al frente de tan poderosos y despadiados enemigos o siquiera para hacer seca justicia, es declarar que no se quieren oír sus clamores. Es posible que los escritores de El Mercurio y de El Tarapacá no hayan tenido ese propósito, pero es lo que resulta de sus razonamientos.
Antecedentes. En la segunda semana de diciembre, los trabajadores del ferrocarril salitrero pidieron al gerente Mister Nicholls un aumento de sus sueldos y jornales en vista de la carestía de la vida causada por la baja del cambio. Mister Nicholls acordó pagar a todo su personal el cambio de 16 peniques, por encontrarlo justo, con lo que todos sus empleados y operarios quedaron planamente satisfechos.
Al día siguiente, los cargadores y lancheros de las casas salitreras elevaron a sus patrones una suplicante solicitud, pidiendo se les acordara a ellos lo que el gerente del ferrocarril había concedido a sus operarios. Los salitreros se negaron rotundamente, y la huelga se declaró en todas lsa empresas, menos en la del consúl inglés Mister Clarke, que se arregló con sus trabajadores, pero que suspendió el trabajo al día subsiguiente, pronunciándose la huelga general, que es fuerza mayor en los contratos de embarque.
El viernes 13 se supo en ésta que en la pampa los operarios de las salitreras del cantón de San Antonio, se declaraban en huelga pidiendo así mismo el pago a un tipo fijo de cambio, señalando el de 18 peniques.
Como los administradores de las oficinas repondieran que no estaban facultados para resolver lo solicitado por los operarios, éstos acordaron bajar a Iquique a entenderse directamente con los dueños o gerentes de las casas salitreras, y en donde expondrían sus quejas al jefe político de la provincia, impetrado de su autoridad amparo contra los abusos ya tan conocidos a los que estan sujetos.
Efectivamente, el domingo 16 a las 8 a.m. llegan apie más de 2.000 huelguistas al Hipódromo de ésta, en donde los esperaban las autoridades civiles y militares. Allí encontraron agua fresca, almuerzo, sombra y descansodespues de dos días y una noche en marcha
Expuestas por los representantes de los obreros las causas del abandono de sus faenas, se les contestó que se trataría de arreglar las dificultades con sus patrones.
Don Julio Guzmán García, intendente interino, y el abogado don Antonio Viera Gallo convencieros a los huelguistas de que volvieran a sus faenas dejando aquí una comisión autorizada para solucionar las dificultades, lo que significó una victiria que ponía término a la huelga y habría detenido espontáneamente el éxodo de los pampinos, pues los regresados habrían sido los mejores heraldos de la tranquilidad ante sus compañeros.
Convenido el punto, se nombró la comisión y los retantes se dirigieros a la estación de los ferrocarriles en la tarde del mismo día de su llegada a tomar el convoy que debía de restituirlos a la pampa. Desgraciadamente, sólo se les pusieron carros planos, y como el viaje se efctuaría de noche, en carros sin abrigo ni seguridad, los obreros temieron con razón que alguno de ellos pudiera caerse en el trayecto por los vaivenes de los carros en las numerosas curvas de la línea y ser ello de motivo de general descontento entre los demás operarios. No habiendo sido posible obtener otra clase de vehículos, resolvieron no wmbarcarse y esperar aquí en Iquique. Con esto se perdió la primera oportunidad de terminar pacíficamente la huelga.
Por teléfono se impuso toda la pampa salitrera de lo anterior, y una tras otra las diferentes oficinas vieron a sus operarios dirigirse a Iquique a reforzar la demanda de los primeramente llegados. El lunes, martes y miércoles siguiente fueron llegando a pie o en tren diferentes partidas, hasta sumar unos 7.500 individuos, contando la smujeres y los niños que los acompañaban esperanzados en que se les enviaría al sur, como se les dijo desde el principio, tanto por las autoridades como por la prensa, si llegaba el caso de que los ingleses, como aquí se denomina a los salitreros, no accedieran a lo pedido por sus trabajadores. Aquí se les unieron los huelguistas del puerto y los cocheros y conductores de los tranvías.
Marcha y carácter de la huelga. Días felices. Todos esos días los directores de los huelguistas, o Comité como se le llamo, tuvieron su conferencia con el señor intendente, quién no pudo darle otra contestación que los patrones salitreros no aceptaban arreglo alguno, permaneciendo sordos y mudos a toda propuesta.
El señor Guzmán García invitó a una reunión en la sala de su despacho a las autoridades, a los vecinos caracterizados de la ciudad y a los dueños y gerentes de las empresas con el propósito de consultar las diferentes opiniones sobre los medios conducentes para poner fin a la anómala creada por la huelga.
Concurrieron a la cita las autoridades, los vecinos y los salitreros de todas las nacionalidades, menos los ingleses. Como estos forman la gran mayoría de los industriales del salitre, no pudo llegarse a ningún acuerdo. El señor Del Rio, primer alcalde de esta comuna, pidió que se dejara constancia de la descortesía de los salitreros inasistentes para con la primera autoridad de la provincia y de su negativa a oír proposiciones de avenimiento, apoyando al señor alcalde los demás concurrentes, y acordándose comunicarlo al Supremo Gobierno por un Cablegrama.
Esta medida se postergó a propuesta del Capitán de navío Señor Aguirre y reforzada por el abogado don Claudio Barros, hasta después de conocer la opinión de los salitreros ingleses.
Para que se acercara a dichos caballeros en solicitud de una respuesta a la demanda de sus operarios, cualquiera que ella fuese, se nombró inmediatamente una comisión de los vecinos más respetables, entre los que figuraban el señor vicario Rücker, el comandante señor Aguirre, el abogado señor Viera Gallo y otras personas.
Los señores Richardson, Lockett, Hardie y demás miembros del comité inglés de resistencia, se negaron a oír proposiciones inmediatas de arreglo ni a dar contestación alguna a la soliciutud de sus operarios. Exigían que volvieran a la pampa, mientras ellos consultaban a Londres con los dueños de algunas salitreras de Tarapacá sobre lo solicitado por los obreros.
No sé si después de eso se envió al Gobierno el cablegrama acordado en la reunión de la Intendencia, pero me consta que los ingleses decían a quien quería oírlos que ellos se entendían directamente con Santiago, por medio del cable, y que era una insolencia y una insubordinación se sus trabajadores el haber abandonado las faenas, presentándose al puerto sin permiso de sus administradores. Que no oirían demanda alguna si los operarios no regresaban primeramente a reanudar sus trabajos.
Los huelguistas recibieron con tranquilidad estas noticias, teniendo como tenían plena confianza en que se les haría justicia como lo pedía la prensa toda, o bien que se les enviara al sur en los vapores de la carrera o en los transportes nacionales si llegaban luego, en el caso ya manifiesto de que los ingleses no hicieran juicio de sus reclamos.
La gran mayoría de los pampinos estaba alojado en la Escuela Santa María y en algunas bodegas, carpas y galpones facilitados graciosamente por particulares, pero muchos de ellos se horpedaban en casa de sus amigos y parientes en esta ciudad, donde recibían alimentos. A los que no contaban aquí con esas ventajas, la autoridad y algunos particulares le suministraban almuerzo y comida.
La actitud de los operarios fue absolutamente respetuosa y tranquila. De lo que día a día a dejado constancia todos los diarios de ésta. Ellos mismos vigilaban el cumplimiento de un decreto de la Alcaldía, ordenando la clausura de todos los establecimientos donde se expenden bebidas embriagantes, pues a pesar del decreto alcaldicio, algunas tabernas que nunca llega a descubrir la policía, continuaban expendiendo licor.
A los oradores populares demasiado fogosos o que no guardaban repeto debido a las autoridades, ellos mismos los hacían callar, habiendo sucedido que arrojaron del kiosko de la plaza a un orador profesional iquiqueño, un señor Sepúlveda , que se empecinaba en seguir hablando a pesar de los silbidos y protestas de los huelguistas pampinos.
Los ebrios recogidos por la policía esa semana fueron ingleses, como se ve por sus nombres, que dan los diarios, tripulantes de los buques al ancla de este puerto.
Ni un solo desorden, ni un huelguista entre los 10.000 que recorrían libremente la ciudad de día y de noche, fue siquiera amonestado por la policía. Ni una flor, ni una hoja de los jardines públicos que recorrían y en que reposaban fue tocada por ellos. Por entre ellos se paseaban tranquilos los ingleses, sin que una palabra, un gesto, una mirada de sus operarios les indicara a sus acusadores. Risas, bromas, algunos discursos repitiendo las razones que abonaban su demanda, paseos por calles y plazas, excursiones a la playa y baños de mar, aplausos a las autoridades cuando las encontraban a su paso, ocupaban su tiempo en esos días.
El comercio y algunos particulares enviaban a los huelguistas cigarrillos, frutas y otros obsequios con el aplauso general de la población y de la prensa. De ordinario se paseaban llevando una gran bandera blanca símbolo de su resolucón inquebrantable de mantenerse en completa paz y tranquilidad. En la pampa antes de emprender la marcha a Iquique dejaron sus armas. Ni cortaplumas traían.
Lo anterior podrá leerlo usted en los diarios de esa fecha, que con justicia no se cansaban de aplaudir esa conducta. El mismo diario de los ingleses como aquí llaman a El Nacional, deja estampada en sus columnas la correcta e hidalga conducta de los huelguistas.
Para los que hemos visto huelgas en otras partes, la compostura y tranquilidad de ésta nos causó verdadera aadmiración.
Los huelguistas mas pacíficos de Europa jamás dejan de dar muestra de ese espíritu de destrucción vandálico, que renace en las multitudes cuando se independizan aunque sea en pequeña parte del control de la autoridad. Los r´tulos de tiendas, los faroles, los bancos de los paseos son los que pagan el gasto en esas ocasiones. Burgués que asoma entre ellos, está seguro de oír chufletas, silbidos , insultos y hasta sufrir agresiones de hecho. Por eso al presenciar la calma extraordinaria de los huelguistas pampinos, creí haberme formado una idea falsa del carácter de este pueblo.
Durante esos días llegaron tropas de Tacna y del sur que el pueblo en huelga iba a recibir al muelle vivándolas estrenduosamente.
El miércoles 18 se anunció la llegada del señor intendente en propiedad, del general que debía hacerse cargo de las fuerzas de la plaza, el coronel jefe de la primera zona militar y del comandante de policía. Venían en el crucero Zenteno, que conducía también tropas del sur.
El jueves 19 llegaron efectivamente y fueron recibidos en el muelle y acompañados hasta la intendencia por los huelguistas que no cesaban de aclamarlos.
Desde los balcones de la Intendencia, el señor Eastman prometió al pueblo arreglar todas las dificultades en el menor tiempo posible, para lo cual venía ampliamente facultado. Una ovación estruendosa del pueblo respondió a la promesa de su mandatario.
Sin duda alguna, los huelguistas vieron ya coronados sus sacrificios, sonriéndoles la expectativa de haber hallado, desapués de tantos años de móltiples clamores, un intendente de la provincia que quisiera oírlos.
