No sólo hay viejas lindas, hay también viejos lindos. Son aquellos que conscientes o no, han metido el tiempo en el frigider. Lo han congelado. Así de simple. Son aquellos que de tarde en tarde se dan cuentan que este Iquique no es el mismo. No se han enterado que los caballos de sangre le cedieron el paso a los coches Victoria, éstos a los impala -del Pocho Rojas, por ejemplo- hasta llegar a los suzukis en plena infancia de la Zofri. Son viejos y viejas que conocieron a Arturo Godoy. Los que en más de una ocasión, se terciaron con el Tani Loayza en la Plaza Condell.
Son sobrevivientes. No alcanzan a comprender cuánto y cómo ha crecido la ciudad. No entienden como el Cerro Dragón, de tan salvaje que era, se ha convertido en un manso pedazo de arena habitado por casas Serviu. No se han enterado que el viejo Estadio tenga sus días contados. Tienen en la memoria, la imagen fresca de la reina de la primavera del año 41, llamada Gini Bé. Y la de aquel pobre hombre que la amó hasta volverse loco perdiendo hasta su nombre. Murió como el “Gini Bé”, solo con su caja de zapato y su crucifijo de aluminio.
Están atrapados en la máquina del tiempo. Por eso cuando salen a la calle. Alzan sus dedos para hacer parar el coche Victoria, y casi por encanto le para el colectivo. Ahí empieza su drama.
-Voy a la Brístol, por favor-
-Es que ya no está señora, le responde el chofer.
-Entonces lleveme a la Moscú.
O mejor a la Danesa o a la Cóndor.
Otros, con su paltó recién lavado, se aventuran y piden, un repertorio de imposibilidades:
-Me lleva a la Eca, por favor.
-Me deja en el reloj de la calle Zegers.
-Me lleva a la Dos.
-Voy a la Gota de Leche.
Son del Iquique que olía a Jazmines y a guano de caballo, con su retén de Carabineros en El Colorado. Son de los que iban de paseo a la Poza de los Gringos. Acudían a la matinée en el Coliseo y regresaban de la mano con el pito de la Seis. Son los irreductibles. Viven a buen recaudo en los pliegues de los sueños hechos de sal.