De repente  el parque Balmaceda o el “Camino” aparece cercado por mallas de rachel de color negro. Zanjas alrededor de los árboles. Hombres y maquinarias destruyendo lo poco o nada que queda de ese parque de los años 70. Huele a que algo nuevo van a edificar. No hay carteles que lo anuncien ni menos aún  consulta ciudadana sobre el tipo de parque que queremos.

Pero ¿de que nos sorprendemos si desde los años 80 se construye una ciudad a espaldas de nuestros intereses? Desde esos años, Iquique ha estado sometido a las más bárbaras intervenciones urbanas. Todo ello bajo el argumento del progreso y del turismo.

Nuestra historia urbana, algo de lo que nos hemos ocupado en otras columnas, revela por los menos tres períodos en la que podemos encontrar una relación de continuidad. El primero, de la caleta al puerto que va desde el año 1830 al 1930, significó la fundación de la ciudad del salitre. La segunda  va desde el 1930 al 1960, lo urbano aparece construido en términos simbólicos por mediación del deporte y de las banderas negras. El tercero, transcurre del 1960 al 1980, en la que la esperanza bajo la forma de la industria pesquera, recrea el espacio.

En estos tres períodos hay relaciones de continuidad. Hay una imaginario urbano en que la ciudad se reconoce en sus plazas, sus barrios, sus canchas, sus esquinas, etc. Es una ciudad que crece, pero lo hace bajo un centro geográfico desde la cual se irradia hacia los cuatros puntos cardinales.

Esta tendencia se rompe abruptamente a partir de los años 80. La influencia de la Zofri implica una readecuación del espacio público. El golpe militar, por su parte, con sus políticas de represión cancela el paseo dominical de la Plaza Prat y con ello inaugura un vacío público que no se llenará jamás. En de vez de pasearnos en la plaza, lo hacemos en la Zofri. De ciudadanos nos convertimos en consumidores. En los 90 se produce un matrimonio desastroso para la ciudad: el neo-liberalismo con el populismo de Soria transforman la ciudad en lo que actualmente es. Una no-ciudad, posciudad o cyber-ciudad, o como quiera que se le llame;  sin espacios públicos, segmentada, violenta. Una ciudad de contrastes. La imagen grafica de esto lo encontramos en la torre de la calle Esmeralda frente a la Catedral. La ciudad del salitre apabullada por la no-ciudad. El desmantelamiento del barrio Cavancha es otro ejemplo dramático.  Y los ejemplos sobran.

Por su parte el parque temático, emblema de la no-ciudad, rodea la ciudad. Nada de raro que este nuevo parque que se remodela huela a lo mismo. Por ello que los ciudadanos de este Iquique ancho y ajeno, deberíamos alzar la voz y preguntar qué hacen con la ciudad. Porque en definitiva y aunque a algunos se les olvida, la ciudad nos pertenece a todos.