Conversando con ellos se advertía desde el primer momento que se sentían felices bendiciendo la hora en que se les ocurrió bajar a Iquique. Sabían muy bien que algunas oficinas se verían forzadas a parar sus máquinas si se les obligaba a proceder con equidad, por lo cual habían pedido desde un principio que se les trasladara al sur. Muchos de ellos se prometían solicitar de su Gobierno una concesión de tierras colonizables en el sur y dedicarse a la agricultura. Otros se proponían pasar el verano en el campo trabajando en las cosechas y regresar a las salitreras, cuando las oficinas iniciaran nuevamente sus tareas. En el caso extremo en que nada se consiguiera, les quedaría el recurso de abandonar el país con sus familias.
El intendente interino, según se decía, había solicitado y conseguido del Supremo Gobierno el envió de transportes y la autorización para contratar pasajes de cubierta en los vapores que van al sur, mientras llegaban aquéllos.
En el Club de la Unión, el de los chilenos, nadie dudaba del éxito del señor intendente en su misión de ablandar a los ingleses. Se recordaba la estrecha amistad que con ellos había cultivado desde que llegó a Iquique, las múltiples manifestaciones de aprecio que de continuo le dieron, los bailes y los banquetes regios con que lo despidieron en su viaje a Santiago.
El triunfo era seguro. El sobrante de brazos que ocacionaría el paro de algunas oficinas, cosa conocida por todos, se enviaría al sur como se hizo en idénticas circunstancias en la crisis salitrera de 1896 y como se hizo en Tocopilla y Taltal en otras ocasiones.
Los huelguistas venidos por espíritu de compañerismo sin tener queja alguna de sus patrones, volverían a la pampa y todo se resolvería en paz.
Además, con el motivo de paralización de muchas minas debido a la baja del cobre, se estimaba en 2.000 hombres a lo menos los que de la cordillera habían bajado a la pampa, que estaba ya llena de operarios con las últimas remesas mandadas del sur por los agentes de la combinación salitrera.
Sólo en el English Club se mostraban escépticos y reservados los más, pero algunos confesaban francamente que dejar sin castigo esa verdadera rebelión de los obreros, podría traer malos resultados en el futuro.
Marcha de la huelga. Primera nube. Se produjo en esos días, creo que el miércoles o jueves, no estoy seguro, pero puede verse en la prensa obrera de esa fecha, una reacción marcadísima, no en la actitud que siguió tranquila, sino en el carácter de los huelguistas, cambio que paso inadvertido para muchos, pero que a mí me llamo extraordinariamente la atención por múltiples razones.
En todos los grupos y centros de obreros de la pampa que recorrí, constaté el mismo fenómeno. La cara alegre y llena de esperanzas de los días anteriores, se había trocado en grave, triste y algo cavilosa. Todos comentaban el mismo asunto en frases cortas, tono bajo y actitud abatida. Uno de los diarios les había hecho saber que en los vapores de Europa estaban llegando al sur miles de inmigrantes extranjeros traídos por el gobierno para todas las faenas que en el sur lo necesitasen. La prensa grande en Iquique confirmaba en sus telegramas mucho de lo aseverado por la prensa chica u obrera. Los diarios llegados del sur hablaban de contratos entre el gobierno y agentes de inmigración para transportar desde Europa muchos miles de familia y agregaban que el Ministro de Colonización, señor Puga Borne, había dado cuenta al congreso que existían en las tierras fiscales del sur, más de cuatro mil familias de agricultores chilenos sin título legal de dominio sobre las tierras que cultivaban, por lo que serían arrojados de ellas si no se dictaban leyes especiales, leyes de que no podrá ocuparse tan pronto el Congreso, por lo que el lanzamiento de aquellos labradores nacionales entra en lo posible. Agregaba el ministro Puga que después de llenar todos los puestos que en los diversos trabajos hubiera vacantes, el exceso de inmigrantes europeos sería establecido en las tierras fiscales del sur del país. Con esas razones, según los diarios, defendía el señor ministro el presupuesto para desarrollar e impulsar una caudalosa corriente minmigratoria como la pedía cierta prensa y la necesitaba el país. Esas noticias que comentaron de mil maneras todos los huelguistas, eran la causa de su abatimiento.
Un caballero de Iquique envió ese día un telegrama al ministro Puga Borne, participándole el pésimo efecto que sus declaraciones habían producido en los obreros, con la esperanza de que el ministro modificara sus declaraciones, pero no sucedió así. Ni siquiera se dignó contestar aquel telegrama.
Un país en crisis económica tan grave como la que pesa en la actualidad sobre éste, sufre necesariamente la emigración de sus pobladores. Así fue que no comprendiendo el empeño de traer inmigrantes en estas circunstancias, me apersoné a quien pudiera explicarmelo.
Oí con extrañeza todo lo que se me refirió al respecto. Supe que el procedimiento de quitar por medio de la fuerza armada su terreno al agricultor nacional para entregarlo a los inmigrantes extranjeros, era antiguo en Chile, y que con ese sistema se había cambiado ya la población de una gran parte de dor o tres provincias del sur del país, cuyos labradores nacionales emigraban a la República Argentina. La nueva población, se me añadió, era compuesta de casi todas las nacionalidades del Antiguo Mundo, con especialidad españoles e italianos, en vez de franceses como me había imaginado.
Se me dijo también que las continuas remesas de inmigrantes obedecían, además de la colonización, a la necesidad de sistiuir a los jóvenes conscriptos del servicio militar en los vacios que dejaran en las industrias y en la agricultura mientras recibían su instrucción en las filas del ejército, el cual se pensaba en aumentar en varios miles de hombres en vista del descontento del pueblo. Asimismo, el número de conscriptos sería mucho mayor que al presente en los próximos llamados. Si al cumplr estos jóvenes su aprendizaje de soldados encontraban ocupado el puesto de su anterior oficio, podían emigrar a la Argentina o bién a Panamá, en donde se pagaban buenos jornales.
Se me agregó que ya en dos ocaciones los obreros de Valparaíso, una vez en número de 2.000 y otra de 4.000 habían solicitado de los cónsules extranjeros su contatación como inmigrantes a cualquiera parte, y que si entonces no lo lograron, podrían conseguirlo en otra ocasión y su ejemplo ser imitado por los obreros de otras partes del país, por lo cual la inmigración era necesaria en prvisión de ese caso.
Se explicaba así la presencia en Europa de varias comisiones encargadas de mandar inmigrantes a Chile, del envió de un ministro a traer colonos, y de una grusa partida del presupuesto votado por el Congreso para ese servicio, a pesar de que los apuros del erario nacional habían obligado al Gobierno a suprimir numerosas escuelas públicas.
Comprendí entonces el abatimiento de los huelguistas, y supe explicarme lo que a muchos a parecido extraño: la enseña que ese día exhibieron sus diarios en gruesos caracteres: «Todo el mundo a la Argentina». Era un consuelo para los desencantados huelguistas que soñaban con la región fértil de su país.
Eso explica asimismo, la magnitud de ellos que obstruía la calle frente al consulado argentino después del 21, tratando de inscribirse como ciudadanos de esa nación, les decían » ya no soy chileno, señor, no diré más viva Chile «.
Segunda nube. El viernes 20 fue un día de desengaño para los obreros. De las conferencias habidas por el intendente y los salitreros se obtuvo como respuesta final de éstos la misma que dieron la primera vez que se les interrogó: que regresaran aquéllos a sus faenas y después verían lo que había de hacerse. Propúsose entonces a los patrones someter las dificultades a un tribunal arbitral, como es corriente en casos semejantes, y como acababan de hacerse con buen éxito en Taltal y otras partes, a lo cual replicaron solicitandole al intendente que hiciera regresar a la pampa alos obreros lo más pronto posible, pues la ciudad estaba en peligro.
Aviniéronse los huelguistas a ceder a exigencias tan inconsiderada, pero a condición de que se les aumentáse su jornal en 60% durante un mes, tiempo en el cual una comisión de ellos quedaría en Iquique para arreglar definitivamente con los patrones todas las dificultades.
Los ingleses contestaron que no. Se hizo público el hecho de queimpuesto el Supremo Gobierno de esta última negativa de los salitreros, había ofrecido contribuir con la mitad del aumento pedido por los trabajadores y que habiendo comunicado el intendente esa resolución a los ingleses, éstos dijeron que no era dinero lo que les hacía falta, sino seguridad para sus vidas e interrogaron al intendente sobre si contaba o no con la fuerza suficiente al resguardo de la propiedad y de la vida de los extranjeros residentes en Iquique y la provincia de su mando. Habiendo obtenido contestación afirmativa, insistieron en lo del peligro de los saqueos, de su autoridad moral de patrones- que no la han tenido jamás, sino unos pocos, porque jamás han hecho nada por conseguirlo- y en lo de falta sin castigo pidiendo, en calidad de por última vez, que se hiciera regresar a la fuerza a los operarios a reanudar sus trabajos.
Antes de la llegada del señor intendente en propiedad, los cónsules extranjeros residentes en Iquique- salitreros o empleados de salitreros los más de ellos- intentaron enviar una nota de carácter diplomático al intendente interino, nota de redacción descomedida exigiendo declaraciones perentorias sobre la capacidad del poder público en el resguardo de vidas e intereses de los extranjeros de la provincia, y si quedó sólo en intento se debió a que el señor cónsul de México, don Antonio Viera Gallo, se negó a firmar la tal nota. Volvían, pues, hoy sobre lo mismo, produciendo alarmas infundadas y preparando documentación.
Primera alarma. Los huelguistas estaban perfectamente impuestos de todo lo que pasaba entre los salitreros y la autoridad. No les llegaba nota alguna de aliento, pero conservaban vivas las esperanzas de que su mandatario, su verdadero representante, el señor intendente, les cumpliera su promesa.
Sucedió en ese día algo que alarmó profundamente a los huelguistas. Después de ese medio día aparecieron en distintos puntos de la ciudad unos individuos montados bien vestidos, que mostraban interesarse en la suerte de los obreros, recorriendo activamente sus lugares de reunión, y empeñándose en hablar con el mayor número de ellos.
Todos esos individuos incitaban desembozadamente a los obreros a la resistencia violenta a la autoridad, asegurando que la tropa no les haría fuego, y lo más grave, recorfándoles que había tiendas y joyerías en la ciudad. Hablaban alto- especialmente cuando podían oírlos personas extrañas a la huelga- contra los salitreros, los patrones, el gobierno y » todos los demás tiranos «.
El contraste completo entre los consejos de estos desconocidos, aparecidos el viernes 20 y los que unánimemente les daban los habitantes de Iquique, que con ellos conversaban desde que llegaron hasta la mañana de ese día, iluminó su imaginación con un resplandor de siniestros presagios.
No encontraban prosélitos esos anarquistas desconocidos. Los obreros le increpaban su conducta y los denunciaban a los demás extraños que entre ellos había como a sujetos que no formaban parte de la huelga, como a intrusos malintencionados. Algunos huelguistas creyeron reconocer en los predicadores de la revuelta, a policiales secretos venidos de Santiago. Otros suponían fuesen empleados del comercio iquiqueño, pero nadie estaba seguro sino de que eran desconocidos de todos ellos.
Avisaron a la policía tal novedad y los diarios obreros El Trabajo y El Pueblo Obrero, de la tarde del viernes alcanzaron a dar cuenta al público de lo que sucedía.
