Esta ciudad tiene un encanto que a veces cuesta encontrarlo. A veces radica en la esquina de un barrio cualquiera, o bien en una vieja casa de la calle Baquedano que espera que el tren tirado por caballos belgas le rompa la monotonía. En otras, su encanto está en la gente que reclama que la “raza iquiqueña está en proceso de desaparición”.
Sin embargo, uno de los mayores encantos de esta ciudad es su historia. Por sus calles se siente el peso de los hombres y mujeres que la habitaron. En el Hotel Fénix, Teresa Willms Montt, en la calle Zegers, María Monvel. No se si ambas se conocieron. Compartiendo hotel con la primera Víctor Domingo Silva. En el puerto los anónimos marinos de todo el mundo en busca de diversión. Y la encontraron.
La aristocracia iquiqueña -si es que le viene ese nombre- paseó su distinción por Baquedano rumbo al Casino Español. En el deporte se entrelazaron nativos y migrantes. De esa mezcla salieron hombres de la talla de Carlos Rendich. A fines del siglo XIX, Santiago Mosca hacía del box un arte mayor. Fue el antecedente del Tani, que años más tarde habría de pelear en Nueva York.
La historia esa que se escribe con mayúscula, no ha tenido sin embargo, para las autoridades turísticas o afines, la importancia que debiera tener. La historia es un recurso turístico. El esplendor del salitre y del deporte son estupendos motivos para atraer al turista informado, sobre todo europeo, que no viene al Mall ni a la playa.
Un circuito turístico por las calles llenas de historia es vital. Me imagino a un guía de turismo, mostrandole a los ingleses que aquí se jugaba al criquet, a los sindicalistas, aquí se imprimía El Despertar de los Trabajadores y El Tarapacá, a las mujeres, aquí habló Belén de Sárraga, a los amantes de la literatura, aquí vivió la Monvel, Hahn, Massis, a los japoneses aquí estaba el Sipt, nuestro diamante de béisbol. Una viaje por los senderos donde vive la vida del principios de siglo XX, hablo de los dos cementerios. Calles que señalen quien nació ahí, acompañados de los nombres que antes tuvo. Tacna en la época del Perú, Obispo Labbé bajo el dominio chileno. Aquí nació Carlos Alfaro Calderón.
Un circuito nada de tradicional, pero efectivo. Un turismo con identidad. Pero para ello no sólo falta imaginación, faltan recursos y voluntad. Y no sólo de la Ilustre Municipalidad, sino que de Sernatur, de Chile Deporte, de la Universidad y de las llamadas “fuerzas vivas” que creen en nuestra historia.
Iquique es historia, pero hay que revalorarla en la cotidianía. Ya tenemos muchos libros sobre nosotros. Hace falta ahora que esos conocimientos se traduzcan en una herramienta turística.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 27 de marzo de 2003