Bien se podría caracterizar al período que va desde fines del siglo XX y comienzos del XXI como años de memoria y de nostalgia. Tal vez sea más lo segundo que lo primero. Los comienzos del siglo XX tuvieron otros aires y otras tempestades. El futuro era un bien a conquistar, ya que en él, bajo diferentes formas, se nos aparecía como posible la realización de la utopía.

El progreso, idea y creencia que animó a la modernidad, que se edificó sobre la base de asumir que la historia avanza y avanzará cada vez más a lugares superiores, llenó nuestro imaginario con tópicos que estructuraron nuestra forma de ver el mundo. En otras palabras, la subjetividad moderna encontró en la razón y en el progreso, los pilares fundamentales para percibir y concebir el mundo.

El pasado, frente al futuro, sólo se veía como una estación más en el camino inexorable hacia la utopía. En algunos casos era un lastre, o como se decía en los años 60, la tradición es un obstáculo para el advenimiento de la modernidad. Esta, bajo la forma del socialismo o del fascismo, se encargaron de organizarla y de llevarla a cabo. Los horrores de la segunda guerra mundial, del fascismo y luego del stalinismo, insertaron la duda frente a la bondad natural del hombre que el siglo XVIII, el de las Luces, proclamó por Occidente. Otras barbaries a fines del siglo XX vinieron a demostrar que la modernidad estaba en una crisis profunda.

La llamada postmodernidad o como quiere que se llame: sobre modernidad, modernidad líquida, modernidad tardía, etc., vino a hacerse cargo de un nuevo malestar. Esta vez, el futuro aparece sin sentido, al igual que la historia. El mega relato que le daba sentido a la historia, sea secular o no, cayó en descrédito y su expresión más evidente fue la caída del Muro de Berlín.

Abreviando el cuento podemos decir que el fin del siglo que ya pasó y los comienzos de éste, cambió los términos del lenguaje. Ahora aparecen viejas palabras, pero con nuevos bríos: patrimonio, identidad, memoria, nostalgia, etc. A su vez, se edifican museos, se levantan monumentos, se rebautizan calles. Personajes ilustres y no tanto, escriben y publican sus memoria. Chile, se las arregla para el Bicentenario, mientras que los iquiqueños aun saboreamos el vino amargo de los cien años de la matanza en la escuela Santa María. Otros más radicales hablan de la batalla de la memoria.

¿A qué viene todo esto? Es que este libro que presento “Para saber vencer al olvido. Reseña cronológica de los hechos más recurrentes ocurridos en la provincia de Iquique (1540-2005). Tomo I (1540-2005)”, es precisamente un tratado de la memoria. De una memoria, escrita bajo los cánones del registro de los hechos que han ocurrido en esta ciudad que es moderna, premoderna y postmoderna a la vez. Un libro que se las arregla para corregir a la historia oficial, que en el caso del Norte Grande es, y por razones obvias, más militar que nada. Más que corregir lo que hace es aumentar, incorporar.

Su autor, Marcelo González Borie, no es nuevo en estos propósitos. Ya nos sorprendió con la historia de los incendios y con otras erudiciones, como el saber la cantidad de pianos que hubo en esta ciudad que se las daba, vía teatro Municipal, para ser o al menor, parecer, moderna.

Un trabajo exhaustivo, prolijo y apasionado. Un libro para que en las aulas los niños y niñas aumenten las efemérides. Por ejemplo, que el 28 de julio de 1871, se pone en marcha el Ferrocarril Salitrero. La edad de oro, así la llama nuestro autor, tiene como fecha el 3 de abril de 1880, cuando se inaugura el faro. Hablamos de la época del salitre.

La constante eso sí, es la persistencia de catástrofes naturales y de las otras: incendios, pestes, terremotos que asolan de vez en cuando a este paraíso llamado Ike-Ike. Y que de vez en cuando nos muestra su vigencia. La destrucción del Palacio Mujica y del Barracuda, por sólo nombrar dos siniestros, nos pone en alerta acerca de la fragilidad del puerto que Patricio Advis, llamó de madera.

En fin, los iquiqueños tenemos otro libro en la tradición que Juan de Dios Ugarte, Francisco Ovalle, Carlos Alfaro y de Santiago Polanco Nuño que ya había tomado nota, en sus himnos de Iquique, de la capacidad que tenemos los naturales de estas tierras, para vérnosla con el olvido.

Y como casi siempre, la Universidad Arturo Prat, a través de Ediciones Campvs, nos los ofrece como un cumplido, un guiño o simplemente como testimonio de un pasado lejano, pero que a través de estas páginas podemos reconstruir esa ciudad que habita en nuestros recuerdos mecidos por el viento de la nostalgia.

 

 

Bernardo Guerrero Jiménez

En Iquique de 2009