Ver TV es un acto del que nadie escapa, y menos aún se sale ileso. Mienten los que afirman que no ven televisión. A lo mejor, ven menos que el resto, pero que ven, ven.  Y es que resulta casi imperdonable no ver ese medio que en los años 60 fue bautizado, con o sin razón, como la “caja del idiota”.  Una amiga psicóloga la llamó “el convidado de piedra”.

Hay que acostumbrarse al hecho de que este aparato es parte de nuestra vida cotidiana. Y esté donde esté, en el living o en el dormitorio, ordena buena parte de nuestras existencias. Es tanto el poder de este medio de comunicación, y sobre todo de su poder de convencimiento, que en la década de los 60, varios gobiernos de América Latina, declararon al Pato Donald, persona non grata. No se imaginaba que este personaje invitaría a otros para quedarse definitivamente habitando en nuestra cotidianía. El personaje de Disney es una alpargata vieja, al lado de los comics japoneses.

Si antes nos hacíamos problemas con la TV en blanco y negro y con dos o tres canales, hoy la situación difiere notablemente. Más de sesenta canales desfilan gracias al control remoto, frente a nuestros ya acostumbrados ojos. El zapping se ha convertido no ya en un recurso, para buscar algo mejor, sabiendo que no hay nada, sino que se ha transformado en la forma preferida de ver la televisión. El zapping es el canal más visto de todos. Pagamos cada mes, los que pagamos, por hacer zapping.

No obstante lo anterior, el mundo parece ahora más ancho, aunque más ajeno también. Desde programas hermosos, pero imposible de llevar a casa, como aquellos que enseñan a hacer muebles, pasteles y comidas exóticas,  hasta los que decoran inmensas habitaciones, cuyo problema básico es cómo llegar más rápido a la piscina,  pasando por la sexualidad de los tiburones y de los primates superiores, los gestos de mariposas nocturnas, las prédicas de los tele-elegidos de programas evangélicos, hasta los partidos de fútbol de tercera división de los argentinos, la televisión nos habla de actividades inimaginables para aquellos que crecimos con la TV en blanco y negro viendo la pelea de G. Stevens en la casa del vecino Sanginés.

Sea como fuere, nos guste o no, la TV es ya un hábito. En ella está la verdad. Lo que no sale a través de sus pantallas, no existe; si no lo dice ella, las cosas no han sucedido. Todo ello por una sencilla razón,  aunque parezca obvia: la TV es imagen. Y ésta tiene  en la repetición, en el contagio,  sus mejores características. Al decir de estudiosos de la cultura, la TV ha convertido a la sociedad en un espectáculo. Los reality show, los noticieros, las telenovelas, no son más que intentos (y bien logrado, por lo demás) de creer que lo que pasa en la pantalla, pasa también en la sociedad.

 

Publicado en La Estrella de Iquique, el  16 de febrero de 2003