Copio las palabras de El Pueblo Obrero.
Llega hasta nosotros el rumor gravísimo de que andan gentes mal intencionadas tratando de estimular a los trabajadores a hacer manifestaciones hostiles contra la autoridad o los salitreros, a fin de que por que esa causa fracase la huelga.
No tragar el anzuelo!
Seamos dignos! Respeto y orden!
Por su parte El Trabajo, después de dar cuenta de la grave intromisión de esos desconocidos, agregaba:
La gente de la pampa, en huelga, no debe de obedecer ni tener confianza en otras personas que no sean sus propios compañeros que forman las comisiones con quienes unidos han bajado a este puerto.
Los gremios de la ribera de Iquique tienen en sus comisiones lo mejor de sus compañeros y no necesitan que esos oficiosos intrusos los perturben.
Son sólo los hombres de trabajo de Iquique y la pampa los que necesitan entenderse y unir sus contingentes para la solidaridad y la formación de un solo bando en la contienda.
Medida acertada y ejemplar sería, la que tomaran los compañeros de la pampa y los de Iquique, si barriesen con todo individuo que no justifique su representación con poderes legales y autorizados de gremios o secciones de trabajo que están en huelga.
Si los huelguistas hubieran sospechado lo que había de suceder, habrían sido más explícitos y enérgicos en denunciar y condenar a esos malvados, pero dejaron la constancia suficiente para iluminar uno de los fondos más tenebrosos de esta huelga. No es prueba » a posteriori » es del día anterior al 21.
Los desconocidos anarquistas no hicieron prosélitos entre los pacíficos obreros como eran los que intentaros pervertir, pero no por eso perdieron su tiempo, pues que pasado el sangriento 21, los que pretenden justificar sus horrores con un peligro supuesto de anarquía y desórdenes, aseguran que entre los huelguistas había muchos que lo pregonaban y hasta tenían un plano de la ciudad en el cual se marcaba la tarea de destrucción, que a cada grupo organizado de obreros debería de corresponderles.
Segunda Alarma. La primera sangre. Ese mismo día llegaron a Iquique los detalles de un ataque de la tropa del» Carampangue» a un grupo de obreros en una de las oficinas de la pampa, en la cual habían caído muerto siete de éstos y resultado doce o más heridos. Era la primera sangre.
Si alguno de los diez mil hueguistas, entre iquiqueños y pampinos, creyó por un momento en que la tropa descargaría al aire sus rifles ante obreros indefensos, debió modificar su opinión despoés de las ùltimas noticias.
También ese mismo día recibió una súplica oficiosa para que enviara al sur en el vapor de la carrera del siguiente día la primera remesa de huelguistas, dando preferencia a los matrimonios con hijos pequeños, unas 300 personas en total. Esa medida calmaría los ánimos, muy inquietos y recelosos con los acontecimientos reciente y sería posible al Comité convencer a los obreros que sólo por compañerismo habían bajado a Iquique, a que regresaran a sus oficinas. El resto esperaría tranquilo en el Hipodrómo o donde se quisiera la llegada de los transportes anunciados, o bién el avenimiento con sus patrones. Nada se hizo. El plan de concluir con la huelga por otro camino estaba ya acordado.
Los «díceres» a que me refiero, señor Redactor, eran los comentarios de los clubes, calles y plazas en esos días si diarios, pero mis informaciones provienen de las fuentes más autorizadas, como que después he visto muchas de ellas confirmadas en los documentos oficiales que se han publicado. Los demás podrían comprobarse fácilmente el día que se quisiera, pues para todo hay testigos.
El día siniestro. Ultimos acuerdos. El sábado 21 apareció en los diarios de la mañana, precedido del anuncio en gruesos caracteres que decía DECLARACION DEL ESTADO DE SITIO, un decreto del Intendente, con fecha del día anterior, que fue más tarde publicado por bando, en el que se suspendían las libertades constitucionales de libre tráfico por las calles de la ciudad y los caminos públicos de la provincia, y el de reunión sin armas. Prohibía también ese decreto la venta de licores y ordenaba concentrarse en la Escuela Santa María y plaza Manuel Montt, que está al frente de dicho edificio, a todos los huelguistas que no tuvieran domicilio en Iquique. Se ordenaba al fin a la fuerza pública hacer cumplir lo decretado.
Al mismo tiempo se estableció la censura telegráfica y se notificó a las imprentas el siguiente decreto:
Queda absolutamente prohibida la impresión y venta de todo diario u hoja impresa. Las infracciones serán severamente reprimidas.
Debe haberse organizado también el espionaje, pues muchas personas de las más conocidas han sido llamadas ante la autoridad, que se les ha increpado con los términos más duros el haber emitido en sus conversaciones privadas opiniones contrarias al gobierno absoluto implantado en la provincia y amenazado con severas penas en caso de reincidencia. En los mismos días circulaban listas de adhesión a las autoridades.
Por lo que se ha visto después en los diarios del sur, del Perú y de Buenos Aires, la censura telegráfica no regía para los ingleses. Así se lee en los diarios que empiezan a llegar, la adulteración de lo ocurrido. La Nación de Buenos Aires de fecha 23 de diciembre atribuye carácter de revuelta al pacífico movimiento obrero de la pampa.
Estatuía, pues, ese decreto un verdadero estado de sitio, como lo dijieron los diarios y lo entendieron todos, por más que el decreto no lo dijera expresamente.
El tal decreto ne venía precedido de las frases » con acuerdo del Congreso » o » de la Comisión Conservadora » como es de mandato constitucional, según se observaba por las personas entendidas que lo comentaban, agregando que aquellas frases son las usadas por el Presidente en el caso de revolución , pues el que un intendente suprimiera el imperio de la Constitución del Estado en su oficina era fenómeno que se presenciaba por primera vez en Chile.
El bando fue, con todo, obedecido al pie de la letra. Los obreros marcharon silenciosos al lugar indicado, muertas todas sus esperanzas.
El estado de sitio reveló a todos que el fin de la huelga estaba próximo.
El inusitado movimiento de tropas, el desembarco de la marinería armada de los tres cruceros al ancla en el puerto, el de la guarnición del Esmeralda y de dos de sus ametralladoras al mando de oficiales subalternos, el presentarse la policía armada de lanza, el tono violento de las patrullas que recorían la ciudad disolviendo grupos de menor número que el autorizado por el bando que empujaba a los huelguistas al lugar de concentración, el contento de que hacían alarde los futuros vencedores y el mutismo de los partidarios de un avenimiento tranquilo, no engañaba a nadie respecto cómo se pondría fin a la huelga.
Se decía en todos los círculos que los ingleses habían ganado el animó del intendente y que estaba resuelto el obligar por la fuerza a los huelguistas a volverse a sus faenas sin concederles un ápice de lo que pedían, que esperar la llegada de los transportes para enviar al sur a los que quisieran irse, era dejar sin castigo a los culpables a quienes era de todo punto necesario doblegar y hacerles entender que sus patrones contaban con los medios de hacerse obedecer de sus trabajadores.
Por su parte los huelguistas comentaban decepcionados el hecho de que «mister Eastman » se hubiese pasado al partido inglés, como ellos decían.
La concentración de los huelguistas en un edificio situado en la ciudad, toda construida de tablas, era un obstáculo para el uso de las armas de fuego cuyos proyectiles atraviezan con facilidad varias casas de ese material, y así lo comprendieron los vecinos de la Escuela Santa María, exponiendo sus temores al tener conocimiento de lo que se intentaba.
Acordóse entonces hacer salir a los huelguistas de la población y concentrarlos en el Hipódromo, en donde se obligaría a regresar a sus faenas a los que no tivieran quejas contra sus patrones y a los restantes se les aplicaría el castigo que merecían.
Si se resistían a evacuar el edificio de la Escuela, allí se les castigaría tomando las medidas necesarias para no dañar a la población.
El derecho que el jefe supremo de Tarapacá tenía para ordenar a ciudadanos pacíficos su salida de la población y resolver el sitio en que deberían morar, era el pequeño ejercito puesto incondicionalmente a sus órdenes.
A pesar de su reclusión, los huelguistas no ignoraban un solo detalle de lo que sucedía, pues tenían acceso a la plaza y a la escuela muchas personas.
Los antecedentes acumulados desde el día anterior, no les permitían abrigar duda alguna sobre que se les esperaba un próximo sacrificio de sangre. Aceptada resueltamente su situación, su carácter cambió por completo desde ese instante. Ya no hablaron más de fichas ni de peniques. Apareció en ellos el fondo moral de todo gran movimiento obrero.
Poco antes de proceder, el jefe supremo de la provincia envió un recado a los jefes de la huelga para que pasaran a su despacho, como lo habían prometido el día anterior, a imponerse de sus últimas disposiciones. Aquellos contestaron que sus mandantes no se lo permitían por estimar que había cesado para ellos la garantía de vida, y prometían imponerse de las prposiciones y contestarlas por escrito.
A las 10 A.M. envió el mismo funcionario a don Abdón Díaz , presidente de la Mancomunal de Trabajadores de ésta, con otro recado para el comité huelguista, renovando su anterior invitación y comunicándoles que regresaran a la pampa atrabajar en sus respectiva oficinas, a lo del resorte exclusivo de los salitreros, nada podía hacer ella y por fin, que estos señores pedían también que los obreros se fueran a la pampa.
Nada nuevo se les decía a los huelguistas con esta rotunda negativa, si no es la burla de repetirla.
Contestó el comité, por la boca del mismo mensajero, que mal podían tener confianza en ir a su presencia, cuando ya se habían apoderado de uno de ellos, don Pedro R. Nuñez, y hechólo llevar como reo a bordo del Zenteno y que además de ese compañero habían desaparecido misteriosamente algunos otros.
A la intimidación de que dieran como fracasda en absoluto su huelga yéndose por donde habían venido, respondieron resueltamente que no lo harían sin haber obtenido lo que solicitaban .
Reiteraron al señor intendente su firme resolución de continuar en absoluta tranquilidad. Y añadían que si estaba en el ánimo de la autoridad el tomar medidas violentas contra ellos, estuviera perfectamente seguro de que las recibirían con los brazos cruzados, como había procedido pocas horas antes un grupo de huelguistas ante las bayonetas de los soldados de la nación.
Era la 1 P.M.
Imagen blanca del 21. Sucedió en esa mañana y a propósito del cumplimiento del bando un hecho singular, según creo, en la historía de las huelgas. Lo doy sin comentarios, porque serían superfluos para el que sea capaz de apreciar todo su valor no podrían ser sucintos para los demás. Es el siguiente:
Como a las 8 de la mañana un grupo de unos quincehuelguistas esperaban fuera de la estación de los ferrocarriles la llegada de un convoy en el que venían algunos de los heridos del tiroteo anunciado el día anterior en Buenaventura.
Comentaban a media voz la crueldad innecesaria del oficial del Carampangue con aquellos obreros pacíficos a los cuales no exterminó gracias a las súplicas del comandante de policía de aquel pueblo, cuando vieron aparecer por la bocacalle que venía un piquete del Carampangue cuyo jefe les gritaba algo que no entendieron.
Era una patrulla del cuerpo que venía por es parte haciendo cumplir el bando recién publicado en la plaza, y del que los huelguistas no tenían aún conocimiento.
