En casa había una radio que estaba todo el día encendida. Las emisores de la ciudad, tres, competían para ganarse la audiencia. De las miles de canciones que se tocaban, una se ha quedado como un registro en la memoria. Cada vez que la escucho mi cuerpo se transporta a esa infancia, vista desde ahora, idealizada. Algo de razón hay en eso. Tenía padre y madre, hermanos, tíos, tías, abuelos, amigos, amigas, patio donde jugar, escuela donde leer y escribir, plaza donde jugar: “Que importa saber quien soy ni de donde vengo ni a donde voy”.

La cantaban Los Panchos, y me imaginaba a un sujeto libre por el mundo. Muchas canciones populares han hecho del vagabundeo su tema principal. Tormenta, la cantante argentina popularizó un tema bajo esa misma perspectiva. El paisaje urbano, por ejemplo, se llenaba de sujetos que decían haber recorrido el mundo. Semanas antes de la fiesta de La Tirana, la ciudad se llenaba de hombres con aspectos de errantes por el mundo. Terminaba la fiesta y se iban como los pecados de los peregrinos. Otros eran los viajeros que gracias a su oficio conocían el mundo. Los marinos mercantes eran de aquellos. De vez en cuando atracaban en el puerto. Sus historias eran contadas en el Murex o en las fuentes de sodas que atarían a la clientela con su «chancha» a todo volumen. Juan/Juan, era el más escuchado. Y era que no. Había sobrevivido a un naufragio en las costas españolas. No me canso de escucharlo.

El ideal era el viajar. Vagabundear. Superar al cerro y al mar. Y las canciones nos alentaba a hacerlo, o bien nos conformamos con su discurso. «La balsa» de Los Gatos, fue por mucho tiempo nuestro himno patrio. El bolero, la balada y el rock construían el mismo discurso: huir que no es otra forma más de viajar.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 7 de julio de 2013, página 15