Se puede leer de muchas maneras, o mejor dicho disfrutar de modos diversos. Un lectura posible es devorar sus pequeñas páginas una a una, sin respirar, casi como un niño comiendo un dulce. Luego, y esta es obligación de lector, volver como el asesino al lugar de los hechos. O sea, pasada la euforia, a masticar uno a uno, los 30 poemas que dan cuenta de esta obra de Juan José Podestá Barnao.

Son poemas que huelen a ciudad. No diré que son poemas urbanos, porque tal cosa no existe. Enfatizo que el territorio que sostiene esos breves poemas es la ciudad.  De  una ciudad que produce violencia, y de sujetos que se encargan de llevarla a cabo. Poemas que se leen y se dejen leer, en la medida que aceptemos el supuesto que la literatura, con sus palabras y sus silencios puede provocar la muerte, herir o simplemente dejar sangrando a alguien.  Desde que se acepta que la palabra da la vida, se debe aceptar también su contario: la quita.  Aparece por aquí y por allá “El Tila” y Hans Pozo”. O referencias como: “¿Quién dijo que las palabra  son una 44 Magnum?”.

Novela negra, huele a varias ciudades, y en su estética urbana, es posible encontrar lo aromas de otras ciudades, que tal vez no conozcamos. Pero la gracias de la lectura consiste precisamente en eso, en llevarnos de viaje ligeros de equipajes. Son escritos, que cabalgan entre la prosa y la poesía. Y aquí el autor, logra con aciertos combinar ambas. A veces, por ejemplo, pareciera que la prosa se lo gana, en otras, aparece el poeta soberbio y soberano, desmarcándose del anterior y viceversa.  Alusiones al lenguaje de la calle que si caben en un poema (pichula, por ejemplo), o bien: “La sacó barata”, aludiendo a Eulogio Sánchez en su affaire con la Bombal.

Novela Negra tiene ritmo. Cada poema trasunta miedo, vértigo, violencia, y todo aquello que es posible de asociar a lo anterior. El autor, el asesino, el que huye, el que deserta, son uno solo. Como no es novela, a pesar de su nombre, el personaje no precisa de un fondo explícito. El lector debe congeniar con él, hacerse cómplice de sus debacles y de sus épicas.  Los objetos con que consigue liquidar al otro, son variados: un hacha, una palabra, una pistola, una cinta de máquina de escribir. La palabra es la más poderosa. Pero como advierte la frase de Isaac Babel, a la entrada del libro: “Ningún hierro puede penetrar el corazón con tanta fuerza como un punto colocado en el sitio preciso”.

Hay además un buen y equilibrado sentido del humor y de amor. Sobre el primero: “Hay burócratas de la muertes. Como éste que lleva veinticinco años pensando en suicidarse”. O bien: “Una foto que ya no dice nada”.

Novela Negra, se afirma sobre la yo dicho. Y sin duda sobre otros pilares. Mi lectura me indica que en tiempos de la explotación de la industria del miedo, el crimen en toda su extensión y sonoridad, debía ser objeto de una reflexión como ésta. El poeta, el asesino y la crónica roja alimenta a Novela Negra.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 9 de enero de 2011, página A-9

 

 

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