Al divisar el grupo de obreros, la clase que mandaba el piquete les gritó que se disolviesen y se concentrasen en la escuela. Como viera que no se le obedecía, mandó a los hombres cargar a la bayoneta
En presencia de los soldados que corrían hacia ellos con la bayoneta calada, los huelguistas se alinearon rápidamente y, cruzándose de brazos, esperaron inmóviles. A unos cuatro pasos de la fila, el jefe de la patrulla mandó hacer alto a su tropa.
Allí se impuso de que los obreros no habían entendido lo que se les ordenaba y una vez sabido, se dirigieron tranquilamente al lugar indicado.
A ese hecho se refería el Comité en su última respuesta al intendente.
En marcha. A la 1:30 P.M. formaban en la Plaza Arturo Prat todas las fuerzas disponibles de tierra y mar para la acción. Concurrieron tropas del O`higgins, del Rancagua, del Carampangue, de Artillería de Costa y de marinería de los cruceros nombrados, formando la infantería. Granaderos y Policía armadas de lanzas, constituían la caballería y las ametralladoras del Esmeralda, la artillería. Mandaba la tropa desembarcada el comandante del Zenteno, y comandaba en jefe, el General.
Después de expuesto el plan de ataque y de la consiguiente peroración del General, la pequeña división de las tres armas se puso en marcha al campo de operaciones. En su trayecto por diversas calles de la población fueron obligando a todos los obreros que por ellas traficaban a caminar hacia el lugar de concentración de los huelguistas.
El enemigo lo componían unos 4.500 hombres, mujeres y niños asilados en la Escuela Santa María, y unos 1.500 en carpas y dispersos en la Plaza Manuel Montt.
La seguridad de que se obtendrían la victoria sin que le costara sangre se deja comprender en que no llevaron oficios religiosos, ni médico ni tomaron ninguna medida para que los particulares o los establecimientos que podían hacerlo hubieran preparado los recursos del caso.
El ejército llegó a la Plaza Manuel Montt, rodeó el edificio ocupado por el enemigo y se intimó la orden de marchar al Hipódromo.
Iba a cumplirse al pie de la letra la amenaza de los salitreros a sus operarios. Nadie dudaba del derramamiento de sangre, más aún , dado el término a que habían conducido con tanta constancia y habilidad su plan de venganza, todos estábamos convencidos de que el derramamiento de sangre se había hecho indispensable a la solución del conflicto, después de la orden del jefe de la provincia para que los obreros salieran de Iquique. ¡Y no era para la región del sur como ellos querían!
Frente al enemigo. Entre los incidentes que precedieron al ataque y que meresca reordarse está el de la presencia del cónsul peruano, señor Forero, y la del ex cónsul de Bolivia, señor Ojeda, entre los huelguistas, tratanto con todos los recursos de so elocuencia de hacer que sus connacionales, agrupados alrededor de sus banderas salieran del edificio y marcharan a donde se les ordenaba, pues la tropa que tenían al frente haría fuego sobre todos sin distinción de nacionalidades.
Peruanos y bolivianos respondieron sin vacilar que habían acompañado, voluntariamente a los chilenos en la jornada de paz y de justicia, y que abandonarlos en la hora del sacrificio lo consideraban como una cobardía y una traición que no estaban dispuestos a cometer,
Las mofas y vituperios de toda especie que a muchos a merecido la hidalga conducta de esos grupos de huelguistas, me convencen una vez más de que es desgraciadamente muy común el desconocimiento del fondo ideal de los grandes movimientos obreros. El hambre sola no provoca manifestaciones organizadas de la entidad y firmeza de éste, aunque ella sea de ordinario la causa ocacional, el móvil inmediato.
Otro incidente fue el discurso de un huelguista a la marinería formada bala en boca frente a ellos:
Marineros del Esmeralda – decía el orador-¿ Consentiréis en que se empañen vuestras glorias adquiridas al frente de un enemigo poderoso y en defenza de los chilenos, matando ahora a los chilenos indefensos ? ¿ Querréis que el pueblo de Chile no pueda ya invocar el glorioso 21 de mayo sin recordar al mismo tiempo un cobarde 21 de Diciembre ? .
También se ha invocado este discurso como un justificativo a posteriori de las medidas «enérgicas». Parece que se esperaba de los obreros el que hubieran azuzado a la tropa a descargar sobre ellos sus rifles.
Es así mismo digno de ni recordarse el intento de los huelguistas de apoderarse del señor comandante don Miguel Aguirre, invitándolo a penetrar en la Escuela y aun rodeándolo con la intención de introducirlo en medio de un movimiento combinado mientras el comandante les suplicaba que obedecieran a la autoridad, pues la resolución de hacerles fuego era inquebrantable.
Los huelguistas- que ya no oían sino que hablaban, según el señor Aguirre – deseaban tenerlo como rehén entre ellos sabiendo el aprecio que aqui tienen todos por él, y escudarse con su persona.
Como último episodio anterior a las descargas, debe dejarse constancia de la consulta que el Comité hizo en aquella hora solemne a los huelguistas sobre la orden perentoría de salir de donde estaban y marchar fuera de la ciudad.
El presidente señor Brigg, el tesorero señor Morales y otros miembros del Comité, hicieron uso de la palabra proponiendo una actitud conciliatoria y manifestando algunas esperanzas en que se les cumplieran las promesas de hacerles justicia, acatando la orden de abandonar el sitio ocupado. Los espírtus estaban ya resueltos, y la contestación del pueblo determinó la respuesta negativa a la última intimidación de la autoridad.
Hay muchos otros detalles interesantes de ese crítico momento que dejo en el tintero en obsequio a la brevedad, pero es conveniente apuntar siquiera uno más .
Con la recogida de toda clase de gentes, especialmente obreros, que la tropa venía haciendo en su marcha al sitio de los huelguistas, se concentraron allí involuntariamente muchas personas que no tenían nada que ver con la huelga. Cuando estas personas se impusieron de los aprestos para hacer fuego trataron de abandonar lugar tan peligroso, pero ya no era tiempo: La tropa que rodeaba la plaza y la Escuela rechazaba con las armas a los que pretendían alejarse. Un hijito, de unos 14 años del doctor L. Campos, logró salir de la plaza, merced a que fue reconocido por los soldados como hijo del antiguo médico de ese batallón. Algunos otros pudieron escaparse por circunstancias pareceidas. Los demás quedaron allí reconcentrados.
Tan vanas como las súplicas de los cónsules nombrados a sus compatriotas, resultaron las amonestaciones del comandante Aguirre y de otros militares y paisanos a los huelguistas chilenos para decidirlos a rendirse sin combate.
De variadas maneras se ha interpretado después la resuelta actitud de esos hombres ante la intimidación de hacer fuego sobre ellos si no cumplían lo ordenado. Unos han pensado que los huelguistas no creían en que se realizaría la amenaza, otros en que éstos esperaban la sublevación de los conscriptos muchos de los cuales tenían a sus padres, madres y hermanos entre ellos.
Alguien ha dicho que los huelguistas tenían la convicción de que sólo se trataba de sitiarlos y obligarlos a rendirse por hambre, lo que habría sido facilísimo llevar a cabo, dado el respeto que este pueblo tiene por la fuerza armada por su país. Una linea de soldados a diez pasos de distancia, uno de otro, sería una valla insalvable para ellos.
Muchos han encomiado su valor, pero muchos más, especialmente del partido inglés, lo han tenido como una prueba inequívoca de idiotismo.
Yo, personalmente, estoy convencido de que este pueblo no es de idiotas, ni mucho menos. También estoy cierto de que no se les pasó un momento por la imaginación el que una parte del ejército chileno, se les presentara allí armado y amenazante para representarles una comedia. Seguramente no creyeron en que se les fusilaría en masa, ya que había entre ellos muchas mujeres y niños, circunstancias sabida del general y que sería la primera vez que el ejército de su patria cometería una acción semejante, pero de que tendrían de que caer muchos de ellos no abrigaban la menor duda, como lo prueba el heccho presenciado por todos de la prontitud en que después de las primeras descargas de fusilería y ametralladoras al balcón central, alzaron banderas blancas en la azoteas y otras partes del edificio indicando que estaban rendidos. El número de esas banderas de sumisión fue una veinte, según el doctor Bidart, aunque otros dan números mayores. El encargado de izar la bandera de rendición en el asta central de la Escuela era un viejecito a quienes ayudaron algunos jóvenes para acelerar la operación. Los pañuelos que se agitaban y las banderas de paz servían de blanco a los tiradores. En el hospital hay uno de esos abanderados.
No les pareció propio rendirse a simples amonestaciones, sin haber mostrado antes que no eran unos cobardes, y que un medio ruin a la muerte viniera a desacreditar a última hora la justicia de su causa.
En los momentos más críticos divisé a uno de los huelguistas abrirse la camisa y mostrar el pecho desnudo, invitando a los soldados a tirar sobre él.
Aquellos hombres habían visto en un instante desplomarse el mundo sobre ellos. Niños mimados del público y de la prensa eldía anterior, llenos de ilusiones halagadoras, hoy presenciaban derribadas toddas sus esperanzas, sus amigos de la víspera los abandonaban, la suerte estaba echada.
Fue notada por muchos la notada verbosidaddespertada en este pueblo de suyo callado. Apareció una gran cantidad de oradores, todos tratando del mismo tema, sordos a las razones de seguridad y conveniencia personales que los extraños con las mejores intenciones les daban. Se les oía repetir hasta el cansancio las palabras de justicia, constitución, leyes, derechos, dignidad y otras semejantes con acento conmovido y la faz iluminada por intensa emoción.
Con muecas de soberano desdén recibían las amenazas a sus personas. Lo único que en ese momento les preocupaba era la violación, el atropello intentado por la fuerza de las armas, de ideales que miraban como sagrados. La crisálida había roto su envoltura.
Con sonrisa desdeñosa, han comentado los ingleses y otros que no lo son, el surgimiento inesperado de estos demagógos de última hora. Podrán discutirse sus doctrinas, la oportunidad de su aparición, su influencia en el cruentísimo drama que se seguió, pero es fuera de toda duda el que jamás objetivos villanos y egoístas conmovieron de esa suerte a las masas populares.
La batalla. LLamo así la acción que en el menor nímero posible voy a referir, porque batalla se la llamó ese día y aún sigue llamándosela hasta hoy, y como una victoria guerrera se la celebró en los clubes chileno e inglés, bebiendo abundante champaña por el éxito de la jornada.
Sigan creyendo y propalando los ingleses de Iquique, organizadores de la campaña, que han muerto a ladrones vulgares, refugiados con sus familias en la Escuela Santa María.JYo me llevo la convicción de haber asistido al espectáculo más dramático e imponente de energía varonil que es dado presenciar: había terminado el plazo concedido a los huelguistas para rendirse; se ordeno retirarse a las personas que aún insistían en aconsejarles sumisión; se mano preparar las armas y apuntar…
En el balcón central del edificio permanecían de pie, serenos unos treinta hombres en la plenitud de su vida, cobijados por una gran bandera chilena y rodeados de otras de diferentes naciones.
