Habría que imaginar la cara que puso el ciudadano irlandés Alejandro Mac Donald cuando llegó a Iquique. Venía de un paisaje lleno de árboles y de grandes jardines, y se encuentra con un cerro gris que parece un telón de fondo que encierra a la ciudad entre esas inmensas paredes de roca y arena y el mar. La primera impresión que causa el norte grande es de angustia. Eduardo Barrios en su novela “Un perdido”, se hace eco de este sentimiento.  Luis, el personaje principal llega a un lugar “triste y desamparado”. Y son muchos los Luis o los John que llegaron llorando al norte y cuando les tocó regresar, llorando lo hicieron.

Lo primero que asombra al viajero que se asoma por el norte grande es la aridez del paisaje. Cerros imponentes que se levantan desnudos, calatos, según el habla nortina, llenos de colores grises y hasta rojizos según la posición del sol. Y detrás de ellos, la inmensidad vestida de arenas y rocas. Y la nada. Simplemente la nada. No en vano se le ha llamado al desierto de Atacama, el desierto más árido del mundo. Y sin embargo, hombres y mujeres se las arreglaron para crear ciudades, para fundar querencias y sobre todo, para desarrollar un sentimiento de sentirse habitando una tierra que nunca han de abandonar. Este sentimiento hizo que Alejandro Mac Donald se quedará a vivir por siempre en esta tierra.

La domesticación del desierto, realizado por los primeros hombres y mujeres que lo habitaron hace más de diez mil años, pasando por los aymaras, para llegar a las ocupaciones más tardías, señalan la existencia de una conciencia de hallarse en un medio especial.  Baste leer la literatura nortina, y en especial, la obra de Mario Bahamonde, Nicolás Ferraro, Andrés Sabella, Hernán Rivera o Patricio Jara,  para confirmar lo ya dicho. En el lenguaje nortino, se habla de la pampa y no de desierto. La pampa es el territorio humanizado. A este respecto el ensayo de Luis González Zenteno  “El Norte Grande: su medio y su gente” (1957) en la que hace una analogía entre el hombre del norte y el tamarugo es expresivo, en función de lo que afirmamos.

Por otro lado, la constitución de las ciudades como Antofagasta e Iquique, que no se pueden entender sin la pampa,  ni ésta sin los puertos,  generaron una territorialidad basada en los barrios. La sociabilidad nortina giraba en torno a estas estructuras intermedias, levantaron sobre si dos fenómenos identitarios, el deporte, sobre todo el fútbol y el box,  y la religiosidad popular.

La Oficina Salitrera y la vida de los barrios en los puertos, demostraron como los nortinos supieron crear vida, allí donde la naturaleza decía que no. El acarrear el agua en mulas, el poetizar la vida, el construir canchas de tenis o de fútbol en la inmensidad del desierto, o en las ciudades son muestras más que evidentes del espíritu domesticador que animó a quienes fundaron el norte grande.

La belleza del norte grande no se deja capturar de buenas a primeras. Nadie nos enseña a encontrar lindo el desierto. Cuando se habla de paisaje se establece de inmediato la relación con los lugares del sur de Chile. El desierto tiene su encanto y las ciudades que se construyeron bajo la tutela de los cerros y del mar, también. Los  Mac Donald se quedaron a vivir aquí. Sus hijos no se imaginan haber nacido en otra parte.