En un paseo por el diccionario de la Lengua Española me encuentro con que la palabra vestón no existe. Así de simple, no existe. ¿Cuántos años usando un término que el sacrosanto diccionario no acepta como tal? Y sin embargo, sabemos de que hablamos cuando nos referimos a esa prenda, prenda además de distinción. De otro modo, cuando entrábamos a La Confianza, el señor Fornazzari, con la certeza que le daban los años, nos mostraba con la mejor de su sonrisa, el traje que queríamos. “Cruzado o simple” nos decía. “Le queda perfecto” agregaba con esa elegancia que su apellido le otorgaba, mientras que sus bigotes parecían sonreír.
El vestón nos daba cierta distinción, aunque no todos los portaban pretendiendo eso. En la Plaza Arica, Pancho “Machete”, usaba uno de color verde y grasiento por el uso. “Si hasta los gatos se resbalaban” acotaba el humor barrial. Panchito, lo usaba para guardar el pan y la botella de vino.
La gracia del habla es que desafía hasta el mismísimo diccionario. Este sólo garantiza que la palabra exista en su dimensión formal, pero no le quita la fuerza a esas letras sonoras. A fin de cuentas, hablamos independientemente de ese conjunto de palabras ordenadas, pulcras y obedientes. Al igual que otras palabras como la ya advertida, pienso, sin ir más lejos, en piquichuqui, chalequina, compañones, trío de términos omnipresente en nuestra vidas, pero ausente en esa especie de Biblia del buen hablar. Un golpe en los compañones era cosa seria, un piquichuqui en verano, una fiesta, una chalequina en julio, una fortaleza.
Hablar es también fundar. Es señalar casi con el dedo de que el traje en cuestión se llama vestón y nada más que vestón. No me imagino al sastre, el Señor Bruna, o al Señor Vera-Pinto, sin esa palabra. Es como si no tuviera alfileres en su boca o una huincha en su cuello. O esas tizas que marcaban la tela recién comprada en la casa Solana.
García Márquez propuso olvidarnos de la gramática y escribir tal cual hablamos. Le fue mal al Gabo. Pero no era una mala idea. Piense por ejemplo, como los adolescente escriben en el chat o como redactan mensajes de textos. Piense en los letreros llenos de falta de ortografía: “Se venden abujas”. Y muchos otros más.
Pero no todo está mal en el diccionario. Aparece paltó y es definido como chaqueta. Un aporte entonces, paltó es sinónimo de vestón. Pero hay otra buena noticia, está la palabra iquiqueña, por excelencia: paletó. Reza el libro aquel: “Gabán de paño grueso, largo y entallado, pero sin faldas como el levitón”. Y es de origen francés, lo que contribuye a aumentar aún mas nuestras raíces cosmopolitas que vienen desde fines del siglo XIX. Y aparecen otras palabras que desafían la autoridad del sacrosanto libro. Y esa es la gracia, el habla es dinámico y se actualiza, se recrea según las necesidades de la comunicación. ¿Conocerán los miembros de la Academia, la expresión “andar arriba de la pelota”.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 8 de mayo de 2007. A-9