Era el Comité de los Huelguistas, eran los cabecillas, los condenados a muerte desde el día antes. Todas las miradas estaban fijas en ellos, hacia ellos se dirigían todas las bocas de fuego. De pie, serenos, recibieron la descarga. Como heridos del rayo, cayeron todos, y sobre ellos se desplomó la gran bandera.
La muerte de los jefes de la huelga y las banderas blancas y los pañuelos que se agitaban en varias partes, nos hicieron creer a los espectadores imparciales que elacto había terminado, ilusión que sólo duro unos instantes: el fuego graneado que de todas partes siguió a la descarga fue tan vivo como el de una gran batalla. Las ametralladoras ( servidas sólo por individuos de tropa) producían un ruido ensordecedor y continuado. Hubo un momento de silencio mientras se modificaba el alza de las ametralladoras, bajándola en dirección al véstíbulo y patio del edificio, ocupados por una masa compacta e hirviente de hombres que rebasaba la plaza y demás de cuarenta metros de espesor, y luego el trueno continuó.
La fusilería entre tanto disparaba sobre el cuerpo asilado en las carpas de la plaza y a los y a los que huían desalentados del centro de combate. Ente los espectadores que me rodeaban oí las más enérgicas interjecciones del castellano; vi a muchos llevarse el pañuelo a los ojos, y a don Carlos Otero secretario de la Combinación Salitrera, caer presa de un síncope.
Callaron las ametralladoras y los fusiles, para dar logar a que la infantería penetrase por las puertas laterales de la Escuela descargando sus armas sobre grupos aterrados de hombres y de mujeres que huían en todas las direcciones.
La derrota se pronunció en toda linea (para seguir hablando como aquí lo hacen los partidarios del inglés). Los huelguistas huían despavoridos por las puertas de los cuatro costados del edificio, ganado las calles por entre las patas de los caballos, arrostrando las lanzadas de los Granaderos encargados de impedirlo y buscando un asilo en las casas inmediatas.
Cesado el fuego, empezó la emigración o más bien la huída en masa de los huelguistas hacia el Hipódromo. Penosa debió ser la fuga de aquellos derrotados que llevaban consigo a sus mujeres y niños, y en brazos o a la espalda a muchos de los heridos, que iban marcando su camino con rastros de sangre. Uno de éstos que marchaba por sus pies, sintiéndose desfallecer y temiendo ser atropellado por la caballería encargada de picar a la retaguardia al enemigo, trató de desviar el camino y dando traspiés agónicos, se apartaba a un lado del camino, cuando fue visto por un soldado de caballería, quién enristrando su lanza con bandera chilena, corrió hacia él y se las hundió en las espaldas.
Entre el crujir de dientes de los hombres, los sollozos de las mujeres y el llanto de los niños,llegó por fin aquella gente al lugar de su destino. Luegó tomo colocación estratégica el ejército vencedor, asestando a su frente las temibles ametralladoras.
Los obreros refieren muchas otras cosas pero sobra con lo dicho.
Cómputo de bajas. Desde 1.400 a 130 fluctuán las cifras que se han dado al público, como la de muertos y heridos en la masacre del 21.
Parece que el número exacto de bajas quedará para siempre en el misterio. Hubo en los momentos en que pudo conocerce un empeño particular en ocultarlo.
Mis investigaciones a ese propósito las he dirigido a obtener el número de muertos y a colegir de esa cifra el de heridos, que guardan con el de los primeros una relación más o menos fija. Pero si de los heridos es imposible obtener cifras aproximadas por el número desconocidos de ellos quese refugiaron en casas particulares, no loes menos respecto de los muertos, gracias a la prisa con que fueron conducidoa al cementerio y echados a la fosa que se tenía preparada.
Junto con empezar la retirada de los huelguistas, llegaron los carretones que esperaban el momento en una calle próxima y comenzó el acarreo, aprovechando la soledad en que quedaron las calles.
Lo único, que ha podido establecerse es que los cadáveres sepultados en los primeros momentos no bajan de 40, pero el obrero Rozas cree que no es díficil probar que fueron 149. El mayordomo del cementerio, que ese mismo día confesó haber recibido sólo cuatro carretonadas, se ha encerrado después en el más absoluto silencio.
Tendido en el campo antes de concluir el acarrereo, halló un practicante militar 200 cadáveres. Una hora después de la matanza, un farmacéutico que atendía heridos contó 117. El doctor Gómez halló 98, y el capellán del ejército, don V.M? Montero, 91.
Todos estos caballeros sólo pudieron ocuparse esa tarea después de haber llenado la misión de atender a los heridos, esto es, cuando ya quedaba poco que hacer a los carretoneros.
La estadística del hospital acusa solo 95 cadáveres conducidos allí en esa tarde, pero de los heridos llegados murieron poco después 29 hombres y una mujer.
El señor Queirolo halló al anochecer de ese día, 5 muertos entre una veintena de heridos en el conventillo Nº 198 de la calle Barros Arana. De 3 muertos más en casas particulares ese día, da cuenta La Patria del 28 de ese mes.
Yo me retiré de aquel sitio sin voluntad de ir a presenciarlos destrozoos causados por las ametralladoras, así es que he de atenerme en estos cálculos a las cifras más dignas de fe.
Cuento entre éstas el número más bajo de los cadáveresllevados al cementero: 40.
Desecho la cifra 200 dada por el practicante, pues esposible que tomara por cadáveres a heridos graves que tenían la apariencia de aquéllos, y acepto la del farmacéutico, que los contó dos veces: 117.
Los heridos que alcanzaron a huir de las ansias de la muerte y fueron a expirar a casas particulares, deben de haber sido más numerosos de los que se tiene noticia: pero sólo este número es seguro :8.
Para el cómputo general de bajas estimado por el de muertos, hay que contar entre éstos a los heridos que fallecen poco después de la acción. Así los heridos agonizantes que expiraron a poco llegar al hospital, deben contarse entre los muertos, pues tal habría sucedido en un campo de batalla: 30. Suma total de muertos, 195.
Los heridos estan lo más a menudo en relación de 2 por 1 respecto de los muertos en una acción con armas de fuego modernas, por lo que su número sería 390. Lo que daría por suma total de bajas huelguistas 585.
Al hospital sólo fueron conducidos 164 heridos, según las estadísticas del establecimiento, los demás se refugiaron donde pudieron.
Al mismo establecimiento llegaron sólo dos mujeres heridas, una de las cuales llegó agonizando. En casas particulares había 15, según laprensa, de las cuales es muy probable hayan muerto algunas. Niños pequeños, uno sólo murio en la batalla o lo que fuere; heridos he visto dos en la calle uno de ellos de seis mese con una pierna atravezada por una bala, que perforo al mismo tiempo un brazo de su madre.
Sé que mis cálculos serán tachados excesivamente reducidos por algunas de las personas que contemplaron los montones de cadáveres, horriblemente destrozados en el área que abarcaron las ametralladoras, pero me atengo a los datos comprobados, desechando los más o menos, porque ese es mi sistema y porque no veo la necesidad de aumentar horrores, de suyo apenas suceptibles de ponderación.
En cuanto a las bajas contrarias el total es de 6 heridos: tres marineros del crucero Esmeralda, uno de los cuales tiene un balazo, de revólver al parecer, en una pantorrilla, y los otros dos ligeras resmilladuras que no parecen de armas de fuego; dos soldados del regimiento O´higgins y uno de Granaderos. Los tres estan heridos por proyectil de ametralladora, o rifle según los médicos. Los mismos proyectiles mataron dos callos de Granaderos.
Hasta por debajo de los entablados de la Escuela se buscaron inmediatamente de evacuada, las carabinas, los rifles recortados, los revólveres, los corvos, la dinamita y demás armamento que un miedo inmotivado e indigno había hecho suponer como existentes en poder de los huelguistas. A cuatro revólveres, tres cargados y uno sin balas, todos sin señales de haber sido usados, y algunos cortaplumas, se redujo el armamento recogido al enemigo, después de un prolijo registro de caídos y de prisioneros.
Los revólveres serían de seguro de los obreros iquiqueños o de algunos de los curiosos que había entre los huelguistas. El obrero de la pampa no usa arma, sino por rarísima exepción, y esós las dejaron en sus casas, antes de bajar a Iquique.
Refieren algunos haber visto disparar con revólver desde una ventana de la escuela, dos o tres tiros, pero después de comenzado el segundo ataque de las ametralladoras. Si es de revólver la herida del marinero del Esmeralda, ésa sería la única víctima causada por los obreros, si es que no fue alguno de los mismos militares que con sus revólveres tomaron parte en el fogueo. Los demás heridos, incluso los caballos, de los atacantes lo fueron por ellos mismos.
Las cifras de bajas que dan los partes oficiales son falsas. El comandante del Zenteno da 130 por todo; el general, da 140, también como total de muertos y heridos.
¿Cómo explicarse que un dato de tanta importancia cual ése, no haya merecido más atención por los dos jefes que mandaron el fuego? No es posible suponer que quisieran dejar constancia númerica, irredargüible de la ligereza de su proceder en un asunto de tan extraordinaria importancia como aquél. Ni puede imaginarse que la vida de sus compatriotas les sea tan indiferente que no les importen algunos centenares de más o de menos.
El parte del intendente también da cifra falsas, con la circunstancia agravante de que fue redactado seis días después del acontecimiento, cuando ya en el hospital se tenía hecha la estadística de los que habían llegado allí.
Tengo noticias de algunos partes de detalle, pasados por jefes subalternos y oficiales dando cuenta del desempeño de su papel respectivo, ese día , y también son falsos.
Ha sido una falsificación general de documentos oficiales y , lo que es muy digno de atención, todos falseados en el mismo sentido.
Estamos, por lo tanto, en presencia de una dulteración sistemática de la verdad, que tiene por esa condición un gran poder probatorio y un significado moral de que me haré cargo en el último parrafo de la presente.
Terminación de la huelga. Conozco el tema , pero es largo, por lo que aquí, señor Redactor, solo emitiré algunas reflexiones que me permite la presente.
La huelga común es la resolución del obrero a sufrir hambre aguda por un tiempo limitado, en cambio de un hambre crónica de duración indefinida. Así es que » por hambre » es la terminación natural de la huelga cuando es favorable a los patrones. La terminación violenta de aquel uso legítimo de la voluntad del trabajador no es la natural. Y dejo el tema.
Por primera vez en la historia de la huelga se emplea la ametralladora para acallarlas. En rusia se ha emplado el cañón con bala rasa, pero fue con ocasión de estar los huelguistas atrincherados y formando entre ellos la tropa de un regimiento sublevado que llevaba sus rifles y sus nananas repletas, lo que los constituía en revolucionarios. Si el Zar hubiera dado en usar ametralladoras contra su pueblo, especialmente si hubiese esperado u ordenado su concentración, tiempo ha que habría limpiado de rusos su vasto imperio.
