Cada uno de nosotros conoce la ciudad que quiere conocer. Nadie, excepto algunos taxistas, pueden decir “conozco esta ciudad como la palma de mi mano”. Los taxistas pueden conocerla, pero de un modo geográfico. Es decir, saben donde queda el pasaje Los Capitanes, pero no podrían ahondar en las complejidades de ese trazado que antes se llamaba Luis Emilio Recabarren. Nadie conoce Roma, por haber estado allí tres días u once como prometen los Tours.
Conocer implica tiempo. Significa desbaratar los tejidos de complicidades que en cada esquina se expresan. Significa hacerse cargo de esas profundidades que la vida cotidiana posee, y que sólo se adquiere por eso que no se compra en el mall: familiaridad. Cuando voy a la casa de mi tía, por San Martín Viejo, que ahora es Piloto Pardo, los pasos se me llenan de infancia. Aunque ya no soy cotidiano por esas geografías, siento que hay un olor a infancia, que se mueve por las urgencias del pan calientito y de la gran taza de té; hay otras calles que no me dicen nada, como la calle 5, por ejemplo.
Hay otras calles y casas que se han transformado. Las cinco esquinas, sigue siendo aquella que a mis diez años observaba sin darme cuenta por que se llamaba así. Un peruano me escribe y me dice que su abuelo Juan Baselli Castro, vivió allí. “Este último perteneció a la bomba peruana de Iquique. Se que tenían una propiedad en las Cinco Esquinas, que incluía un hotel y también un restaurante”, agrega este hombre del Rimac con antepasados iquiqueños. Yo sigo viendo aquella viejas esquinas.
Los trozos de esta geografía cada vez más archipiélagica, sólo se unen de vez en cuando, quizás al pensar la ciudad como un todo. Cosa difícil por lo demás. Ya no hay un Iquique, hay Iquiques, así en plural, que se despliegan o repliegan, según sea el caso. Hay viejos que nunca han ido al cine de ahora (si es que van, habrá que advertirles que hoy se comen palomitas, en vez de sandwich de albacora, que la gente contesta sus celulares y que detrás de uno, salen balazos y ruidos de aviones), que no conocen ese Iquique que se levanta sobre las dunas del sur, y otros que siguen pensando que la farmacia de turno es la Moscú. En fin.
En otros tiempos el Iquique se encontraba en el estadio o en la playa. Nada de eso sucede ahora. La sociabilidad también se nos ha transformado en una cuestión insular. Y el condominio es una muestra de ello. Es el intento por refundar la idea del barrio, en un nuevo contexto. El condominio Pablo Neruda, es quizás el neo-barrio más popular de esta ciudad.
Conocer la ciudad es tarea casi imposible. Las sensibilidades de los nuevos barrios ya no caben en nuestras antiguas herramientas de comprensión. Sin carnavales, ni clubes deportivos como del tiempo de Rubén Aguilera, estos nuevos asentamientos humanos, desplazados hacia el sur, exigen una nueva mirada.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 9 de marzo de 2003