En la Escuela Santa María, el efecto de las ametralladoras estuvo limitado, no por el número de proyectiles lanzados, ya que uno de éstos puede atravezar diez hombres, sino por la corta distancia que forzosamente hubieron de ser colocadas, lo cual restringió la amplitud de la línea de muerto o sea el ángulo del triángulo formado por los movimientos laterales impresos al cañón. Las balas llegaban a los huelguistas muy próximas unas de otras, lo que explica que algunos cadáveres aparecieran verdaderamente destrozados, otros con el cráneo cortado como con serrucho, según pudieron constatarlo los médicos y emás personas que visitaron el campo. Si las ametralladoras hubieran podido ser colocadas unos docientos metros más atrás, las bajas habrían sido miles, pero la amplitud de la plaza no lo permitió, quedando sólo a unos setenta metros de la masa de hombres.
No hay duda que el empleo de la ametralladora es el más eficaz para terminar toda huelga, pero tiene varios inconvenientes, inmediatos y futuros.
Y sín más paso a recordar un efecto imprevisto derivado del modo cómo se apaciguó la huelga.
Desde antes del «affaire» Dreyfus, pero sobre todo después de él, los socialistas franceses han sostenido una campaña tenaz y permanente en la prensa, en la tribuna, en el Parlamento, en el teatro, en todas partes y ocasiones, contra la fuerza armada de su nación, especialmente contra el ejército francés.
Las consecuencias acumuladas de aquella insensata campaña, dieron al fin su resultado lógico: el pueblo francés llegó a mirar con menosprecio al militar de su patria, burlándose de sus tradiciones gloriosas, ridiculizando su instrucción, sus paradas, sus maniobras y hasta dudando de su patriotismo. En varias ocasiones fue silbada por el pueblo la tropa francesa, mientras lucía sus conocimientos profesionales en revistas públicas.
Podrá calcularse fácilmente la alarma que produjo en los espíritus previsores y patriotas de aquella nación tal estado de ánimo en el pueblo. Los más esclarecidos talentos franceses salieron al frente de los socialistas que pregonaban aquellas doctrinas causantes seguras de la organización y de la ruina. La contracampaña de los patriotas no daba resultados apreciables.
El pueblo veía desfilar un batallón con indiferencia, cuando no con desdén: la mala simiente parecia haber echado profundas raíces en su ánimo.
En esta situación se produjeron las grandes huelgas de la regióncarbonífera de La Mancha. Los obreros destruían maquinarias y edificios atacaban a los patrones y derrotaron a pedradas y a tiros a la policía que intentó dominarlos.
Aquel pueblo inminentemente excitable, en que no escasean los socialistas convencidos y aún anarquistas, se entrego a una verdadera revuelta frenética. En Lens, en Lieven, en Trith y oras ciudades, hubo saqueos,incendios y asesinatos, hasta la llegada de una división del ejército francés que el gobierno mandó apresuradamente a sofocar a sangre y fuego aquella revuelta.
La táctica desplegada por el ejército para contener aquel pueblo enfurecido, consistió en aislarlos formando los batallones entre las pobladas y los sitios que deasaban protejer, y luego marchando de frente haciendo retirarse a los huelguistas ante las filas que avanzaban.
Copio de la revista francesa Armée et Marine del 5 de mayo de 1906, algunas líneas en que se describe la actitud de la tropa en aquella ocasión y las reflexiones que le merece:
Bajo la lluvia de ladrillos y piedras que sucedía a las injurias, estos hombres armados,que pudiendo con una simple descarga dispersar a esa multitud acosada por la locura del asesinato, permanecen impasibles; los oficiales en la primera fila blancos visibles, exponiéndose para ser más fácilmente atacados, no han usado de su autoridad sino para refrendar el ardor de sus hombres. El teniente Allud es herido de gravedad: el teniente Latour recibe un golpe mortal; los tenientes Vincent, Béraro, de Versel, Coine,VerliottiBaluso, son heridos; el capitán Ricourt recibe un adoquín en pleno rostro; y estoicos estos franceses, rehúsan de usar de represalias contra otros franceses, están seguros que sus tropas pueden resistir al pueblo amotinado sin hacer uso de sus armas; a así sublimes de abnegación eelos retienen a sus hombres y permanecen en sus puestos en las filas, a no ser que hayan perdido el conocimiento; ellos han dado prueba de las grandes cualidades de mando: sangre fria y serenidad ante el peligro.
Apagar aquel volcán que abrasaba dos departamentos, costó al ejército francés 8 días con sus noches, de heroicos esfuerzos, 6 muertos y cerca de 100 heridos. Los huelguistas tuvieron cerca de 20 muertos y más de 50 heridos de bala, fuera de los heridos y contusos por las culatas de los rifles.
El ministro M. Etienne condecoró con la Cruz de Legión de Honor a los jefes y oficiales que más se distinguieron por su heroísmo pasivo. He aquí cómo comenta la revista citada – portavoz de la armada y del ejército de aquella nación- esa actitud del jefe de gabinete:
Su modo de proceder ha tenido la aprobación de la Francia entera y especialmente de todo el ejército; cuyos oficiales sentían latir sus corazones de soldados y de franceses al leer las narraciones de los diarios. Cuántos han exclamado: » nuestros compañeros han estado admirables, ellos han merecido cien veces más sus condeoraciones que si las hubiesen obtenido en el campo de batalla, donde si se reciben golpes , también se les devuelven.»
Como resultado no previsto del comportamiento de la tropa de línea ante sus compatriotas momentáneamente extraviados, se obtuvo el restablecer de un golpe la simpatía del pueblo por el ejército. En París, en Lille, en Burdeos, en Lyon, en todas partes el ejército es recibido con vivas atronadores por el pueblo. Una ola de alivio, de tranquilidad, de esperanzas ha recorrido la Francia entera, regocijando los corazones de los patriotas. Toda la elocuencia y actividad de M. Jaurés en su reciente campaña antimilitarista, no ha logrado convencer al pueblo de Francia que el ejército de la República carece de los dotes de disciplina, de abnegación y de heroísmo que tantas glorias diera a su patria en mejores tiempos.
Con sus clubs ( porras ), dominó la policía de Londres el año pasado el tumulto de mujeres y hombres sufraguistas que furiosos por el rechazo de sus pretenciones en el Parlamento,se entregaron a destruir el hermoso parque central de Londre, el Hyde Park.
En Francia, en Alemania e Inglaterra, ha habido meetings y huelgas tumultuarias y ardientes que han sido apagadas por los bomberos con sus chorros de agua, como otro incendio cualquiera.
Hay varios otros modos, pero yo recordaba lo sucedido en Francia, sólo por el contraste de lo que aquí he presenciado. Los obreros pampinos en huelga vivaros, como recordé a la tropa de línea cada vez que se les presentaba la ocasión. En el muelle recibían con aplausos a los soldados que llegaban de otras partes y hasta la marinería del Esmeralda, la vivaron cuando desembarcó con las ametralladoras, mirando con curiosidad aquellas pequeñas máquinas que valen por un regimiento.
El 21 de enero se reembarcó una parte del O´Higgins. La despidieron en el muelle las autoridades de Iquique y los jefes del ejército aquí acantonado y algunos ingleses. No asistió pueblo a la despedida. Los fleteros y demás gente de la playa no aplaudieron; estaban distraídos mirando hacia otro lado.
Los vencidos, después del 21. Ha llamado la atención de muchas personas el absoluto abandono en que los vencedores dejaron a los heridos del bando derrotado. Me consta que no ha sido esa la conducta del ejército de Chile en otras ocasiones. Lo que es en ésta sólo se preocupó después del encuentro de sus propios heridos,mandando traer de a bordo, el personal y útiles del caso.
No todos los huelguistas heridos pudieron huir, siendo además sólo los chilenos los que se apresuraron a hacerlo. Muchos buscaron por sus pies el hospital y muchos otros fueron conducidos por los particulares en brazos o en angarillas improvisadas. Ni la autoridad civil ni mlitar se acordaron de ellos. Han pasado muchos días y el olvido continúa. El vicario señor Rücker, el capellan señor Montero, los médicos y farmacéuticos iquiqueños, el doctor de un vapor alemán anclado en la bahía y demás personas caritativas que prestaron consuelos y atenciones a aquellos desgraciados en los primeros instantes, tendrán que esperar el regreso del señor Brigg, para recibir una palabra de agradecimiento. Sólo mister Richardson, administrador » ad honorem » del cementerio, no se había descuidado, teniendo lista una amplia fosa.
El paño de lagrimas de todos los abandonados que produjo la » masacre» de los heridos que se esconden como condenados a muerte en las pobres viviendas de sus compañeros que las tienen, de las viudas, de las madres sin amparo, de los huérfanos, ha sido el señor Rücker.Larga cola de mujeres llorosas y enlutadas se formaba a la puerta de la vicaría cuando él estaba en Iquique. Hoy están desamparadas. No todos como él, podían arrostrar las sospechas de las autoridades mostrándose compasivos con las víctimas. Ha sido considerada una audacia la del notario señor Marín Vicuña, al pedir al público ropas usadas para los heridos del hospital.
Merced a los ruegos del señor vicario, pudieron embarcarse para el sur en uno de lo transportes nacionales algunos de los heridos, aunque sin recursos médicos de ninguna especie, cuando la autoridad había ordenado que sólo pudieran emigrar las viudas que produjo la catástrofe.
A propósito de estas viudas, se me ha observado que muchas de ellas no saben de cierto si lo son. Cuarenta cadáveres fueron llevados sin reconocimiento alguno del campo al cementerio, en donde tampoco se exigió el pase respectivo con los datos prescritos. De los ciento quince cadáveres que se expusieron en dos salas del hospital la mañana del día 22, sólo pudieron ser identificados muy pocos, porque sus deudos o estaban cercados de tropa en el Hipódromo o escondidos en el fondo de casas particulares. Del mismo modo muchas madres, niños y tras personas sólo suponen que sus deudos hayan muerto por no aparecer entre los vivos. Hubo mucha premura en cumplir con la obra de misericordia que nos manda a enterrar a los muertos.
Eco tristísimo de aquel apresuramiento, son los avisos que publican en los diarios obreros,las esposas, las madres, las hermanas, preguntando por sus deudos desaparecidos el 21. Conmueven la prolijidad con que describen sus facciones, el color de su ropa, por si algún extraño logra verlos por alguna parte, rogando se les avise al lugar que indican. Una pide a la prensa del sor que reprodusca su aviso con la esperanza de que su hijo pudiera haberse embarcado sin despedirse en el transporte que condujo algunas huelguistas. Otra trmina su aviso con un » Uregente.» ¡Pobrecilla la cándida! ¿ Quíen se dará prisa hoy aquí por consolar a una madre chilena ? Da para reír.
Muchos de los desaparecidos, se me agrega, tienen depósitos en la Caja de Ahorros de Iquique, depósitos que quedarán a beneficio fiscal, pues será raro el heredero que pueda o tenga voluntad de esperar los diez años que se requieren para dar por muerto un ausente y cobrar lo que le pertenece
Pero los más beneficiados con aquel olvido involuntario d identificación de los muertos, han sido los salitreros, quienes heredarán muchos centenares de carretadas de caliche que aquellos desgraciados dejaron listas en la pampa para cobrar a su vuelta.
El martes 31 recién pasado enero) celebró sesión por primera vez después del sombrío 21, la Junta de Beneficiencia de esta ciudad, presidida por el Intendente y con la sistencia del administrador del hospital. En ella se trataron diversos asuntos, pero no se dijo una sola palabra del papel desempeñado por esta Sociedad de Beneficiencia, la única de este pueblo, sostenida por todos, en el campo vastísimo abierto a su acción, con motivo de la espantosa catástrofe del 21. Ni una sola alusión a las tares extraordinarias que repentinamente, sin nigún aviso previo, pesaron sobre el personal del Hospital, con motivo del gran número de heridos que allí se curaban. Le remito también uno de los diarios que da cuenta de aquella sesión tan elocuente en su silencio. Lo único que tiene relación con la huelga es la gratificación de $300 que mister Richardson pidió y obtuvo para el mayordomo del cementerio.
Estos días presenta Iquique el aspecto más singular. Mientras los ingleses y sus srvidores ríen, cantan, beben champaña y celebraron la Pascua y el año nuevo con suntuosos banquetes, y en las plazas tocan las bandas militares las más alegres piezas de su repertorio, el pueblo está mudo y triste. Rara es la mujer de luto que no vista de luto.
Los heridos asilados en el hospital han muerto en una proporción horrorosa. No es la gravedad de las heridas, aunque hubo muchas mortales por la corta distancia a la que funcionaron las ametralladoras, me decía un doctor, lo que explica la mortalidad inusitada que hemos tenido. Es la depresión moral de los pacientes lo que se los ha llevado: no tienen voluntad de vivir. En el mismo día de la matanza algunos heridos suplicaban a gritos que les quitaran la vida. se dece también que algunos que traían cortaplumas lograron suicidarse. Heridos injustamente como ellos creían, y heridos por los soldados de su misma patria, el deseo innato de vivir se trocó en odio a la existencia.
Si en uno de aquellos momentos de simple compasión que se siente aún por el asesino condenado a muerte, alguno de los que ordenaron su fusilamiento se hubiera acercado al lecho de los heridos a decirle que el sangriento castigo lo habian creído necesario, eso habría bastado para salvar muchas vidas. Este pueblo posee un alma generosa y tierna. Tengo de ello repetidas pruebas. Aquella simple explicación de sus victimarios habría despertado en algunos, si no en todos, el deseo de creer y de perdonar, que les devolvía las ilusiones de vivir, su pecho se habría descargado por sus ojos y se habrían salvado. Pero las autoridades han huido del hospital, como de un lugar maldito,y los heridos han muerto con los ojos secos y el corazón inundado.
Con los huelguistas que escaparon ilesos, no se han portado mejor los ingleses. Se les dijo que podían subir a la pampa a traer a sus familias e irse al sur. Subieron y bajaron al día siguiente, habiendo vendido o regalado sus pobres enseres. Aquí se les exigió certificado de cancelación de sus cuentas de las oficinas. Vuelta a subir y vuelta a bajar, otro día perdido y pago de nuevos pasajes en el ferrocarril. Cuando ya creyeron asegurado su viaje, se les dijo que sólo tenían pasaje gratis en los transportes del Estado las viudas que hubiera dejado la revolución.Las súplicas de monseñor Rücker consiguieron que también fueran algunos heridos. Entre tanto los peruanos, bolivianos y argentinos eran atendidos por sus cónsules en todo lo que necesitaban y transportados a sus respectivos países a costa de sus gobiernos.
Esta serie de engaños consta en la serie de diarios de esos días, y por ellos podrán convencerse de la seriedad y buena fe de estos patrones en su trato con los obreros, los que no conozcan de cerca la vida de la pampa, ni hayan leído el memorial Errázuriz Urmeneta.
La huelga del puerto termina por hambre. Con la destrucciòn de la huelga de los pampinos, no terminó la de la gente de playa, que como recordé inicio el movimiento huelguista, extendido después a la salitrera.
Tal vez estaban dispuestos a reanudar sus trabajos, pero corrió la voz de que el Intendente tenía la intención de ordenar a todos los desocupados de la ciudad que se concentraran en el Hipódromo, y eso los determino a seguir en huelga, a pesar de estar agotados sus recursos y empeñadas sus últimas prendas, pagando un 100% mensual de interés. Los alojados, como ellos decían por las viudas, huerfános y heridos a quienes hospedaban, los decidieron al fin a dar término a la huelga, excluyendo sólo a dos patrones.
En esta ocasión los salitreros usaron el recurso tan vituperado por ellos en sus trabajadores: se mancomunaron.
En efecto, los favorecidos desecharon la oferta si no se incluía a dos compañeros, y hubo de hacerse así.
En uno de los diarios que le incluyo,podrá imponerse, señor redactor, de algunos e los abusos que se ven forzados a tolerar los playeros de ésta. Uno de ellos es el de no permitir que los cargadores que trabajan a tanto el bulto movilizado, tomen nota del número de bultos para ajustar sus cuentas. Como parecerá tan verosímil tal procedimiento por parte de los patrone, a los que no sepan hasta dónde puede llegar el abuso cuando no tiene sanción, y si el apoyo de la fuerza, recordaré por vía de jemplo un caso de esos, que tiene circunstancias agravantes.
Cuando el año pasado marinería y oficiales del crucero Esmeralda sirvieron de peones y mayordomos respectivamente alos salitreros que carecían de operarios con motivo de una huelga, los salitreros favorecidos cercenaron buena parte de los jornales ganados por los marinos con el mismo procedimiento de contar de menos los bultos.
De cómo los salitreros produjeron la alarma que engaño a la autoridad. El viernes 20 en la tarde se esparció por la ciudad la noticia de que esa noche o la siguiente, los revolucionarios se entregarían al saqueo y al incendio de la población.
Las familias empezaron a trasladarse a bordo de los buques de la bahía. En el Club de la Unión se fijaron carteles invitando a los de buena voluntad a formar una guardia de salvadores, y en todos los corrillos y clubes apareció un número increíble de gente medrosa comentando como un hecho seguro el estallido revolucionario de un momento a otro. Para los que conocemos a las personas de este pueblo, era seguro que de aquellos cobardes ni la mitad lo eran de nacimiento, siéndolo el mayor número por consigna.
Lo que había difundido la larma en todas partes y hecho creer en la convicción repentina de los pacíficos huenguistas en asesinos e incendiarios, fueron las medidas tomadas por el comandante del numeroso cuerpo de bomberos de ésta, compuesto de 10 compañías a las que pertenecen miembros de todas las familias acomodadas. Se le veía correr de un cuartel a otro, aconsejando de pasada a las familias de que estuvieran alertas y cerraran las puertas de calle.
Organizó guardias en todos sus cuarteles, les previno armarse y distribuyó el trabajo, pues era seguro que la conflagración empezaría por varias partes a la vez. Pidió tropa armada para resguardar estanques y cañerías, hizo reisar el material y a la caída de la tarde dejó convencido a medio Iquique de que los huelguistas no eran tales sino bandidos.
El temor a un incendio en la población era tanto más justificado, cuanto pocos meses atrás quedo ante todos manifiesto la inepcia en la dirección general de aquel cuerpo, con ocasión del grande incendio que en la mitad de día sólo se detuvo después de destruir siete manzanas, mediante la actitud de algunos paisanos secundados por tropa del ejército que echó sobre sí la responsabilidad y la tarea de cortar el fuego.
Las familias corrieron a refugiarse a bordo, y en la noche se firmó el decreto daclarando la provincia en estado de sitio, y se combinó todo el plan desarrollado al día siguiente.
Admirable fue la facilidad con que los salitreros impusieron su opinión a las autoridades de Iquique en una materia tan grave como la de declarar bandidos al pueblo de su mando y ordenar su muerte por simples sospechas.
¿Para qué habrían traído los obreros a sus familias si venían con ese propósito? ¿Hacia dónde huirían después de cometido su crimen?
¿ Por qué habrían esperado la llegada de tropas del sur y del norte para realizar su plan ?
¿ Cómo explicarse el que estuvieron en el tren listos a volver a sus faenas el mismo día de su llegada, y que no se fueron sólo porque no se les quiso llevar? ¿Por qué no se proveyeron de armas , siquiera de dinamita que tienen a discrección en la pampa, si venían con tan insentatos propósitos? ¿Por qué permitieron el alumbrado de la ciudad, sus teléfonos, telégrafo, cañerías y en general todos los servicios menos el tráfico de coches y tranvías ?¿ Por qué se mantuvieron alegres y tranquilos todos los 10.000 huelguistas durante una semana ?.
Con miras fáciles de comprender, se ha dicho que los cabecillas eran anarquistas y bribones. De la nómina que de ellos ha publicado la prensa, conozco personalmente a seis y me consta que son operarios de lo más laborioso y honorable de la pampa: artesanos, padres de familia, elegidos jefes por sus compañeros, precisamente por su misma seriedad. De los demás nombres que dan los diarios se medice lo mismo, y es natural que así sea.
Lo que de esos pocos cabecillas hayan traído por la fuerza a los calicheros, sólo puede creerle el que no tenga remota idea de la independencia de carácter de la gente de la pampa.
Alguno que otro vendría a empellones, cosa corriente en toda huelga, ya que en las salitreras hay gente de varias partes. Es también falso que el Comité ejerciera una acción despótica sobre los huelguistas, pues los consultaban siempre que había de resolverse algo importante y para lo cual no estuviera expresamente facultado.
El anarquista español Brigg, a quien persigue la policía y de quien tiene conocimiento oficial el Ministro Sotomayor, no es el Brigg que hacía de presidente del Comité huelguista, pués este es un joven criado en Chile, aunque de padres norteamericanos, y es un mecánico de lo más competente y honorable de la provincia.
El señor Brigg del señor Ministro no ha venido por acá, si es que existe y no es la invención de algún mal intencionado que ha dado datos falsos al señor Ministro para que aparezca en la historia de estos hechos, como justificando con inexactitudes su participación en ella.
La verdad de todo esto es que la invenciones contra los huelguistas sólo se hecharon a correr cuando ya se tenía acordado expulsarlos de Iquique y obligarlos a la fuerza a que volvieran a la pampa. Sabían que eso no podría hacerse con palabras y comprendiendo que el público imparcial condenaría la sangrienta represión acordada por ellos, sin más causa que las verdaderas, inventaron las que pudieron justificarlas.
De cómo justifican el 21. Por el eco de los salitreros que ha repercutido oficialmente en Santiago, puede verse que han adoptado con resiganación el papel de víctimas. No hay operario en el país mejor pagado y servido que el de las salitreras. Si no fuera por los anarquistas que los arrastran a cometer tonterías de las que ellos mismos se arrepienten, el trabajador de la pampa sería inmejorable. Se quejan sin razón, porque les mandan que se quejen, hoy porque se les paga en fichas, mañana porque se les paga en dinero. Siquieren libertad de comercio, es sólo para que se permita la entrada de licores espirituosos al campamento. Las pulperías venden más barato que en la ciudad, etc,etc. Uno por uno niegan todos los cargos.
El informe de la Comisión Errázuriz Urmeneta que comprobo la verdad de las quejas de los obreros se ha perdido; después nadie se ha ocupado con conocimiento de la materia de exponer al público la justicia que asiste a los trabajadores, y los salitreros han vuelto a su negativa en la confianza que nadie les contradirá.
En cuanto al último alzamiento promovido como todos por cabecillas ajenos a las labores y que sólo viven del engaño, él no fue una huelga, sino un movimiento político contra el gobierno nacional, el cuál tomo al fin todos los caracteres de una revolución, siendo necesario debelar por las armas, como otra revolución cualquiera.
Pruebas de que la huelga de diciembre fue revolución, presentan varias, todas concluyentes.
Primera: el mitin de Zapiga celebrado a presencia de las autoridades de Pisagua dos semanas antes y en que se acordó pedir al gobierno una moneda fija. Zapiga está al norte de la provincia, región de la que no vino ni un obrero a Iquique, pues fueron del extremo sur y algunos pocos del centro los que bajaron.
Segunda: en Buenos Aires se decía que en la ssalitreras habría paro general a fines de ese año.
Tercera: que desobedecieron a la autoridad.
Cuarta: que el Comité huelguista impuso contribuciones al vecindario
Quinta: que decretaba como si ya se creyera vencedor.
Sexta: que tenían determinado incendiar y saquear la ciudad.
Hay no sé cuáles otros de menor importancia, pero los apuntados bastan para que no se les crea.
No vale la pena refutar una por una tales aserciones, pero es bueno recordar que en la reunión habida en la Intendencia el 16 de diciembre se advirtió que era del dominio público en Iquique, el hecho de haber informado el comité inglés de resistencia del Supremo gobierno, que el alzamiento de los obreros de las salitreras obedecía a planes políticos dirigidos contra el Gobierno, no contra los patrones; que eran por lo tanto revolucionarios y no huelguistas. La Patria de los días siguiente y subsiguiente trató editorialmente la materia, dejando a todos convencidos de lo absurdo de tal especie.
El plan inglés de acumular antecedentes y documentos para una reclamación diplomática se ha puesto a la vista de los ciegos con ése y otro expedientes.
Por los diarios de los huelguistas que le mando podrá imponerse, señor Redactor, de la energía con que los obreros rechazaban una imputación semejante. Y por esos mismos diarios y también por los demás, verá que impedía a los oradores politiqueros iquiqueños el que hablaran de política en sus mítines.
Las contribuciones impuestas por el Gobierno revolucionario las hallará usted también nominalmente expresadas en los diarios que le remito. Alcanzaron ellas a unos 140 pesos, y los suscriptores son obreros y pequeños comerciantes en su mayoría, no como contribuyentes obligados, sino accediendo a la súplica de uno de sus diarios para que las personas que simpaticen con los huelguistas los auxiliaran con lo que fuera su voluntad.
La desobediencia de que se ha hecho caudal, fue la negativa del Comité a presentarse en la Intendencia poco antes del ataque de los obreros. Por la contestación de éstos, se comprenderá que estaban al corriente de todo lo que se pensaba hacer con ellos. Mientras iban i venían los recados de la Intendencia a la Escuela Santa María, toda la tropa de la guarnición, recién almorzada, caminaba hacia la plaza Arturo Prat , y a la hora del último recado ya estaba acordado el plan de ataque y la tropa formada esperando la orden de marcha, y el Comité tenía plena conciencia de todo.
Los decretos supremos del Comité fueron unos permisos concedidos a determinados huelguistas para que pudieran trabajar por un tiempo dado. Estos permisos sólo se dan en las huelgas flojas como se dicen a los obreros, y como lo fue aquella. El Comité es el encargado de velar por que todos cumplan su compromiso de abstenerse de trabajar, por lo que se requiere una orden de dicho Comité para alzarles transitoriamente el compromiso.
Uno de estos decretos fue expedido a solicitud de un fletero para que se le permitieraconducir a bordo a la acaudalada y generosa señora iquiqueña doña Isabel Ugarte, quien había facilitado a los huelguistas una bodega de su propiedad para que se alojaran. Los otros dos o tres decretos, como han dado en llamarlos los ingleses, fueron expedidos por motivos semejantes a cocheros, carretoneros y no sé si a otros trabajadores.
Una prueba evidente de que los huelguistas eran revolucionarios, y que olvidé más arriba, fue de que llegaron a Iquique ordenando como déspotas quién había de trabajar y quién no. Ya recordé de que aquí estaban en huelga los gremios de la playa, los más numerosos y mejor pagados del puerto. También lo estaban los operarios de varias otras fábricas. Cuando llegaron los pampinos, se les unieron algunos otros por compañerismo, entre ellos, los cocheros de simón y los de tranvías. No permitieron que dejasen su trabajo los operarios de la fábrica de gas, los de la luz eléctrica, carretoneros del mercado, aguadores y varios otros de servicios necesarios que pensaron unírseles.
Procedieron así, tanto porque ellos nada tenían que ver con los trabajadores de Iquique, cuanto porque no fuera algún mal intencionado a sospechar de su absoluta tranquilidad, permitiendo que molestara al vecindario. Se ve que a pesar de sus precauciones no han faltado gentes que los inculpen por su misma prudencia.
Nimias y pueriles parecerán esas razones para que un gobierno declarado por sí y ante sí omnímodo, haya creído revolucionarios a los huelguistas más pacífico que es dable imaginar, y haya dispuesto su fusilamiento, pero así sucedió.
Es una revolución muy particular compuesta de hambres desarmados, sin más programas políticos que sus reclamos y sus deseos de volver al sur de donde se les había traído bajo promesas que no se les cumplían , y encasillados con sus mujeres y sus niños en un reducto de tablas tan resistentes a las balas como una hoja de papel. Faltó voluntad, falto inteligencia, falto conocimiento de este pueblo a las autoridades, y de ahí que faltaran en absoluto los mas rudimentarios sentimientos de conmiseración hacia él.
Pero en estos días se levanta un sumario para encontrar otras razones o reforzar las antiguas que patenticen la justicia de los salitreros, y la sin razón de los operarios.
Y es ya un secreto a voces que saben hasta los fleteros, el de que se ha encontrado todo lo que se quería. Algunos huelguistas de los llevados al Zenteno lo han revelado del plano, sin grandes urgencias inquisitorias, y una vez «compuestos» como dicen los fleteros, en el barco nombrado, se los han entregado al juez de tierra para que proceda.
Ingleses a ingleses. En párrafo separado, con lo hice respecto de los salitreros, dejo también testimonio de que aquí como en otras partes, hay ingleses que son verdaderos gentlemen ; pero no son ellos los más numerosos ni los de más poder, por lo que, en graves situaciones, no pueden hacer más que callarse.
La historia del mercader inglés es una de las más sangrientas del mundo.
Es cierto que aquellos audaces comerciantes han sido los pionerers de la expansión del Imperio Británico, por lo cual sus cañones les han allanado muchos obstáculos, pero los abusos de esos mismos mercaderes de corazón de pedernal, han obligado al gobierno inglés a refrenar su codicia insensata que ha puesto en peligro el domino político.
La historia de la India inglesa, del Africa, de Oceanía, con sus páginas de crueldades feroces son testimonio irrecusable. Hoy mismo la agitación promovida por el Sawaraj indostano, que tan semejante es al Sinn Fein irlandés, tiene por causa la tiranía inaudita de los mercaderes ingleses con los indígenas a quienes tratan como seres irracionales, y aún peor, como lo ha comprobado personalmente Keir Hardie en su visita del año pasado al Indostán.
Aquella pobre gente, a la que una esclavitud de largos siglos ha hecho mansa como a un buey, se organiza en sociedades secretas aprestándose a jugar su vida en una acción violenta antes de soportar un yugo que se la quita lentamente. Mr. Hardie predice la pérdida para la corona inglesa de aquella rica factoría si el gobierno no toma rápidos y enérgicos medios que permitan con algún alivio a esos infelices esclavos cuyos lamentos han sido oídos por castas indúes que los anima y dirigen en su campaña de libertad.
Los chilenos no tienen necesidad de apelar a la literatura extranjera para imponerse de estas cosas. En la relación que el almirante chileno Lynch hace de su campaña a la China, promovida por mercaderes de opio, en la armada británica al mando de Sir F. Sear, puede leerse la toma de una isla en la desembocadura del Tigré, cuya guarnición casi sin armas, presentó una débil resistencia a los cañones ingleses, entregándose a los pocos disparos, conducta que no les aprovechó en gran cosa, pues según refiere el almirante Lynch, «de su guarnición, que no bajaría de 4.000 hombres, no se escapó uno, pues rendidos, fueron todos asesinados». «No somos tan crueles como mis maestros», exclama el almirante.
Los que no están al cabo del extremado orgullo de raza y de sus intentos de quedarse al fin de ellos solos en el mundo, por no haber leído las millares de obras escritas por ellos sobre esta materia; puede imponerse de un estudio «científico» que incerta El Tarapacá del 25 de enero, tal vez el primero de una serie, en el cual se afirma como un hecho establecido el de que las razas mestizas deben desaparecer de la superficie de la tierra, y entre ellas las formadas por el criollo americano, de «aquel que siente en sus venas los latidos de la sangre roja de sus antepasados».
Es probable que en la prensa del sur, pregonadora de la inmigración europea y del desaplazamiento del chileno, aparezcan lugo escritos «científicos» como el anterior. Faltará ver de qué parte de Europa van a traer esos reemplazantes de raza pura. No serán ingleses porque son unas de las razas más mezcladas de aquel continente, ni eslavos, mestizos de europeo y asiático, que también sueñan con quedarse al fin solos en el mundo; ni italianos, que son liguro-etruscos-pelasgos; ni españoles, ni franceses, ni otros, que todos tienen en sus venas sangre de varias procedencias y colores.
El articulista no nombra el 21 y su hecatombe, pero está subentendido en todas sus interlineas. Es realmente el tema del escritor, sus palabras son sólo el justificativo de aquella eliminación violenta de unos cuantos centenares de estos mestizos destinados a desaparecer del todo en poco tiempo más.
El resultado final de todos estos estudios «científicos» ya lo dijo con anticipación de más de dos años un emigrante colaborador de El Ferrocarril de Santiago: «Si me preguntáis, decía F.P qué raza es conveniente traer al país , os responderé que la más barata.» O lo que tanto de la más servil.
Las bajas de la Escuela Santa María son, pues, una bicoca para esos hombres, aunque ello sea considerado sólo como un ensayo preliminar. Hay que preguntar a los hindúes estas cosas para saber a qué atenerse.
Y de que los mercaderes ingleses no tienen mayor estima por los sudamericanos que las que les merecen los hindúes, no hay que dudarlo. El mismo sistema que emplean en el Indostán, usan aquí, y con el mismo éxito: arman a algunos de ellos, a quienes tratan con desdén, pero sin mezquindad, para que fusilen a los compatriotas que no soportan con resignación los vejámenes y expoliaciones que su codicia y altanería quieran imponerles.
Pero los hindúes son al fin súbditos británicos, y por humanidad y por conveniencia su emperador Eduardo velará por ellos. Los sudamericanos no tienen que esperar de aquel monarca sino auxilio de la marinería, de las ametralladoras o de los cañones de algunos de sus buques de guerra para acelerar su propio exterminio.
Hasta aquí he reseñado, señor Redactor, la conducta de los salitreros con el pueblo del país en que se han enriquecido
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Tomado de:
Barvo Elizondo, Pedro
1993 Santa María de Iquique. 1907: Documentos para su Historia.
Ediciones del Litoral.
Santiago, Chile pp 44-74